Por: Ernesto Facho Rojas
«―¿Quieres tu
barquito, Georgie? ―El payaso sonreía.
»George también
sonrió, sin poder evitarlo.
»―Si, lo quiero.
»El payaso se
echó a reír.
»―¡Así me
gusta! ¿Y un globo? ¿Quieres un globo?
»―Bueno... sí,
por supuesto. ―Alargó la mano pero de inmediato la retiró―. No debo coger nada
que me ofrezca un desconocido. Lo dice mi papá.»
Este aterrador alienígeno, que tiene diferentes rostros, aparece en el libro de Stephen King titulado «It» (1986), ejemplar de más de 1200 páginas. Y el motivo de este artículo es comentar y analizar algunos pasajes de esta historia.
Para
ubicar a los lectores en el universo de este asesino serial ficticio, la trama
se desarrolla en Derry (Maine- EEUU), donde se narran las aventuras de «El Club
de los Perdedores» en dos tiempos: los años 50 y los años 80. El protagonista
es Bill Denbrough, quien al comienzo de la historia pierde a su hermano George a
manos de Pennywise, una entidad extraterrestre que ha vivido miles de años
alimentándose cíclicamente de los habitantes de Derry, de quienes aprovecha,
además, el miedo.
Otros
seis niños se suman a la aventura (Ben Hanscom, Beverly Marsh, Richie Tozier,
Eddie Kaspbrak, Mike Hanlon y Stan Uris) donde, de manera separada, enfrentarán
y muchas veces huirán del monstruo que toma varias formas en el libro:
«El payaso empezó a evaporarse y, en el
proceso fue cambiando. Eddie vio al leproso, a la momia, al pájaro; vio al
hombre-lobo y a un vampiro cuyos dientes eran hojas de afeitar dispuestas en
ángulos curiosos, como espejos de feria; vio a Frankenstein, a la bestia y a
una cosa parecida a una valva carnosa que se abría y se cerraba como una boca;
vio diez o doce cosas más, o cien.»
King,
en esta colosal obra, apunta por mostrar un ramillete variopinto de personajes.
Pues tenemos desde el tartamudo, el gordito con problemas de bullying, el judío, el gracioso, la niña
bonita, etc. Y estos son los cuerpos que
maneja a través de oscuros y sangrientos hilos para entrar en temas como el
amor, la pubertad, el racismo, la homofobia, la amistad, el incesto y, sobre
todo, el terror y la muerte.
La
trama, a grandes rasgos, parece absurda. Unos niños intentan vencer a un
espectro milenario que toma las vidas de los habitantes de Derry cada 27 años.
Ellos, con ayuda de su valentía y un poco de imaginación y
fortaleza, intentan acabar con esa cadena interminable de asesinatos y
mutilaciones. Pero no solo enfrentarán a
Eso, sino que también deberán lidiar con el impopular Henry
Bowers, quien asesina a su padre y abusa de Los Perdedores.
Cuando
niños, logran vencer a su enemigo, pero pasados los veintisiete años deben volver, desconectándose de sus vidas exitosas, con el fin de cumplir el pacto que
hicieron, si es que Pennywise retornaba.
No obstante, lo que me adentró en el universo narrativo de King no fue, en un
principio, la película dirigida por Andy Muschietti, sino, el hecho de que King
«Ostenta el récord Guinness con al menos 230 adaptaciones de sus novelas,
relatos breves y cuentos», lo cual me pareció una rareza y un logro olímpico de
su pluma.
Pero,
¿qué tiene de atractivo «It»? ¿Por qué ya tiene dos versiones cinematográficas
y se hacen llaveros y máscaras y la gente espera como loca la segunda entrega
de esta historia en la pantalla grande?
En
primer lugar, su lenguaje es sencillo. Stephen King narra su historia como si
se la estuviera contando a un grupo de muchachos. Y así lo aconseja en su libro
«Mientras escribo», donde afirma que el literato no debe preocuparse tanto por un
lenguaje rebuscado, sino por atraer al lector, hacerlo entrar y luego no
dejarlo ir. Sin embargo, esto no quiere
decir que por momentos, de manera natural, la poesía aparece para vestir con
una belleza burbujeante y oscura sus palabras.
Por
otro lado, Stephen no es solo antiestético y oscuro cuando narra. También aborda temas nostálgicos como la niñez y el titubeo nervioso de los primeros amores. Y
este último asunto es infalible, pues resulta algo universal y un espejo muy
simpático para cualquier ser humano.
Además,
King no tiene reparo en «llamar a las cosas por su nombre». Aquí hay un quiebre con los narradores que logran la perfección
del estilo pero dejan, como pasajeros abandonados en la carretera de la
historia, el interés de los lectores.
Y
es que la novela no cansa. La identificación con Los Perdedores es inevitable y
uno vive la angustia de todas las persecuciones, así como la rabia contenida de
Bill cuando encara a Pennywise. Al principio, nuestro
antagonista del espacio no tiene muchas apariciones en la historia, y eso vuelve aún más «deliciosas» sus manifestaciones:
«Henry dejó caer el azadón y empezó a
gritarle enfurecido a la luna-fantasma, pero entonces la luna cambió y se
convirtió en la cara del payaso. Su cara era un queso blanco, podrido y lleno
de hoyos; sus ojos, agujeros negros; su sonrisa roja y sanguinolenta, de tan
ingenua y obscena, resultaba insoportable.»
Recordemos, además, aquel instante horrible del leproso, plasmado con las limitaciones del caso en
la película:
«Un día, uno de esos tipos había salido a
rastras de debajo del porche de la casa, en el 29 de Neibolt (…) Eddie
retrocedió, con la piel helada y la boca seca como naftalina. Tenía carcomida una
de las aletas de la nariz. Se veía directamente el canal rojo y escamoso.
»―No
tengo veinticinco centavos -dijo Eddie, retrocediendo hacia su bicicleta.
»―Te
lo hago por diez ―graznó el vagabundo,
avanzando hacia él.»
Stephen
King, en cierto modo, es un autor marginado. ¿Su delito? Vender millones de ejemplares
de sus obras en todo el mundo y tener más de una generación enganchada en ese
garfio tenebroso de su ficción. El terror, según algunos críticos, no es uno de
los temas favoritos de la Academia Sueca. Se le ha
propuesto anteriormente para el Premio Nobel, pero la negativa ha sido
persistente, como él en la redacción de sus historias, como la fidelidad de sus
fans, quienes lo alaban ya desde la comodidad de sus casas, detrás de las
páginas de sus libros; o desde la butaca de un cine, con los nervios alterados
gracias a la electricidad de su pluma y la suma de sus fobias en cada anécdota
contada.
King
no es un narrador sentencioso ni hondo “filosóficamente hablando". Luego me pregunto: ¿Es necesario? El miedo es tan antiguo como
los dinosaurios, es otro espectro que nos acompaña todos los días, como una
alarma que toca fuerte cuando se trata de supervivencia. Y si el miedo a usted
lo devuelve a la Noche de Brujas, a mí me recuerda las fiestas infantiles.
La
evocación de esos hombres con el rostro pintado me hunde otra vez en el terror
del libro.
Facho, E. (2017). ¡En Halloween todos flotarán!. La Industria –Suplemento Dominical.
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