Por: Ernesto Facho
Rojas*
La
oscuridad empezaba a caer sobre Lima, mientras más adelante se encendía
una chispa de incertidumbre: «¿Es cierto que dentro de ese auditorio aparecerá
Mario Vargas Llosa? ¿La espera de casi cuatro horas en la cola iba a valer por
fin la pena?», pensé. Habíamos visto caer la sombra sobre nuestros cuerpos que
tiritaban. Cuatro horas y esa cola inmensa seguía creciendo, al igual que un
asomo de nervios, cierta intriga que llenaba el aire de Jesús María, a las ocho
de la noche, aquel sábado 20 de julio.
Entonces la
gente que estaba delante de nosotros avanzó. Como una procesión, fueron dando
pasos lentísimos hacia esa puerta negra, custodiada por dos gigantescos hombres
de seguridad. Dentro, la luz de los reflectores mostraba el Auditorio Blanca
Varela, cuyo estrado yacía adornado por bellísimas flores amarillas que hacían
un contraste hermoso con la alfombra roja. Estábamos de pie. Luego, más
adelante, se desocuparon unas sillas y fuimos a sentarnos. Había una pequeña reja
que separaba al público selecto del resto. Las luces blancas y ese fondo negro
le daban un toque aun más misterioso. No había música ni nada. Solo el murmullo
de la gente que acariciaba su nombre con un suspiro agitado mientras temblaban.
En Lima seguía haciendo frío. Temblaba acaso pero…¿era el invierno? ¿Era el
Nobel?
Entonces la
periodista Patricia del Río tomó asiento en el sofá, lo presentó y, enfundado
en un traje oscuro, con una corbata roja, alto y con la espalda recta, ostentando
una cabellera blanca, como la de los dioses griegos envejecidos o los ángeles
de las epifanías, apareció Mario Vargas Llosa, quien saludaba a las casi
doscientas personas que lo escuchamos esa noche, mientras afuera otra multitud
reclamaba que abran las puertas del auditorio, enfurecidos.
El autor de «La
guerra del fin del mundo» llegó a la edición número veinticuatro de la Feria
Internacional del Libro en Lima, adonde acudieron también personalidades como
Renato Cisneros, César Hildebrant, Jaime Bayly, Giovanna Pollarolo y, por si
fuera poco, la feria este año también presentaba a Mo Yan, otro escritor
condecorado con el Premio Nobel de Literatura en el año 2012 y de nacionalidad
china. En esta ocasión Vargas Llosa participaba del evento: Diálogo: Los paraísos narrativos de América
Latina, junto al escritor Sergio
Ramírez.
Dicha
conferencia abordó el tema de la fantasía en América Latina y en cómo ese
torrente de fábulas predisponía a los latinoamericanos a crear historias, novelas,
ficciones. Ambos, Mario y Sergio, recordaban cómo en la época del colonialismo,
los aventureros españoles llegaban hasta América traídos justamente por esa
imaginación desbordante de los latinoamericanos, los indios, quienes contaban
que aquí había un lugar llamado El Dorado. Asimismo, expusieron ellos, la
existencia de una especie de novela escrita «entre las patas de los caballos»
donde lo narrado ya no era ficción, sino vivencias puras de los conquistadores,
quienes venían a estas tierras para bañar en oro su codicia.
Al respecto,
Mario Vargas Llosa afirmó:
El español unifica gran parte de
América Latina, una lengua que nos comunica
a los propios latinoamericanos. Y esto lo hacen los portugueses también
en el Brasil. Lo que es absolutamente fundamental en esta lengua que nos viene
y nos integra y nos comunica es que una lengua como el español no es solamente
esa lengua, sino que es una lengua que está hecha de muchas culturas y es la
cultura de lo occidental. Con la lengua española llega la historia de Grecia,
la filosofía griega, la cultura romana, llega la juridicidad romana.
Por su parte,
Sergio Ramírez, escritor nicaragüense, agregó:
Hay un hecho muy misterioso que ocurrió en
América Latina y es que se prohibió la novela durante todos los años coloniales.
Es decir, durante tres siglos no se pudo escribir novelas en América Latina.
Una prohibición terminante. ¿Por qué se prohibió la novela en América Latina?
Si la novela era mala para América Latina, ¿por qué se permitía en España?
¿Cuál era la razón?
La razón que nos da los libros de
historia de literatura, sobre todo latinoamericana, es que se fundaba la
prohibición de escribir novela, por lo tanto de leer novelas, y que las novelas
contaban unas historias disparatadas, absurdas, y que sobre todo a los
indígenas de América podían distraerlos de su preocupación que debía ser
fundamental que era Dios y la religión.
También
disertaron sobre cómo el hecho de que América Latina haya tenido dictadores tan
pintorescos y perversos ha facilitado o predispuesto que aquí se escriban
buenas novelas y que, por el contrario, en un lugar donde todo está
políticamente ordenado (MVLL mencionó como ejemplo al país de Suiza) no había
novelistas destacados. Es decir, por un lado los paraísos narrativos
correspondían a la ficción, la imaginación de los latinoamericanos para
aferrarse a sus dioses, su idiosincrasia, sus sueños y sus esperanzas; por el
otro, además, esas almas golpeadas por la corrupción, esta crisis de cinco
expresidentes con procesos judiciales y con cárcel, como es el caso del Perú,
todo ello, también ayuda a que exista una especie de insatisfacción y rebeldía,
lo cual es tierra de cultivo para los escritores.
Ya habiendo
dado Patricia del Río la conferencia por terminada, el público asistente volvió
a ponerse en alerta. Y como si fueran un solo hombre, se pusieron en pie y
avanzaron maquinal y apresuradamente hacia el estrado, al encuentro con el
último Nobel vivo que tiene América Latina: Mario Vargas Llosa.
Él nos miró
acercarnos desde arriba. Entonces, ya con los nervios encima, le pedí a
Yasanny, mi novia, que me alcanzara un ejemplar de mi novela «Te espero en el panteón».
Y sin mucho esfuerzo, llegué hasta el autor de «Conversación en la catedral», a
quien le dije: «Mario, te regalo mi novela».
El escritor me
miró, sonrió, se acercó, tomó el libro que le había alcanzado y se retiró para
siempre de nuestras vidas.
Afuera, la gente empezó a correr
detrás de él y de sus corpulentos guardianes vestidos de negro. Le tomaban
fotos, le gritaban su nombre desde lejos, intentaban acercarse, lo perseguían…
Al día siguiente, Mario volvió a
participar en otro evento donde narró historias para niños. Pero no puedo escribir
esa otra crónica, pues mis labores de docente me obligaron a retornar al norte,
quizás, con uno de los recuerdos más gratos de mis treinta años de vida: Haber
conocido en persona al marqués de Vargas Llosa y saber que se llevó consigo mi
segundo libro.
¡Ojalá la feria te devuelva
pronto al Perú, querido Mario!
*Docente y escritor
Facho, E. (2019). Encuentro con
Mario Vargas Llosa. La Industria –Suplemento Dominical.
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