Por: Ernesto Facho Rojas
Octavio Paz dijo: «Cuando la ola del
romanticismo se retira, el paisaje es desolador: la literatura española oscila
entre la oratoria y la charla, la Academia y el café.» Aquel movimiento ya
estaba completamente explotado por autores como Zorrilla, Espronceda, Bécquer y
otros tantos. Todos ellos españoles. Recordemos que las tendencias literarias
empezaban en Europa (el Romanticismo no fue la excepción). Sin embargo, aunque
esta afirmación no es del todo rotunda, hubo un movimiento iniciado por autores
del nuevo continente, el cual llegó a tener una resonancia sin antecedentes.
Hago la salvedad porque el movimiento Modernista se alimentó de las letras
francesas. Se le acusaba al padre de esta escuela de un «galicismo mental» pero
también se le aplaudió revivir formas clásicas extintas hasta ese entonces y
hacer triunfar ritmos europeos en nuestra lengua hispana. Estamos refiriéndonos
pues a la figura principal de este grupo, cuyos primeros ecos tienen asilo en
Latinoamérica: Rubén Darío, bautizado como Félix Rubén García Sarmiento. Él había
adoptado dicho seudónimo pues tuvo un abuelo llamado Darío con el que se
identificaba a toda la familia. Por eso ellos eran «los Darío». Y Rubén también
lo fue: Rubén Darío.
Pero… ¿qué es el Modernismo? Si Rubén
pudiera abandonar la tumba y presentarse ante nosotros, diría lo mismo que él
afirmó en vida: «El Modernismo no es otra cosa que el verso y la prosa
castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y de la buena prosa
franceses.» Así pues, esta escuela literaria consiste en un refinamiento narcisista
y aristocrático del verso; tuvo profunda renovación estética del lenguaje donde
encontramos los temas de la nostalgia, la tristeza, el exotismo, esa evasión
del mundo material, el cosmopolitismo y sobre todo mucho erotismo. Esto último,
tratado con un «anhelo de trascendencia en el éxtasis».
Y fue tan
poderoso el aleteo del cisne en la Tierra que tuvo representantes en diversos
países. Ellos defendían sus valores de rebeldía y culto a la belleza, a pesar
de que los antiguos poetas rechazan toda actitud contra las formas
convencionales de rimar. Tenemos a los poetas Ángel Estrada y Leopoldo Lugones
(Argentina), José Martí (Cuba), Manuel Gutiérrez Nájera (México), Clemente
Palma –prosa- y José Santos Chocano (Perú), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala),
Pedro Prado (Chile), José Asunción Silva (Colombia), así como Arturo Borja
(Ecuador) y Manuel Díaz Rodríguez (Venezuela). Todos ellos al tanto de las
nuevas publicaciones de Rubén, quien fue considerado como «El domador de Ritmos»,
«El indio divino» por su impronta en la poesía con experimentos de acentos y
voces europeas con gran éxito para el pueblo. Rubén mismo decía que la forma es
lo que toca a las masas. Y él lo logró. Y no sólo a las masas, sino también a
los grandes doctores del verso español, quienes ocupaban el lugar de maestros y
dictaban las nuevas tendencias en cuanto al arte y la literatura en particular.
Muy pocos
hasta ese entonces se habían atrevido a mostrar la sensualidad y la sexualidad
como él en su literatura. La sociedad era muy conservadora y hablar de esos
temas era muy vergonzoso para personas refinadas. Darío, sin dejar la pulcritud
en el decir, lanzó su verso como un meteoro lleno de honestidad y música. Habló
de Leda y el cisne; de los Centauros que se llevaban a las mujeres de Diana, la
cazadora, quienes eran «propicias al culto fálico»; de la «plural historia» de
su corazón, pues en su obra no se reconoció a un único amor. Incluso, deja el
tono estrictamente romántico: Deja de ver a la musa inspiradora y reclama a la
hembra que hay que penetrar. Asimismo, dadas las condiciones de una sociedad
donde es necesario trabajar para progresar, él decide la contemplación y el
ocio. En conclusión, podemos decir que Rubén Darío no sólo desechó los
conceptos de la poesía española, sino que también trasgredió la moral del siglo
diecinueve en cuanto a literatura y le dio más valor a la poesía como producto
espiritual, antes que a cualquier fin utilitario.
