Allá en los años noventa, cuando éramos
pequeños, solíamos sentarnos frente al televisor para entretenernos. Mi madre
tomaba el control de ese aparato en el que la familia se regocijaba para
comentar lo que veían, muy al contrario de las malas costumbres de hoy: Los
celulares, entre otras cosas, han aparecido para fabricar zombis como islas,
quienes no tienen reparo en sacar ese aparato y colocarlo a manera de un muro
en el almuerzo.
En esos años
maravillosos, una y otra vez aparecía una figura. Era la misma en Cosas del
amor, en María Emilia muriendo de amor, en Amantes de la luna
llena, así como en tantas otras producciones. En efecto, tuve una niñez
bastante telenovelera. Era lo que había en el menú, a pesar de que muchas veces
contábamos con el servicio de cable.
Naturalmente, el
personaje aludido en estas líneas es Diego Bertie.
De él aprendimos
muchos a enamorarnos, a mirar a la mujer, a —en cierta forma— luchar por lo que
queremos (a través de la ficción) y a pretender el manto de un galán frente al
sexo femenino. En este momento, no tengo ningún otro actor nacional que se me
venga a la cabeza. Los demás han sido mexicanos o brasileños. Pero en Perú
estaba Diego.
Uno memorizaba
las canciones de las novelas que protagonizaba o en las que actuaba. Yo era
niño, pero me llamaba mucho la atención ser algún día como él. No por su
apariencia, sino por sus ademanes que no eran toscos ni burdos, sino más bien
de una inefable delicadeza viril.
"De él aprendimos muchos a enamorarnos, a mirar a la mujer, a —en cierta forma— luchar por lo que queremos (a través de la ficción) y a pretender el manto de un galán frente al sexo femenino". |
Había en él una
especie de aureola, cuya luz alcanzaba a tocar tanto a varones como a mujeres.
Todo ello, suponemos, era el reflejo de ese buen corazón que inspiraba a los
demás a quererlo como antes y extrañarlo como ahora.
En aquel
entonces, época de oro de las telenovelas peruanas, hubiera sido muy perjudicial
para él exponer su homosexualidad. Sin embargo, como quien arrastra a una
víctima hacia el barranco para caer los dos y perecer en los abismos, de esa
misma forma Jaime Bayly delató a Diego a través de un artículo donde aludía a
la sexualidad de ambos.
Pero el valor de
un ser humano siempre va más allá de lo que haga en su intimidad. Y, en
cuestión de arte, es más importante lo que hace el artista que el artista
mismo, como había sugerido Oscar Wilde, otro homosexual confeso, dicho sea de
paso. Al contrario de las minorías con disforia de género que intentan hacerse
un lugar a través de escándalos, él siempre se mantuvo perfil bajo en ese
aspecto. Es decir, no necesitó ventilar su privacidad para conseguir nada ni
tampoco se le vio mostrarse como un personaje oprimido por ningún sistema. Él
solo se valió de su talento, de su indiscutible carisma y de su ángel, aspectos
que sí son determinantes en la persona que se encarga de transmitir emociones a
la audiencia.
"Revelar el arte y ocultar al artista es la finalidad del arte"- Oscar Wilde |
Entonces, ¿era
de esperarse este final trágico y horrible para los últimos días de este
luminoso artista? Tal vez no. Pero, si hay algo que tiene asegurado una persona
de su condición, es ese sufrimiento que asfixia y encarcela a quienes tienen
una orientación sexual fuera de lo convencional.
En el momento en
que un periódico anunció la trágica noticia en redes, recordé las tristísimas
cifras que sufren estas personas. Me refiero a que es sabido que los
homosexuales tienen un índice de suicidios superior en catorce veces respecto a
un heterosexual, que son personas con muchas parejas sexuales y que muchas
veces atraviesan graves episodios de depresión y angustia. Y en nada tiene que
ver el pensamiento arcaico de terceros o el hecho de que las leyes no
consienten los caprichos de algunos de sus abanderados, sino que simple y
sencillamente ir contra la naturaleza ocasiona ciertos estragos a nivel
psicológico.
Insisto: la
cifra de suicidios entre homosexuales no es una apreciación personal, son datos
contundentes. Ellos viven un promedio de 20 años menos que el resto. Incluso
allí podríamos agregar que, siendo apenas el 2% de la población, representan la
asombrosa cifra del 69% de casos de VIH según el portal Hivinfo.
Llegando a este
punto, estoy convencido de que la compañía pudo haberlo salvado. Tratar su
depresión, aliviar los malestares de su espíritu con una mano amiga o la de un
familiar lo hubiera rescatado de las garras de la muerte. Pero, en fin, Diego
ya no está.
Ha caído
exactamente hace un mes desde el piso catorce arrojándose él mismo, porque con
la yema de sus dedos tocó los márgenes de la desesperación y el horror, del
hastío y la sombra. «Y con dragones habrá que luchar» reza uno de los versos de
su más icónico tema. La pregunta se cae de madura: ¿Cabe aquí desear que otros
jóvenes, con tanta luz y tanto ángel como Diego, sean estimulados, arrastrados
hacia la sombra, inculcando valores invertidos, incentivándolos a que confundan
su sexualidad al reforzar los mensajes del lobby LGBT? ¿Por qué tendríamos que
alentar a que más jóvenes se animen a llevar un estilo de vida tan infeliz y
solitario?
Diego ha muerto,
pero no murió por mano ajena. Lo mató ese vacío y desesperación que
experimentan aquellos hombres que contemplan su mundo como si Dios se los
hubiera hecho al revés. En ese contexto, Diego encontró la soledad, la
confusión, la desolación de sentirse una isla o un barco a la deriva con la
opción del vacío en frente.
Se ha cerrado el
telón para Diego definitivamente y, en vez de sucesores, han quedado arlequines
que distraen a las masas con pésimos guiones. «¡Qué difícil es amar!» cantaba
Diego en vida. Pero actuar también debe ser difícil. Y bastante.
¿Volverá a
brillar otro actor con esa misma luz en alguna otra producción nacional?
El panorama es
infinitamente desolador, lo mismo que la partida de este gran artista.
"Se ha cerrado el telón para Diego definitivamente y, en vez de sucesores, han quedado arlequines que distraen a las masas con pésimos guiones". |
Chiclayo,
5 de setiembre de 2022