Por: Ernesto Facho
Rojas
Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es
frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.
Jorge Luis Borges
Portada de "Medio siglo con Borges" (Alfaguara 2020) |
La
mano envejecida que empuñaba el rígido bastón de laca; la que sostenía
con ternura el delgado brazo de María Kodama; la que escribió los laberintos,
las cosmogonías y la sangre luminosa del minotauro vencido por Jasón, tiende su
sombra de gigante sobre las páginas del último libro de Mario Vargas Llosa
titulado Medio siglo con Borges.
Cuando lo tuve entre mis manos, después de una casi agónica espera (el anuncio mencionó que llegaría
«en un día», pero en realidad llegó «en un día lejano») lo devoré con gran avidez
y, a continuación, comentaremos qué clase de ropajes nos ha confeccionado el
sastre Vargas Llosa para exaltar la figura del autor de El Aleph.
Son varios los
temas que trata Mario en esta breve publicación, la cual consiste en, más que
un libro en sí, una colección inorgánica de artículos, entrevistas,
conferencias y notas periodísticas sobre este vidente ciego de la literatura
fantástica y erudita.
Este último
título de Vargas Llosa empieza con algo que ningún seguidor suyo esperaría: un
poema del novelista denominado Borges o
la casa de los juguetes: «De la equivocación ultraísta/ de su juventud/,
pasó a poeta criollista,/ porteño,
cursi, patriotero/ y sentimental./ Documentando infamias ajenas/ para una
revista de señoras,/ se volvió un clásico/ (genial e inmortal). »
El más reciente libro de Mario Vargas Llosa exalta y comenta la obra erudita de Borges |
Posteriormente
el narrador nos muestra sus escritos guardados a lo largo de cincuenta años: las
entrevistas a Borges. Uno de los temas más importantes, —aparte de la
irracional insistencia de consultar sobre la modestia de su casa, hacer
hincapié en la famosísima gotera del techo cayendo eternamente sobre una
palangana—, es el tema de la literatura, donde el argentino cuestiona la
utilidad de una novela respecto al relleno que considera llevan necesariamente
estos libros. Allí el arequipeño cita una frase del bonaerense, la cual no
aniquila ningún misterio ni constituye una hermosa revelación. ¿Alguien acaso la
está leyendo por primera vez?
«Desvarío empobrecedor el de
querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que
se puede formular en una sola frase».
Más adelante se nos revela esa figura de Borges ya muy conocida: el anciano juguetón, risueño, vanidoso, erudito, ese que no tiene ningún problema en expresar: «Idolatrar un adefesio porque es autóctono», ya que no se trataba de un intelectual cuya imaginación no podía circunscribirse solo a su Argentina. Borges se consideraba, más bien, un ciudadano del mundo. Así, Vargas Llosa anota en uno de sus escritos:
Borges, Vargas Llosa y Alicia Jurado en 1985 (Imagen tomada de la página "La piedra de Sísifo") |
«Borges no era un escritor prisionero por los barrotes de la tradición
nacional, como puede serlo a menudo el escritor europeo, y eso facilitaba sus
desplazamientos por el espacio cultural, en el que se movía con desenvoltura
gracias a las muchas lenguas que dominaba.»
Este
libro no constituye un estudio a los que
nos tiene acostumbrados el autor de La
ciudad y los perros (véase La Orgía
perpetua: Flaubert y Madame Bovary), pues considero que no profundiza con
sus acostumbrados asedios literarios algún texto específico del ilustre
argentino, sino que más bien lo revisa de una manera general (no por eso
superficial) más apropiado para un periódico, una revista, pero no para
consolidar un libro.
Este manojo de
páginas, más bien resuena con la monotonía hierática de un campanario añejo,
donde unos ecos fantasmales se levantan para repetir, —en un «din don» que se
asemeja, por momentos, a un deja vu
de lector,— frases de Borges que pareciera que el mismo Vargas Llosa toma de un
artículo para completar otro. He allí el lado frágil de esta publicación de Alfaguara.
Sin embargo,
resalto que el texto más bien nos sirve para obtener, de la mano y la ciencia
experta de Mario, unas muy lúcidas definiciones sobre la importancia de la obra
de Borges en el contexto de la literatura latinoamericana y universal.
Vargas Llosa
anota con cierto asombro y admiración culposa, frente al cosmos creativo y
literario del otrora representante del movimiento ultraísta, lo siguiente:
«…uno de los milagros estéticos del siglo que termina, un estilo que
desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la
reiteración que la asfixiaban, que la depuró hasta casi la anorexia y obligó a
ser luminosamente inteligente»
Estatuta de Borges hecha de yeso, frente a la Biblioteca Nacional de Argentina, inaugurada por el 27° aniversario de su muerte |
No obstante,
no todo en Borges termina siendo absolutamente erudito y algebraico, puesto que
siendo un hombre también está compuesto por un corazón. Uno de mis textos
favoritos del libro es el que cierra este conglomerado de escritos en torno al
genio de Ficciones e Historia universal
de la infamia. Me refiero a El viaje
en globo, un apartado lleno de ternura, pasión y un amor que, siendo Borges
quien es, también termina salpicado del humor y una erudición enciclopédica.
Nos cuenta Mario lo gracioso y anecdótico en Borges de tomar un puñado de
arena, arrojarlo y decir al tiempo: «Estoy modificando el Sahara». O cómo no
mencionar esa emoción a oscuras, esa videncia metafísica de su espíritu con la
que solo pudo disfrutar el viaje junto a María Kodama, cuando atravesó diversos
lugares desde las alturas sin que lo pudieran advertir sus ojos físicos. Aquí
me imagino a Borges rezando estos muy dolorosos versos mientras el viento de la
madrugada golpeaba las solapas de su traje y los surcos de su rostro:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la
noche.
Si es cierto
que el genio, la luz reveladora, las paradojas, el lenguaje erudito de Borges
(ese que resuena en los escondrijos de aquella vasta biblioteca que es siempre
su universo) fulminó el espíritu de nuestro Nobel y lo hizo temblar de emoción,
aun siendo el cuentista un autor que iba a contracorriente con las convicciones
literarias que el peruano heredó de Sartre; si todo ello es verdad, estoy
convencido de que le tocaba al marqués de
Vargas Llosa escribir, sílaba por sílaba, verbo por verbo, un estudio mucho
más minucioso y digno del manto literario que ostenta la memoria y el legado de
Borges.
En Ginebra, una ciudad suiza, hay una calle que lleva el nombre del genio argentino |
Se me ocurre
una imagen graciosa del escritor de «El arquitecto de la narrativa urbana»,
vestido con los trajes de un guerrero, negándose a penetrar en los muros
sempiternos de aquel dédalo donde, ciertamente, lo esperaría una criatura
parecida al monstruo Asterión, como un signo difícil de interpretar dentro de
una mítica realidad borgiana.
Es posible que
Vargas Llosa —el estudioso, el crítico— no haya querido, a fondo, ingresar
allí.
Sábado 22 de agosto de 2020
11:04 p.m.
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