(…) con lentitud
y mansedumbre, Jorge Serrano se ubicó en el centro del escenario para cantar
con mucho sentimiento: “Yo no sé… lo que me pasa cuando estoy con vos”. En ese
instante, no pude ignorar la fervorosa respuesta del público. Esa misma imagen
de aquel hombre con el cabello cano estaba copiada en cientos de teléfonos
celulares. Quien suscribe, tampoco pudo evitar filmar para llevarse un poquito
de magia y leyenda a casa. Fue allí cuando sentimos que éramos hermanos, nietos
de un mismo hombre que, por milésima vez, nos volvía a narrar esa misma vieja historia
de amor.
Los auténticos decadentes, al final del concierto, agitando la bandera peruana. |
HACE YA VARIOS MESES, en la
Explanada Perú, se están dando cita muchas bandas de renombre. Sin duda alguna,
me refiero a esta gran revolución sin precedente alguno, la cual tiene por
nombre “Festival Rock de la amistad” y acoge, principalmente, a bandas de ese
género. Educando a la colectividad cumbiambera del norte y promoviendo la buena
música de los ochenta y los noventa, han llegado por aquí agrupaciones como
Libido, Agi-TC antes de usar, Amén y leyendas del rock internacional como Los
rancheros y Vilma Palma e Vampiros. Estos dos últimos, dicho sea de paso, en la
anterior edición tuvieron presentaciones impecables y que nos dejaron en claro
por qué ellos, a través de la historia, siguen manteniendo vivo y palpitante
ese legado que ya es parte de toda Latinoamérica.
Precisamente,
estos extraterrestres han venido a pisar suelo chiclayano. Anteriormente se
decía que, si alguien quería tocar en esta ciudad, había todo tipo de papeleo
absurdo y que las trabas eran muchas. Pero eso, menos mal, ya es historia.
Es así que, a
través del “Festival de Rock de la amistad”, se ha abierto una especie de
conducto, un túnel, un agujero insólito por donde, por fin, podrá hacerse
escuchar la buena música, el rock viril, aquí, en estas tierras que, por
décadas, vivieron excluidas de todo ese placer artístico.
Justamente, para
esta la última edición, se anunciaba por redes que llegaba Afrodisiaco, Los
Rabanes, además de Los auténticos decadentes. Es así que, mi novia y yo,
decidimos aprovechar la oportunidad.
Afrodisiaco, liderada por Koki Bonilla, tuvo una excelente performance el pasado 1 de julio en la Explanada Perú |
Entramos a
reconocer esa pampa en donde, el 28 de abril pasado, se había desatado el furor
con los gritos hacia las canciones de Vilma Palma: “Mojada”, “Auto rojo”,
“Travestis”, donde habíamos coreado “El Che y los Rolling Stone” y “Mujer” de
Los Rancheros. Esta vez encontramos a Dr. Changó. No estuvieron mal, era reggae
suave, pero nada fuera de lo común. Ellos hicieron todo lo posible para animar
al público y, pienso, que en algunos momentos lo lograron. Tal vez tuvieron un
performance mejor que el que describo, pero este oído tan poco entrenado en las
artes de ese género, posiblemente, no los está sabiendo juzgar.
Después de que
el público cumplió con las peticiones de palmas y saltos de la banda telonera,
apareció el muy carismático Koki Bonilla (me llamaron la atención sus
setenteros jeans acampanados) junto con su banda Afrodisiaco. Al principio, yo
no había entendido la presencia de algunos menores —adolescentes— en el lugar,
hasta que ellos, con mucha emoción, empezaron a corear a todo pulmón sus
canciones, a la par que las iban reconociendo e identificando con la situación
de algún personaje de la popular serie Al fondo hay sitio. Allí caí en la
cuenta de que la televisión los había llevado hasta la orilla de Afrodisiaco.
Algo que suelo apreciar mucho en estos eventos es la fidelidad del sonido con
la música del disco. Ha pasado el tiempo y Koki, a mi parecer, conserva la
misma calidad vocal. Escucharlos me pareció muy agradable y encontré, particularmente,
amable al vocalista peruano, quien, en una muestra de afecto hacia nuestra
ciudad, regaló algunos discos suyos, arrojándolos hacia
el público.
Pero ya sabíamos
que se llegaba un terremoto. En ese momento, evoqué mi adolescencia, el primer
televisor plasma que llegó a casa, los años dos mil, esa emoción que
despertaban sus canciones y, de pronto, ya estaban allí, con unos lentes
oscuros que absurdamente los defendían de las sombras de esa noche que ya había
llegado. Eran Los Rabanes.
