Por: Ernesto Facho Rojas
Una figura de Julio Cortázar, dentro de un café en Argentina que le rinde homenaje al escritor |
Cortázar es de otro planeta. De un
mundo donde la literatura necesariamente es juego enmarañado y complicidad.
Cuando empecé a leerlo yo tenía un poco más de veinte años y, cada vez que
acudía a él, como escogiendo una carta del tarot, tomaba uno de sus libros,
escogía una página y de esa línea donde apuntaba el índice, aparecía un ritmo
de jazz que sumergía mi alma en un encantador y misterioso goce estético, el
cual siento que ha tenido un eco en mi obra. Y tal vez nadie haya percibido ese
hilo invisible que hace brillar las luces cuando escribo, pero no importa.
Por otro lado, podemos
decir que no todos tienen las puertas abiertas a ese mundo extraño de Cortázar.
Y que los poetas guardan celosamente las llaves de ese lugar en un rincón de su
pecho. No sé. ¿Qué puedo decir que no se haya dicho antes de este genio que
parece que canta sus historias cuando las escribe?
Hace poco, arrastrado por
el ímpetu que nos dejan sus páginas y el recuerdo de sus lecturas, he pedido
por internet la edición conmemorativa de Rayuela que ha publicado la RAE. Lo he
visto en vídeos por YouTube y me ha parecido hermoso, como una joya que duerme
en lo profundo de un océano. Tiene las tapas duras de color negro y el lomo
rojo. Cuando llegue, empezaré a leer otra vez ese clásico, cuya resonancia aún
sigue viva en mi espíritu, como una llama que ha de arder hasta el final.
Portada del "Ceremonias" que guardo en mi biblioteca |
Y mientras llega, he
buscado en mi biblioteca otro libro suyo: uno de cuentos. Se trata de Ceremonias, título conjunto de dos
famosas colecciones de relatos, Final del
juego y Las armas secretas. De
todo ese manojo de historias, he seleccionado tres cuentos para comentar a
continuación.
1.
La puerta condenada:
Petrone es un hombre que llega al
hotel Cervantes, lugar que ha sido recomendado por un amigo suyo. Allí, en
medio de ese lugar «sombrío, casi tranquilo, desierto», se encuentra con una
atmósfera rara, pero agradable para él que ha visitado ese lugar solo por
negocios. Cuando va a su habitación, se encuentra con que tiene a una
misteriosa vecina al lado de su cuarto. La habitación de la mujer y el suyo
están conectados por una «puerta condenada», cerrada con un mueble, la cual ya
no se ha vuelto a abrir. De noche, cuando intenta dormir, percibe el llanto de
un niño, cuyos ruidos empiezan a tornarse cada vez más extraño. Petrone, frente
a la negativa del gerente respecto a la existencia del niño, empieza a dudar si
realmente ese niño existe.
Esta historia tiene cierto matiz
oscuro, de suspenso, el cual me hizo recordar algunos cuentos de Edgar Allan
Poe. Además, tratándose de la puerta, es posible que haya tenido que ver
también la influencia de la historia de Barba Azul.
Este es un fragmento de La puerta
condenada:
«Encendiendo el velador, incapaz de
volver a dormirse, Petrone se preguntó qué iba a hacer. Su malhumor era
maligno, se contagiaba de ese ambiente donde de repente todo se le antojaba
trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa
hora entre noche y día y que lo engañaba con su mentira insoportable. Golpear
en la pared le pareció demasiado poco. No estaba completamente despierto aunque
le hubiera sido imposible dormirse; sin saber bien cómo, se encontró moviendo
poco a poco el armario hasta dejar al descubierto la puerta polvorienta y
sucia.»
2.
La noche boca arriba
Una particularidad de los cuentos,
así como de las novelas de Cortázar, es que detienen el tiempo. Cortázar sujeta
las agujas del reloj para narrar los pensamientos, las emociones y, como en
este cuento, un olor, el olor de la guerra.
En esta historia hay un motociclista
que sufre un accidente y, adolorido y con fiebre, siente que alterna entre dos
realidades absolutamente opuestas: la habitación cómoda de un hospital y un
extraño ritual de sacrificio azteca. La prosa resulta exquisita, pues avanza
como un colchón de hojas sueltas, cuya savia es la misma poesía y la música del
argentino. El final es, además, aterrador y sorprendente, ya que la voz del
narrador nos estuvo engañando a lo largo de todo el cuento:
«Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por
momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo
nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y
danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de
repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban
llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no
quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su
verdadero corazón, el centro de la vida.»
3.
Las armas secretas
En este cuento Cortázar explora la
libido metafísica y visionaria a través de Pierre, quien es un hombre consumido
por la urgencia del sexo. Y, pese a que esa prisa del hambre carnal es como un
fuego que se anuncia en toda la historia, Cortázar no es obsceno en ningún
momento, sino que su personaje procede con un apetito desesperado que el autor
de Rayuela sabe camuflar y tornar estético, poético y metafísico (Pierre tiene
una especie de videncia). Aquí Cortázar, apelando a su filosofía del lector
macho, no se molestar en especificar el final del cuento, sino que deja al
lector deducir qué es lo que sucederá y cómo terminará el protagonista.
Esta es una muestra de la prosa
apasionada que subyuga a este magistral texto:
«Ahora voy a pensar en ti, querida, solamente en ti toda la noche. Voy a pensar solamente en ti, es la única manera de sentirme a mí mismo, tenerte en el centro de mí mismo como un árbol, desprenderme poco a poco del tronco que me sostiene y me guía, flotar a tu alrededor cautelosamente, tanteando el aire con cada hoja (verdes, verdes, yo mismo y tú misma, tronco de savia y hojas verdes: verdes, verdes), sin alejarme de ti, sin dejar que lo otro penetre entre tú y yo, me distraiga de ti, me prive por un solo segundo de saber que esta noche está girando hacia el amanecer y que allá del otro lado, donde vives y estás durmiendo, será otra vez de noche cuando lleguemos juntos y entremos a tu casa, subamos los peldaños del porche, encendamos las luces, acariciemos a tu perro, bebamos café, nos miremos tanto antes de que yo te abrace (tenerte en el centro de mí mismo como un árbol) y te lleve hasta la escalera (pero no hay ninguna bola de vidrio) y empecemos a subir, subir, la puerta está cerrada, pero tengo la llave en el bolsillo...»
Mario Vargas Llosa dijo una vez que el verdadero
legado de Julio Cortázar no son sus novelas, sino sus cuentos. Habiendo leído
Rayuela, me imagino que Nobel se refería a la novela como algo con una
estructura definida, ordenada y no caóticamente poética como en Cortázar.
Pienso, sin embargo, que el origen, el punto de
partida de Cortázar no se encuentra en la narrativa, sino en la música de su
poesía, en la profundidad y color de sus metáforas.
Por eso digo que el mundo de Cortázar tiene el acceso
libre para los poetas.
Es posible que el Nobel, con su estilo periodístico y
realista, sea un poco insensible a esta lógica de cronopios.
Hoy 26 de agosto de 2020, se cumplen 106 años del nacimiento de Julio Cortázar |
Miércoles 26 de agosto de 2020
1:48 a.m.