Reseña sobre la antología del grupo Raíz Cúbica
Mientras arde en la
ventana el fulgor rabioso del mediodía, se me ocurre decir que una
antología es como un buen jugo surtido. En dicha bebida podemos aprovechar del
agradable sabor de las frutas, cuyas esencias yacen confundidas en un mismo
sorbo. Dichas publicaciones, pues, son muy provechosas (hasta necesarias) para
vislumbrar en un mismo texto la calidad literaria de varios autores con
características en común, de tal forma que también apreciamos sus diferencias
en distintos aspectos.
En el texto «Raíz Cúbica: La Antología», encontramos los poemas de una
generación que se define por su sentido estético aún hermanado con la
naturaleza, la nostalgia, la familia, el amor y la madre. Dichos temas son los
que recorrerán todo este rosario de versos dispuestos en esta publicación de
setiembre de 2019.
En la gran mayoría de ellos apreciamos cómo sus liras se van trenzando
con los poderosos recuerdos de una infancia que no solo sabía a naturaleza,
aire puro y animales, sino también a penurias económicas. Así, las diferentes
voces poéticas que nos conducen por sus senderos llenos de agua y aire,
inocencia y lluvias, nos muestran acaso a los niños heridos que viven en los
pechos de los poetas que escriben.
«En Manuel Alcalde Palomino, por ejemplo, encontramos al artista
que contempla la naturaleza y la vida, los árboles y los pájaros.»
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En Manuel Alcalde Palomino,
por ejemplo, encontramos al artista que contempla la naturaleza y la vida, los
árboles y los pájaros. Su apartado dentro del libro es una oración hacia esa
sabiduría que brota de los poros de Natura y se ancla en la infinita nostalgia
que llueve sobre sus líneas. Por momentos también es amoroso y tierno, siempre
viendo cómo nace un montón de lianas del organismo de la musa para conectarse
con la tierra y el trémulo fulgor de las flores azules. Su poesía es la égloga
de un pastor moderno que vive enamorado de las aves y las contempla apretando
en su pecho la esperanza de volar también él algún día. Los vocablos
recurrentes de este autor son: «piedra», «pena», «luto», «tristeza», «soledad»,
«pájaros».
Un día se acordó
que era pájaro,
no le importó las
lágrimas de su partida;
echó sus alas y
se fue a volar.
El mismo vate, como hemos referido líneas arriba en la descripción
general, también cultiva versos de gran ternura amorosa. En la siguiente cita
apreciamos cómo se refiere al deleite de encontrar el cuerpo joven de su musa
descubierto jamás por nadie antes.
Llegué a ti como un río
como el primer torrente del invierno,
(…) asaltando escondrijos nunca antes profanados.
Por su parte, Ángel Gavidia Ruiz
es un poeta más hondo y reflexivo. Ya no solo contempla a su amada a la luz de
un crepúsculo sangriento que brota en el horizonte. El autor de «La soledad y
otros paisajes» también encarna al filósofo del grupo que hurga dentro de sí
mismo e incluye al antiquísimo Heráclito en sus versos. Tiene inclinaciones
existenciales y también metapoemas (reflexión de la poesía dentro de un poema),
con los cuales el poeta indaga y busca, encuentra y celebra.
Luciérnaga,
imán de mis ojos
angustiados,
corazón de la noche,
rendija tierna a
la vera del camino.
En otros versos el poeta hace temblar la lira de su inteligencia
escribiendo:
Dile que no al
olvido,
que danza
tiernamente en todo lo que escribo
que es hermoso el
camino y un caminante solo
cuando hay noche
y luceros
y ella, en la
lejanía.
«Fransiles Gallardo es un bardo que vuelve a hundir sus manos de
poeta en la verde proliferación de hojas que se mecen en el campo.»
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Fransiles Gallardo es un bardo
que vuelve a hundir sus manos de poeta en la verde proliferación de hojas que
se mecen en el campo. Con la misma admiración de quien descubre el mundo como
un cosmos nuevo, contempla los paisajes de su terruño, esboza diestras
pinceladas de lo que pasa por sus ojos, se muestra como un visionario de la
naturaleza con los pulmones llenos de oxígeno puro. A través de él podemos
admirar la belleza poética de los lugares que recorrió en su infancia o en sus
años mozos.
Sin embargo, también hace un espacio para reflexionar sobre las palabras
a través de las palabras, ensayando una suerte de Arte poética en el siguiente
poema, donde también nos refiere la tarea de quien escribe versos:
Ebanista de la
palabra, maestro carpintero
en la equinoccial
jungla
descubrir
el cedro
apropiado sin herirlo ni derribarlo
serrucho en mano
seccionar precisa
la tabla el
madero elegido
Ya habiendo llegado a esta etapa del cálculo de los factores poéticos,
corresponde encontrar la última raíz del grupo, un poeta que no requiere de
fórmulas sino que, atendiendo al galope de su corazón, se lanza hacia el abismo
de la creación dolorosa, a veces antiestética y con tintes surrealistas. Nos referimos a Bethoven Medina, quien enciende el último fuego del libro para
hacer nacer la luz que se hunde en la raíz del texto estudiado en esta ocasión.
Es pertinente mencionar que su poema-novela o poema de largo aliento denominado
«Necesario silencio para que las hojas conversen» es un río donde encontramos
una mezcla bizarra de términos y expresiones que brotan del dolor más genital
de la nostalgia. Ese es el muro donde el poeta se reclina para llorar el
recuerdo de su madre, el cual atraviesa su pecho mientras produce un temblor en
su escritura.
Su llanto es doloroso y expresivo:
«Bethoven Medina, quien enciende el último fuego del libro para
hacer nacer la luz que se hunde en la raíz (…)»
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Estoy en el
centro de mis venas
abriendo la
distancia que crece con tu nombre
ven
la mesa las ollas
no sostienen el
vacío de tus manos,
la soledad.
O también cuando nos dice:
Madre, Q.E.P.D./
ligereza aprehendida
sonido apenas
contenido
los días vuelan
de tus manos.
La presencia en el libro del autor de «Volumen de vida» también es
trascendente por su trabajo «Antes niegue sus luces el sol», el cual tiene un
suave acento marcial que me recuerda el de José Santos Chocano cuando retrataba
a nuestros héroes patrios y los dejaba como gallardos bustos en el marco de sus
sonetos. Sin embargo, Bethoven trabaja el versolibrismo y allí también se puede
sentir la majestuosidad de aquellos hombres gigantescos, el susurro volcánico
de nuestro patriotismo.
Sin lugar a dudas, el grupo Raíz Cúbica, como dice en el prólogo Alberto
Alarcón, son parte de esa generación de autores que «marcaron con fuego toda, o
casi toda, la literatura peruana».
Se me viene a la mente la imagen de los cuatro poetas con sendas túnicas
raídas, después de haber andado mucho en el desierto, mirando cómo arde la
raíz, no cúbica, sino la de un árbol que se parece a las zarzas que contempló
Moisés en el monte Sinaí, consumiéndose.
De todas formas ellos se acercarían a llevarse algunas de esas chispas
para así, con sus cantos vigorizados por la llama, nutrir a las generaciones
venideras con el calor y la contundencia de sus versos.
¿Acaso Rimbaud no dijo que el poeta es un robador de fuego?
Portada del libro Raíz Cúbica |