La energía que poseían era descomunal y el público quedó electrocutado con esos rayos panameños que desprendían en el escenario. No lo intuí ni lo presentí, en mi televisor plasma de los dos mil se veían muy bien, pero hubo un momento en que los dos vocalistas, más que cantantes, parecían barristas o agitadores. Yo me quedé con el recuerdo, más bien, de dos hombres haciendo mucha bulla sobre el escenario, saltando, gritando, dando órdenes de saltar, llamándole la atención a los asistentes, exigiendo más bulla y desorden al público.
Finalmente, hizo
su entrada la banda que todos habíamos estado esperando. Entraron marchando
pausadamente, en contraste con la banda anterior; se acomodaron en sus lugares,
saludaron cariñosamente. Algunos de sus integrantes, fieles a su estilo,
vestían de manera extravagante. Allí estaba Gastón Bernardou, el icónico hombre
de largas trenzas; por allá, Martín Lorenzo con la promesa de “La guitarra”
y, en un rincón, silencioso, con una camisa roja a cuadros, cogiéndose la garganta y algo
serio, el dueño de la voz de ese tema lleno de tanto romanticismo, ese que todo
el mundo ha escuchado cuando suena la canción “Corazón”. Me refiero al señor
Jorge Serrano.
Jorge Serrano, vocalista principal de Los auténticos decadentes. |
Naturalmente, el
público les hizo una ovación estruendosa y telúrica. Ninguno de ellos había
pedido imperativamente aplausos ni que gritaran o saltaran; la gente lo estaba
haciendo por su cuenta y poniendo el corazón. Y ni siquiera habían empezado a
tocar. Los instrumentos cobraron vida, la máquina del tiempo fue rauda hacia
atrás, aparecieron en la pantalla gigantesca sus rostros en aquella época
remota de gloria y, luego, empezaron a tejer su magia, mientras hombres y
mujeres silabeaban cada una de las palabras que salían de la boca de los
cantantes.
En esta
presentación final, hubo dos momentos clave, poderosos. En realidad, hubo más,
pero quiero rescatar dos. El primero fue cuando el aire se paralizó, las luces
se volvieron tenues y, con lentitud y mansedumbre, Jorge Serrano se ubicó en el
centro del escenario para cantar con mucho sentimiento: “Yo no sé… lo que me
pasa cuando estoy con vos”. En ese instante, no pude ignorar la fervorosa respuesta
del público. Esa misma imagen de aquel hombre con el cabello cano estaba
copiada en cientos de teléfonos celulares. Quien suscribe, tampoco pudo evitar
filmar para llevarse un poquito de magia y leyenda a casa. Fue allí cuando sentimos
que éramos hermanos, nietos de un mismo hombre que, por milésima vez, nos
volvía a narrar esa misma vieja historia de amor.
Los auténticos decadentes, tocando en la parte final del concierto. |
El otro momento,
a diferencia del anterior, estuvo colmado de mucha euforia. Eso ya no era un
canto, sino un grito de guerra que nos salía desde lo más íntimo de nuestros
espíritus. Y fue más, cuando vimos a nuestro compatriota Koki Bonilla,
vocalista de Afrodisiaco, acercarse como un niño ilusionado a cantar “La
guitarra”. A través de él, todos sentimos la conexión no solo de Perú con esa
banda mítica, sino que también drenamos, —de alguna manera furiosa o artística,
animosa o mística—, ese pesado estrés que traíamos de nuestros trabajos.
¡Grande Koki!
¡Grande Auténticos Decadentes! Todos estábamos alegres, a pesar de que esa
pretendía ser la última pieza, el último episodio de ese gran concierto.
Al final del
tema, apareció un hombre vestido de bombero y nos echó agua con una manguera.
Traté de cubrir a Yasanny con mi casaca negra, pero fue en vano. El chorro ya
nos había alcanzado. Con algo de agua sobre la cabeza, nos despedimos de ese
lugar, prometiendo que, más adelante, volveríamos para soltar un poco la
amargura, para recargar energías, pero, sobre todo, para seguir entrando en
contacto con esos espíritus que han hecho historia en la música hispanoamericana
y, tratando de olvidar un poco, que la decadencia está más cerca de las calles
de Chiclayo y de sus innumerables baches y agujeros, de su delincuencia y de su
alcaldesa negligente.
¡Larga vida al Festival Rock de la amistad! ¡Larga vida al rock!
Tienes magia literaria para retratar tan bien un momento, hay tanta historia no redactada que está siendo pasada por alto que aportes como este registran la historia de nuestros años, muy Garcilazo de la Vega de tu parte.
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