Danny Lloyd es quien da vida a Danny Torrance en el filme de Kubrick |
"El resplandor" es una novela colmada de apariciones de fantasmas |
Stephen King, autor de "El resplandor", denominado "El rey del terror" por sus seguidores |
Danny Lloyd es quien da vida a Danny Torrance en el filme de Kubrick |
"El resplandor" es una novela colmada de apariciones de fantasmas |
Stephen King, autor de "El resplandor", denominado "El rey del terror" por sus seguidores |
Por: Ernesto Facho Rojas
La caricia es un
lenguaje
si tus caricias me
hablan
no quisiera que se
callen
Mario
Benedetti
Hace cien años nació
el uruguayo más ilustre de todos los tiempos. Su lenguaje sencillo, —pero
incendiado por una dulce llama de ternura que seducía a la gente, al pueblo,
al hombre de a pie— sigue brillando hasta nuestros días. Notamos cómo sus
palabras, como si fueran monedas siempre vigentes y en curso, aparecen en las
redes sociales. Pienso que no hay cibernauta que no se haya topado con alguna
línea de Benedetti, ya sea en Facebook o Instagram.
Mario Orlando Hardy
Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, nombre completo de nuestro autor, fue un
escritor prolífico, pues publicó más de ochenta libros con traducciones en
diferentes lenguas, entre las cuales no solo contamos obras poéticas, sino
también novelas y obras de teatro. En un inicio leía poemas de Baldomero
Fernández Moreno en la Plaza San Martín, y así poco a poco fue naciéndole la
idea de escribir versos. Y llegó tan lejos, que en este momento me siento
frente a una computadora para rememorar mis pocas lecturas sobre la conmovedora
pluma de este vate pues, a pesar de que destacó en varios géneros, siempre se
consideró un poeta.
Su narrativa también gozó de aquella sencillez que lo llevó a conectar con la gente. Tiene, entre otros títulos, dos novelas que han captado mi atención:
Gracias por el fuego (1965)
Esta es la historia de
Ramón Buñido, quien reflexiona acerca de su vida. La obra empieza con una
reunión de uruguayos. Ellos conversan sobre lo decepcionados que se sienten de
su país, introduciendo un matiz político que me hizo perder interés en la
historia central. Uno de los personajes les comunica que todo Uruguay se ha
inundado y cada uno empieza a rectificarse y manifiestan, quitándose las
caretas, el cariño que sentían por su nación.
La trama continúa con
los recuerdos de Ramón, quien se va a desilusionar de su padre Edmundo (contempla
una violación por parte de Edmundo hacia su madre) y se entra de una amante del
padre. Contiene varios pasajes poéticos. Sin embargo, nuevamente hace un
paralelo entre Edmundo en quien el autor sugiere se ha personificado a la élite
poderosa de Uruguay. El mismo Benedetti, en algunos documentales, cuenta que
sus personajes a pesar de su exilio, siguen transcurriendo y respirando en
Uruguay, ya que su país debía estar presente siempre en su literatura.
Sobre eso no hay duda: es sincero con ella.
Porque le cuenta cosas feas, cosas sucias, cosas terribles. Como si supiera que
el amor de ella es capaz de aceptar ese lado negro de su ser, esa zona del
diablo que nunca muestra a nadie totalmente.
La tregua (1960)
Esta es la historia Martín
Santomé: “Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones
de jubilarme”. Su vida transcurre en medio de una rutina gris a la que casi se
ha acostumbrado. Él comparte este estilo de vida con sus tres hijos, quienes
también tienen sus propios conflictos y crisis. Es una trama que, por momentos,
me resultó algo repetitiva, ya que la historia lleva la forma de un diario y en
un diario perfectamente sucede aquello. Casi es un calco de la vida y la vida
es así. Es necesario contar que Santomé es viudo “la muerte de Isabel es algo
fuerte”. Sin embargo, tiene una segunda oportunidad, pues vuelve a experimentar
un amor renovado con una mujer casi 25 años menor que él: Laura Avellaneda.
A favor de la técnica
del diario utilizada en La tregua,
diremos que el texto se convierte en un relato confesional, algo que agrada
sobremanera al lector que no necesita arquitecturas complejas del lenguaje ni
tramas enrevesadas, pletóricas de un conocimiento técnico de narrador. En sus
páginas notamos el susurro acalorado de la pasión dicho en primera persona, el
mismo que por momentos también nos vuelve cómplices de esta historia con final
lacrimoso.
Asimismo, la versión
cinematográfica de este libro fue la primera película de ese país en ser
nominada a un Premio Oscar.
Lunes 3 de febrero
Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me
alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos
juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.
El amor, las mujeres y la vida (1995)
En la contraportada,
dice: “Este poemario reúne los mejores versos de amor de Mario Benedetti”, ya
que este asunto es como la columna vertebral no solo del libro, sino también es
la temática en la que nuestro autor se sumerge hasta salpicarnos de esa ternura
y ese fuego sencillo que nos toca el pecho. Aquí, al igual que los personajes
de sus libros, encontramos a un hombre que ha recorrido la vida con pasos
firmes, impresionado siempre por ese misterio infinito que es la mujer. A
veces, ella se presenta como un ser lejano, inalcanzable, etéreo. Es allí
cuando Mario Benedetti teje sus versos que van llegando impregnados con un inconfundible
aroma a melancolía, esa sustancia de la que también está hecho ese amor de los
que no se encuentran ni se miran ni se tocan.
