Por: Ernesto
Facho Rojas*
De allí, de entre esas voces, escuchamos el timbre agudo de María Grazia Gamarra (la criada Dorina), enfundada en unos pantalones marrones y con una evidente giba artificial. Ese contraste sonoro ha sido, de alguna forma, una de las principales columnas de esta historia, algo que no pude percibir al leer la comedia. La otrora protagonista de la serie “Al fondo hay sitio” le hizo honor al apodo que se pone en las redes sociales, ya que nos sacó varias sonrisas.
Cartel promocional de “El Tartufo” de Moliere, bajo la dirección de Jean Pierre Gamarra. |
Antes ya había sentido la plenitud del goce
estético al ver “Otelo” de Shakespeare, bajo la dirección de Jean Pierre
Gamarra. Y me pareció una puesta en escena sublime, como si me mostraran los
personajes temblando desde las mismas páginas de un Shakespeare que toca el
cielo con la punta de los dedos, en plena lucha con el ángel.
De pronto, en mayo, se anunció “El Tartufo”,
también del mismo director y repitiendo a figuras como María Grazia Gamarra, Alonso
Cano y Fernando Luque. Con aquel precedente, me dije: «No me la puedo perder».
A continuación,
dejaré registro de algunas impresiones que tuve al experimentar una vez más el
milagro histriónico de aquellos talentosos actores, quienes le dieron vida a
uno de los embusteros más grandes de la literatura universal.
La obra empezaba
a las ocho de la noche y la cita era en la Alianza Francesa de Miraflores, el 1
de agosto. Después de dar un largo paseo por el malecón de Miraflores,
apreciando la apasionada figura de los amantes en El Parque del Amor, luego de
recorrer el Parque Chino y procurarnos, junto con Yasanny sus padres, un
delicioso almuerzo en uno de los elegantes restaurantes de Larcomar, acudimos
al teatro. Había afuera una larga fila esperando por esa criatura fabricada por
Moliere.
Portada de la obra “El Tartufo”, una comedia en cinco actos escrita en versos alejandrinos por Molière y estrenada en París el 5 de febrero de 1669. |
Al ingresar, de
golpe, nos topamos con la atmósfera, entre hierática y pintoresca, de los
personajes que rezaban el rosario. Parecía que habíamos llegado a presenciar un
ritual cristiano, el cual se prolongó por unos minutos, con gran efusividad.
Luego entendí que aquella escena, la cual no pertenece al guion original, era
una especie de introducción, mientras el público se ubicaba en sus butacas
respectivas.
Desde el doble
privilegio que representa la primera fila, pude respirar a Moliere. Allí estaba
una vez más Fernando Luque (Tartufo), poseído por otro espíritu, completamente
distinto al Yago que aprecié en el “Otelo”. Se mostraba al lado izquierdo del
escenario, subido en un banco antiguo, mientras debajo los personajes atacaban
y defendían, con igual pasión, las acciones del protagonista.
Detrás de él
había una cruz de hierro. La música de los diálogos empezó a llenar el ambiente
de forma natural. De allí, de entre esas voces, escuchamos el timbre agudo de
María Grazia Gamarra (la criada Dorina), enfundada en unos pantalones marrones
y con una evidente giba artificial. Ese contraste sonoro ha sido, de alguna
forma, una de las principales columnas de esta historia, algo que no pude
percibir al leer la comedia. La otrora protagonista de la serie “Al fondo hay
sitio” le hizo honor al apodo que se pone en las redes sociales, ya que nos
sacó varias sonrisas, —incluso algunas estridentes carcajadas— con sus
oportunas intervenciones.
Si bien es
cierto cada actor estuvo a la altura de las circunstancias, mostrándose cómico
y caricaturesco para los propósitos de la historia, también me gustaría
mencionar esa importante fuerza histriónica que le aportó Alonso Cano al
ponerse en los zapatos de Orgón. Con su inquieto peluquín dorado con forma de
hongo, a manera de una aureola que reflejaba la inocencia de quien se dejan
engañar, iba corriendo de un lado a otro. También se dejaba poseer por el
Espíritu Santo, se desmayaba, hacía las veces de abogado y, en uno de los
momentos cúspide de la obra, nos sorprendió atravesando el escenario como un
felino al ejecutar con pulcritud un difícil volantín de ninja.
El triunfo de
aquella inesperada pirueta dejó boquiabierto al público que lo aplaudió,
mientras él seguía escondiéndose torpemente del Tartufo.
Una escena que
comentamos mucho con mis suegros y Yasanny, mientras abandonábamos el recinto y
buscábamos la forma de tomarnos algunas fotos o grabar videos, fue la de
Alejandro Tagle (Damis, hijo de Orgón). Por
un instante, el joven se ubicó en medio del escenario y cogió una especie de
cordones invisibles de donde tenía amarrados nuestros corazones. Él prometía
desenmascarar al impostor con las siguientes palabras, mientras los ojos de la
Alianza Francesa lo seguían con asombro: «Vos tenéis vuestras razones para
obrar así y yo tengo las mías para proceder de otro modo. Querer encubrir a
este hombre es locura».
Tuve el
atrevimiento de escribirles a Éxodo Teatro, los encargados de hacer nacer a los
clásicos del teatro universal y hacerlos respirar el aire tenso y gris de Lima.
Mi objetivo era conversar con Fernando Luque, actor que esta vez nos volvía a sorprender con su magia para transformarse como lo hace el agua, tomando la
forma de los personajes que lo contienen. Me dijeron que le iban a pasar la
voz, que llegaba tarde y se iba temprano, que dictaba clases. No tenía muchas
esperanzas de concretar el encuentro. (Les escribí mientras me preguntaba dónde
estaba el león blanco y por qué, allí en el Parque de las Leyendas, yacía tan
sola la leona sin el macho). Y sí llegué a comunicarme con él, pero nuestros
horarios no pudieron coincidir.
Gracias de todas
formas, Fernando.
¿Se imaginan si
en vez de una crónica hubiera subido una entrevista y unas fotos con Fernando?
Hubiera sido un muy grato recuerdo.
Dejando a un lado mi ambición y abrazando los momentos de la puesta en escena,
recordando, por ejemplo, la pintoresca tensión erótica donde pude apreciar
algunas lágrimas reales puestas como un par de perlas en el rostro de Elmira
(Amaranta Kun, ¡qué gracia y qué pasión para interpretar!) dados los
privilegios de la primera fila, me ha parecido un espectáculo digno del primer
mundo. Aquel ha sido, una vez más —de la mano de Éxodo y Jean Pierre Gamarra y
de sus actores—, otro evento que guardaremos muchos, muchos de los asistentes,
como una joya que llevaremos en nuestros corazones.
Sabemos bien que
la hipocresía es inmortal. Entonces, por los siglos de los siglos, que sigan
reviviendo en los teatros el espíritu y el genio de Moliere.
¡Amén!
Imagen del elenco de “El Tartufo”. Fuente: Lima en escena.
Lima,
sábado 3 de agosto de 2024
5: 16
a.m.
*Docente,
escritor y booktuber
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