Reseña de la novela Algún día te mostraré el desierto
Por: Ernesto Facho
Rojas
La
literatura puede servir como terapia. Uno quiere deshacerse de sus
fantasmas y lo hace exteriorizándolos de diferentes maneras y a través del arte
que mejor le parezca. No obstante, podemos decir también que resulta importante
esa forma en que desalojamos a este huésped que vive, como dice Bécquer, «Por
los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos».
Borges, por ejemplo,
dijo: «Pero cuando escribo, trato de tener cierto pudor. Como escribo por
intermedio de símbolos, y nunca me confieso directamente, la gente supone que
esa álgebra corresponde a frialdad.»
Renato Cisneros, autor de “Algún día te mostraré el desierto” |
Sin embargo,
también encontramos autores que suelen ser directos, teniendo cuidado en no
colocar las preseas retóricas que a veces sirven como muletas o relleno. (O a
veces, como esa sangre que nutre los músculos de la prosa mágica y sonora).
Este es el caso
de la novela «Algún día te mostraré el desierto» de Renato Cisneros, la cual es
como un hombre desnudo, muchas veces sin ambages, atormentado («Al escuchar la
palabra "niña", mi cabeza se llenó de un tosco ruido de madrugada cuando
finalizaba la programación del día», pág. 45) y reflexivo, el cual cuenta cómo es
vivir, experimentar de primera mano, ese terremoto llamado paternidad.
Debo confesar
que la parte del enamoramiento entre Natalia y Renato no me gustó. Fue más bien
graciosa, («Cuando estoy borracho se me da por la telepatía», pag. 23) pero no
contaba nada novedoso. Tal vez aquí, pienso, se pudo echar mano del lenguaje
que empieza a cobrar vida con el nacimiento de Julieta. El libro mismo, podría
decir, se va nutriendo de esa clarísima luz de la primogénita del autor,
incluso desde el anunciamiento de la criatura. Es decir, aquí se corrobora lo
que afirma Renato en sus páginas:
Los hijos son vampiros o cuervos que toman de lo ajeno para sobrevivir.
Los escritores hacemos lo mismo: sustraemos la esencia de otro para nutrir a
nuestros personajes. (pag. 66)
Esto, a razón
de que la aproximación de la niña empieza a crear fisuras en el piso del
escritor: tiene delirios (otra vez el humor, ingrediente importante en
Cisneros) respecto a su función de suegro en potencia, imaginando a un
malintencionado yerno que aún no existe.
Portada de la novela |
Algo que me parece
vital, esencial, profundo en el texto, —el cual debido a su carácter
experimental tiene varios matices—, es la parte ensayística del relato, la cual
muy bien puede servir como un catálogo exclusivo para padres escritores
primerizos. En esta parte, cuenta cómo otros autores hacen una pausa en su
labor intelectual y se encargan de sus retoños. De Balzac, Cisneros rescata la
siguiente frase: «Los que no tienen hijos ignoran muchos placeres, pero también
se evitan muchos dolores» (pag. 93)
Ahora bien, el
libro, en cuanto a estilo, más bien lo encuentro como una sola metáfora que
refleja el ritmo cardiaco de un hombre al convertirse en padre. Me explico: La
novela arranca con un lenguaje sencillo, simple a veces, pero en cuanto empieza
a acercarse Julieta, con esa luz de ángel que termina por teñir algunas páginas
de la historia, la obra empieza mutar, a
transformarse, al igual que la vida de Cisneros, incluso en cuanto a la
profundidad de sus sentencias, a la contundencia de sus frases.
Es decir:
Julieta aparece y transforma al narrador y a lo narrado. ¡Genial!
El «efecto
Julieta» consigue páginas muy logradas y poéticas, las cuales siendo incluso
terapia, avanzan como un río sentimental que parece contemplar una epifanía.
¿Ya estará Julieta respirando el aire de este mundo? ¿Estará lista para
la tormenta eléctrica que es la vida? ¿Qué voy a hacer con tanta fragilidad en
mis manos? Lo frágil le rehúye a la fragilidad (…) Respirar para eliminar malos
pensamientos, para aplacar este corazón agitado a punto de hacerse añicos de felicidad, esa hermosa
variante de la desesperación. (pág. 163)
Esta novela autobiográfica
nos lleva, además, a cuestionar o reflexionar sobre la propuesta de Joyce Carol Oates, quien nos dice que no se debe
escribir sobre personajes cultos o intelectuales, sino sobre hombres de acción.
Por su lado, el genial
Roberto Bolaño en una entrevista al diario El
Mercurio en el 2003, afirmó: «En realidad, los únicos a los que se les
debería permitir escribir libros de memorias es a los aventureros sangrientos,
a las actrices de cine porno, a los grandes detectives, a los traficantes de
drogas, a los mendigos».
Ahora toca preguntarnos:
¿Acaso no es la paternidad una de las más grandes aventuras que emprende el ser
humano?
Parece ser que Renato
Cisneros, a través de sus recursos de narrador, de su humor, su catarsis del
miedo, de su lenguaje sencillo, el cual no solo ha conectado con sus lectores,
sino también con otros escritores (Bayly escribió en Perú 21 «…nueve horas
desde Miami, se me hizo corto porque leí un libro estupendo de Renato Cisneros,
“Algún día te mostraré el desierto”»), ha logrado mostrar que dicha temática
puede también estremecer al ser humano, ya que acierta en tocar fibras muy íntimas
de cada uno de nosotros, incluso sin saber qué significa ser padres.
Por allí, tal vez, podemos
visualizar con más lógica el triunfo de este título en la Feria Internacional
del Libro de Lima este año, así como los diferentes mensajes que recibe a
menudo (y que muy amorosamente el autor comparte y responde) de sus fans,
quienes no dejan de encontrar en sus libros frases con las que se identifican
sobremanera, sin convertirlo en un Coelho del Twitter o Instagram.
Sea pues, este Diario de paternidad, una muestra entretenida
y ágil (dramática también, revise el final), para todos los escritores que,
algún día, pasaremos por aquel desierto enigmático y misterioso que significa tener
un hijo.
Renato Cisneros presentando la novela comentada en este artículo en la FIL Lima 2019 |
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