Entre las composiciones
más populares del libro encontramos
Táctica y estrategia, Corazón coraza, Te quiero, No te salves, Hagamos un
trato, Pies hermosos, entre otros.
Si bien es cierto, la
belleza que muestra el autor de Pedro y el capitán parece sencilla, la
concepción de un poema con esa transparencia y música que ostentaba el uruguayo
es muy difícil de lograr para un hacedor de versos. Es decir, para cualquier
poeta es más fácil coleccionar palabras raras, alinearlas sobre su escritorio y
hacerlas desfilar con un distinto orden sobre el papel. Esto, gracias a que la
idea misma del poema tiene la suficiente fuerza o poesía como para decirse sin
necesidad de oropeles barrocos.
En Madrid le han hecho
un homenaje esta mañana misma Joaquín
Sabina, Benjamín Prado y Elvira Sastre. Ellos han participado en
un recital donde han leído las letras del maestro, frente a un público que los
ha escuchado enamorado —como siempre— de aquel poeta nacido exactamente hace
cien años.
Asimismo, se ha editado
un libro titulado Cien veces Benedetti,
donde aparecen fotos del autor y cartas suyas y de otros colegas suyos como el
peruano Mario Vargas Llosa y el inmortal Julio Cortázar. Aquí un fragmento de
una carta a Benedetti del autor de Rayuela:
Benedetti, yo no entiendo cómo ha hecho usted
para meterse tan a fondo en el libro y decir de él un montón de cosas que yo no
conseguiría jamás articular coherentemente. (No es falsa modestia; supongo simplemente
que si fuera capaz de entender del todo el libro, no habría conseguido
escribirlo; la parte del balbuceo, de la imposibilidad de objetivar las
corrientes profundas, se convierte en la obra, pero jamás puede situarse en el
plano de la explicación de la obra). Pero esa frase entre paréntesis lo alcanza
también a usted, porque sólo desde adentro se podía ver con tanta claridad el
móvil de Rayuela, y en usted el poeta y el crítico son uno solo frente a la
obra que primero padecen y después elucidan.
Fraternalmente, por su
parte, en alguna ocasión Mario Vargas Llosa le escribió:
Estoy contento de haberte conocido, de que
seamos amigos, de haber leído tus libros. Anoche terminé los cuentos, que me
gustaron tanto como tus poemas y tu ensayo. Pero lo que más me entusiasma es tu
novela: la leí de un tirón, en una noche. Es un magnífico libro, hombre, muy
pocos en América Latina manejan una lengua tan exacta, rica e inteligente. Es
una novela honesta y auténtica, en la que nada está de más y que va contra la
corriente, porque a los subdesarrollados nos gusta contar historias tremendas,
excepcionales, y eludimos lo rutinario y lo banal que, sin embargo, ocupan
sectores más anchos de realidad.
Como se trataba de un autor que
escribía prosa y verso, en su libro La
tregua Benedetti incluye un poema que me ha parecido muy sentido y trágico.
Alguna de sus frases ya la había visto por allí, en algún lugar de las redes
sociales, que es donde pareciera que sigue vivo Mario, como si en realidad
Dios, o alguno de nuestros dioses, en realidad fuera una mujer que ha decidido
que el poeta no muera nunca, a razón de haber quedado cautivada con su poesía.
Me refiero a Última noción de Laura, un
texto desgarrador y que cito a continuación, esperando que estas líneas sirvan
para redescubrir a este autor, de quien curiosamente se dice que se ha
encontrado una nueva novela inédita e incompleta.
A continuación, los versos:
Usted martín santomé no sabe
cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí
ya que aún en el caso de que no estuviera
todavía muriéndome
entonces moriría
sólo de aproximarme a su tristeza.
usted martín santomé no sabe
cuánto he luchado por seguir viviendo
cómo he querido vivir para vivirlo
porque me estoy muriendo santomé
usted claro no sabe
ya que nunca lo he dicho
ni siquiera
en esas noches en que usted me descubre
con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro
su sencillo coraje de quererme (…)
Lunes 14 de septiembre de 2020
3:10 p.m.
Por: Ernesto Facho Rojas
Una figura de Julio Cortázar, dentro de un café en Argentina que le rinde homenaje al escritor |
Cortázar es de otro planeta. De un
mundo donde la literatura necesariamente es juego enmarañado y complicidad.
Cuando empecé a leerlo yo tenía un poco más de veinte años y, cada vez que
acudía a él, como escogiendo una carta del tarot, tomaba uno de sus libros,
escogía una página y de esa línea donde apuntaba el índice, aparecía un ritmo
de jazz que sumergía mi alma en un encantador y misterioso goce estético, el
cual siento que ha tenido un eco en mi obra. Y tal vez nadie haya percibido ese
hilo invisible que hace brillar las luces cuando escribo, pero no importa.
