Por:
Ernesto Facho Rojas*
..tu eterna manera
de hablar a la tierra
donde un día nos juntaremos a compartir
la vida que nos faltó vivirla.
S.
Aguilar, (2018). ¢Tempestad
de la nada¢
En febrero del año
pasado, Bethoven Medina —gran amigo y referente de las letras peruanas— me
contactó a través del maestro Milton Manayay, docente de la Universidad
Nacional Pedro Ruiz Gallo, para presentar el producto de una trascendente
gesta: Edición extraordinaria: Antología
General de la poesía de la Libertad, libro que es una selección de poesía dentro de una centuria (1918-2018).
En aquella ocasión, pude presentar la antología en el Salón Consistorial
de Actos de la Municipalidad de Chiclayo. Mientras exponía mi análisis, era
consciente también de que algo importante se estaba llevando a cabo, dado que
comenté a poetas del calibre de Marco Antonio Corcuera, Nixa, Alejandro
Romualdo, Alcides Spelucín, José Watanabe y César Vallejo. ¡Qué honor!
Hace un mes, noté en las publicaciones de Facebook que despedían con
sentidas palabras a una persona, cuyo nombre me había resultado familiar. Al revisar la
información, confirmé que era de uno de los bardos de La Libertad.
Otra luz de poesía se había extinguido en la carne, pero no en la voz.
En la antología citada líneas arriba, Santiago, autor de títulos como Tinieblas Elegidas (1964), Confesiones fuera del almanaque (1970) y
—hermoso título—: Coral de Roca
(1984), aparece en la forma de cinco poemas,
donde nos muestra su pluma, la cual es dueña de una honda reflexión y
cuestionamientos sobre el ser, el universo y el amor mismo. Este último
elemento, en su poética, se identifica como algo inexorablemente ligado a Dios.
Sin embargo, Santiago es un rebelde: duda, acusa, reflexiona, ironiza, se duele
de los mismos dolores de los demás seres humanos y, finalmente, sube al
pedestal con ese cáliz que es propicio a los poetas para tocar su lira.
Su poema Celebración de la madre
es una honda plegaria de amor hacia ese ser sublime que él ha visto partir.
Esta es una de las múltiples formas que adquiere la nostalgia por esa persona
que no está y, desgarradoramente, nos deja un vacío inmenso como un abismo
lleno de ecos y fantasmas. Aquí, el vate del Grupo Trilce, rememora —tristísimo—
algunos de los pasajes vividos con aquel ángel de su infancia:
Madre
hoy entiendo por
qué tendías tus manos al amor
y cual ave en
infinito cubrías mis sueños
con el calor
inmensurable
de tu imagen
dibujada con las acuarelas del aire.
El día se presenta como una oportunidad para iluminar, con sus amorosos
rayos, la imagen de la madre como un refugio para ese hombre que yace solitario
con la pluma y el papel, con el corazón y su memoria. Los versos que cierran la
elegía dicen: «¿A quién le fue dado el poder de hacer perder mi corazón en el
olvido?»
Sin embargo, el poema que me hizo levantar la ceja e inclinarme hacia
atrás en su lectura fue A modo de confrontar
almanaques y contiendas. Estos versos no solo tienen un trasfondo
existencial, (Santiago está frente al cosmos con sus huesos y un enjambre de
preguntas), sino que ostentan poderosas alusiones bíblicas, con las cuales
reclaman cierto aire hierático.
Asimismo, los versos avanzan con un ritmo que no solo golpea, sino que
también seduce y canta: «Acorralado en el laberinto de mis propios fantasmas». En
este sentido, el poeta nos explica que la vida es parte de un plan ideado por
una Fuerza Superior («interpelo a los oráculos», ya todo está escrito); que
tiene la idea de un ciclo («y volvamos todos a un polvo en que nacimos»); que
en este mundo todo es cambiante, pero que el Amor permanece intacto y, esta, es
la esencia divina, punto de partida y de llegada del hombre como criatura.
Cuando Santiago —en ese mismo poema— apunta «sin temor a que la tierra se
rompa en pedazos», nos expresa la fe en un mundo trascendente a las ilusiones
de la materia y la forma.
El poeta partió. En este momento, sus guías deben estar explicándole
cuáles son los procedimientos que debe seguir en el proceso de su
desencarnación. Así, debe estar revisando, palabra por palabra, cada uno de sus
versos para ir desmenuzando el rosario de sus dudas, las cuales lo inquietaban mientras
escribía y cumplía con su misión en la Tierra.
No tuve la oportunidad de conocerlo pero, a través de estas líneas,
siento que lo abrazo en su poesía.
¡Feliz viaje, Santiago Aguilar! ¡Dios lo bendiga, poeta!
*Docente y escritor