Este gran
movimiento se fue alimentando en el interior de su creador a través de voces como las de Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce, Ventura de la Vega. Más
adelante el «poeta niño» tendría como ejemplo a Víctor Hugo, y a los
parnasianos Théophile Gautier, Catulle Mendès, José María de Heredia y sobre todo a Paul
Verlaine. De ellos obtuvo la música y ese refinamiento estético, el matiz
francés junto al galicismo mental del que se le acusaba. Su vocabulario era uno
de los más ricos puesto que no descuidaba los campos semánticos. Se esmeraba en
utilizar palabras que toquen al lector con un ritmo inesperado, llenándolo de
colores insólitos mediante su repertorio. Darío destacó por el uso de términos
como: «jazmines», «nelumbos», «dalias», «crisantemos»,
«lotos», «magnolias», «ágata», «rubí», «topacio», «esmeralda», «diamante»,
«gema», «seda», «porcelana», «mármol», «armiño», «alabastro», todas ellas
palabras seleccionadas con un especial cuidado y dejándolo libre del «pensar
bajo» que criticaba. Así llegaron a nutrirse de una frescura jovial las letras
de América Latina y nadie pensaba en torcerle el cuello al cisne, como propuso
luego Enrique Gonzáles Martínez.
Se suele mencionar al libro «Azul» como el inicio del
Modernismo, aunque donde podemos leer a esta tendencia estética de ritmos y
seres mitológicos es en «Prosas profanas». Allí Darío empleó versos eneasílabos
(9 sílabas métricas), el dodecasílabo (12 sílabas métricas), y el famoso
alejandrino de catorce sílabas, al cual le dio un trato especial. Este
consistía en el manejo de las cesuras o las pausas. Lo más usual era introducir
una pausa al terminar una idea, o por lo menos una frase. Él quiso colocar
estratégica y caprichosamente esa cesura
entre un artículo y un sustantivo, entre un sustantivo y un adjetivo o en medio
de una palabra.
Como una muestra de esa música tan mencionada en este
artículo, cito, para deleite de los lectores un fragmento de un poema del libro
«Prosas profanas». Usted podrá encontrar el texto completo con el nombre de
“Marcha Triunfal”. Ahora, muy querido y apreciado lector, lo reto a ponerse de
pie, tomar aire, mucho aire (sin levantar los hombros como hacen los cantantes)
y leer las siguientes líneas evitando la melodía. Es decir, tratando de ser
monótonos en los acentos.
Obviamente aquello resulta imposible. Todos terminan
cantando cuando leen versos modernistas. Empecemos:
¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros
clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los
paladines.
Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas
Minervas y Martes,
los arcos triunfales en donde las Famas
erigen sus
largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes
llevados por las manos robustas de heroicos atletas (...
llevados por las manos robustas de heroicos atletas (...
O el muy
musical «Sonatina», donde se manifiesta al ideal romántico afrancesado en
ambientes reales:
¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno mar.
El
Modernismo no solo vive en los antiguos salones de Versalles, en la fuente de
Diana o en los cuernos de Pan, símbolos de la poesía de Rubén. El líder de este
movimiento decía que la poesía está en las cosas viejas. Y eso me hizo pensar
que la novedad la estaba sofocando. Que ya no había música ni ideales. Porque a
eso nos arrastra la sociedad actual y sus horarios complejos. La verdadera
poesía pues, se salva y permanece en el corazón de todos los seres humanos que
sobreviven con un ideal o un sueño de libertad y amor universal. En el que
divaga ebrio de locura (y no de alcohol) en sus alegres ficciones y toma aire
de las mismas para volver y combatir este mundo lleno de sueños muertos, de
números y asesinos. Así pues, estas lecturas nos liberan por un instante de
todas esas calamidades. Por eso existe la Poesía.
Y cada
quien tendrá sus propias razones para buscarla y encontrarse.
Facho
Rojas, Ernesto (8 de marzo de 2015). La música erótica de Rubén Darío. Suplemento Dominical- La Industria,
pp.10-11
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