Por: Ernesto Facho
Rojas*
No
tenía el recuerdo de haberme entretenido tanto con una novela como
cuando leí La noche es virgen y,
cuando supe que El Francotirador había escrito una narración con personajes de
nombres inusuales y obscenos, me dio muchísima curiosidad retar al autor, a
través de mi lectura, a sostener una historia con dichos personajes.
Francamente, pensé que en las primeras páginas abandonaría esa idea y les daría
nombres como «Juan» o «María», pero no fue así. Pecho Frío (nombre del protagonista y título de la obra) termina, y
todos y cada uno de sus personajes tienen un nombre fuera de serie y acorde con
el temperamento de los mismos.
Jaime Bayly, autor de la novela Pecho Frío: “…la frente cubierta por un
cerquillo frondoso, excesivo, que le daba un aire entre ridículo y juvenil”
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Entonces entendí que sí se puede. Y también comprendí que podía haber otra novela tan o más entretenida que la mencionada líneas arriba.
Pero, ¿de qué trata esta historia?
Pecho Frío es
un empleado mediocre que trabaja en el banco del Progreso. Un día, con su amigo
Boca Chueca, deciden ir a un programa concurso donde un conductor, el cual
tiene un nombre irreproducible, decide ofrecerle un fin de semana con todo
pagado para dos personas a Punta Sal, a cambio de que lo bese. Ante la presión
del público y de su amigo, Pecho Frío accede entre confundido y asustado a la
oferta del irreverente y trasgresor conductor. Esto vendría a ser el asunto que
desata toda la historia, y con el cual están relacionados todos y cada uno de
los sucesos que siguen en el libro.
El primer caso
es referido al rechazo de su esposa, la señora C. Fino, quien al verlo llegar
empieza a recriminarle que sus compañeras del trabajo se iban a burlar de ella,
como ciertamente también lo habían hecho sus colegas del banco del Progreso.
Incluso, nuestro desventurado protagonista, a causa del escándalo, termina
siendo despedido.
Carátula de la novela Pecho Frío
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Aquí es donde
empieza a tener lugar la caricatura de la sociedad limeña, a quien Bayly
retrata como un conjunto de personajes tan ridículos como sus nombres. De
hecho, la novela no deja de ser una especie de crítica social y política. Y es
que desde tiempos antiquísimos se ha utilizado el humor para referirse a las
deficiencias de nuestros gobernantes. Y aunque ahora ya no existen tantos
tabúes ni peligros respecto a opinar sobre el trabajo o la ética de un congresista
o presidente, en Pecho frío se opta
por este camino.
Es así que el
exempleado del banco llega a tener tanta popularidad por el escándalo de la
televisión que empieza a cobrar por entrevistas y, más aún, postula como
vicepresidente después de haberle entablado un juicio al señor P. Amo; juicio,
que terminó por convertirlo en uno de los hombres más poderosos y siniestros
del Perú, con lo cual Bayly plantea una evolución (corrupción) del personaje
bastante interesante, al estilo peruano arribista.
Asimismo, la
novela retrata una Lima, aparte de ambiciosa, corrupta y traidora, también
promiscua. Esto se evidencia en los nombres que les coloca a las conductoras de
los noticieros (mundo al que el autor no es ajeno) que participan en la historia.
Entonces, aquí
nos cabe una pregunta: ¿Es posible crear una obra de arte tomando como materia
prima las diversas experiencias del mundo de la televisión? ¿Resulta
imprescindible que el objeto representado termine por deformar y desmerecer la
historia escrita?
Pienso, que tal
vez la salvación de tanto hechizo light
en la pluma del señor Bayly podría darse a través de la voz de un personaje
profundo, factor que, al parecer, a nuestro Tío Terrible le resulta un asunto
de muy poca urgencia.
Y como un niño
travieso que intenta gastarle una broma a un conjunto de amigos con un tarro de
pintura, nuestro autor termina, también, manchado por esa tinta tan cómica y,
hasta él, resulta siendo víctima de su propia pluma. Es decir, el crítico
burlón se vuelve, también, objeto de sus retratos deformados por el humor.
Estaba tendido en la arena cuando vio que se acercaba caminando el
famoso Niño Terrible, un cincuentón que había conducido en sus años mozos un
programa de televisión llamado «El Tirador». Estaba gordito, panzón, los brazos
nacidos, las tetillas hinchadas, y caminaba con aire distraído, hablando solo,
mirando a un punto incierto, la frente cubierta por un cerquillo frondoso,
excesivo, que le daba un aire entre ridículo y juvenil, a pesar de que los años
se le habían venido encima.
«El Congreso debería llamarse
«Congrezoo», porque es un zoológico», opina uno de los personajes de la novela.
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Otro asunto que me pareció curioso sobre este título, es haber leído que uno de sus personajes proponía una situación muy parecida a la que estamos viviendo en nuestra política actual. ¿Una predicción de Jaime Bayly? Tengamos en cuenta que el libro se publicó el año pasado (2018).
―Si gano, cerraré el Congreso el primer día de mi gobierno. El
Congreso debería llamarse «Congrezoo», porque es un zoológico. Es una cueva de
ladrones, un nido de ratas y serpientes. Lo fumigaré. No necesitamos un
Congreso. Nos ahorramos ese dinero. Y a los congresistas corruptos los metemos
en la cárcel.
Quiero volver al término
«entretener», en el sentido de que leer a Bayly ha sido, siempre, como degustar
una golosina, mientras que los clásicos o las «buenas lecturas» son como esas
sopas cargadas de vegetales y varios nutrientes, con todas sus vitaminas. Pero
nadie ha venido a juzgarlo. Simplemente hay autores para todos los gustos y
leerlo no hace daño.
La novela explora, entre otros
asuntos, el mundo sórdido de la televisión peruana.
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Sin embargo,
sucede aquí lo mismo que con la música, respecto al reggaetón: Podemos leer
algunos libros light para
divertirnos, escuchar de vez en cuando un reggaetón, pero no podemos
sostenernos de manera decente consumiendo únicamente este tipo de lecturas o
música. Es necesario nutrirnos, ser selectos la gran mayoría de veces. La vida
es tan corta, que se me figuran estos años que nos quedan para aprovecharlos al
máximo, en cuanto a consumir arte se refiere, en cuanto consumir nuestras
horas, nuestros tiempos y latidos.
Pero si un día
estás aburrido y ya leíste a Borges o Vallejo, ahora sí te puedes dar el gusto
de leer a Bayly un ratito. No deje de leer a los clásicos.
*Docente y escritor
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