Por otro lado, podemos
decir que no todos tienen las puertas abiertas a ese mundo extraño de Cortázar.
Y que los poetas guardan celosamente las llaves de ese lugar en un rincón de su
pecho. No sé. ¿Qué puedo decir que no se haya dicho antes de este genio que
parece que canta sus historias cuando las escribe?
Hace poco, arrastrado por
el ímpetu que nos dejan sus páginas y el recuerdo de sus lecturas, he pedido
por internet la edición conmemorativa de Rayuela que ha publicado la RAE. Lo he
visto en vídeos por YouTube y me ha parecido hermoso, como una joya que duerme
en lo profundo de un océano. Tiene las tapas duras de color negro y el lomo
rojo. Cuando llegue, empezaré a leer otra vez ese clásico, cuya resonancia aún
sigue viva en mi espíritu, como una llama que ha de arder hasta el final.
Portada del "Ceremonias" que guardo en mi biblioteca |
Y mientras llega, he
buscado en mi biblioteca otro libro suyo: uno de cuentos. Se trata de Ceremonias, título conjunto de dos
famosas colecciones de relatos, Final del
juego y Las armas secretas. De
todo ese manojo de historias, he seleccionado tres cuentos para comentar a
continuación.
1.
La puerta condenada:
Petrone es un hombre que llega al
hotel Cervantes, lugar que ha sido recomendado por un amigo suyo. Allí, en
medio de ese lugar «sombrío, casi tranquilo, desierto», se encuentra con una
atmósfera rara, pero agradable para él que ha visitado ese lugar solo por
negocios. Cuando va a su habitación, se encuentra con que tiene a una
misteriosa vecina al lado de su cuarto. La habitación de la mujer y el suyo
están conectados por una «puerta condenada», cerrada con un mueble, la cual ya
no se ha vuelto a abrir. De noche, cuando intenta dormir, percibe el llanto de
un niño, cuyos ruidos empiezan a tornarse cada vez más extraño. Petrone, frente
a la negativa del gerente respecto a la existencia del niño, empieza a dudar si
realmente ese niño existe.
Esta historia tiene cierto matiz
oscuro, de suspenso, el cual me hizo recordar algunos cuentos de Edgar Allan
Poe. Además, tratándose de la puerta, es posible que haya tenido que ver
también la influencia de la historia de Barba Azul.
Este es un fragmento de La puerta
condenada:
«Encendiendo el velador, incapaz de
volver a dormirse, Petrone se preguntó qué iba a hacer. Su malhumor era
maligno, se contagiaba de ese ambiente donde de repente todo se le antojaba
trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa
hora entre noche y día y que lo engañaba con su mentira insoportable. Golpear
en la pared le pareció demasiado poco. No estaba completamente despierto aunque
le hubiera sido imposible dormirse; sin saber bien cómo, se encontró moviendo
poco a poco el armario hasta dejar al descubierto la puerta polvorienta y
sucia.»
2.
La noche boca arriba
Una particularidad de los cuentos,
así como de las novelas de Cortázar, es que detienen el tiempo. Cortázar sujeta
las agujas del reloj para narrar los pensamientos, las emociones y, como en
este cuento, un olor, el olor de la guerra.
En esta historia hay un motociclista
que sufre un accidente y, adolorido y con fiebre, siente que alterna entre dos
realidades absolutamente opuestas: la habitación cómoda de un hospital y un
extraño ritual de sacrificio azteca. La prosa resulta exquisita, pues avanza
como un colchón de hojas sueltas, cuya savia es la misma poesía y la música del
argentino. El final es, además, aterrador y sorprendente, ya que la voz del
narrador nos estuvo engañando a lo largo de todo el cuento:
«Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por
momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo
nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y
danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de
repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban
llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no
quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su
verdadero corazón, el centro de la vida.»
3.
Las armas secretas
En este cuento Cortázar explora la
libido metafísica y visionaria a través de Pierre, quien es un hombre consumido
por la urgencia del sexo. Y, pese a que esa prisa del hambre carnal es como un
fuego que se anuncia en toda la historia, Cortázar no es obsceno en ningún
momento, sino que su personaje procede con un apetito desesperado que el autor
de Rayuela sabe camuflar y tornar estético, poético y metafísico (Pierre tiene
una especie de videncia). Aquí Cortázar, apelando a su filosofía del lector
macho, no se molestar en especificar el final del cuento, sino que deja al
lector deducir qué es lo que sucederá y cómo terminará el protagonista.
Esta es una muestra de la prosa
apasionada que subyuga a este magistral texto:
«Ahora voy a pensar en ti, querida, solamente en ti toda la noche. Voy a pensar solamente en ti, es la única manera de sentirme a mí mismo, tenerte en el centro de mí mismo como un árbol, desprenderme poco a poco del tronco que me sostiene y me guía, flotar a tu alrededor cautelosamente, tanteando el aire con cada hoja (verdes, verdes, yo mismo y tú misma, tronco de savia y hojas verdes: verdes, verdes), sin alejarme de ti, sin dejar que lo otro penetre entre tú y yo, me distraiga de ti, me prive por un solo segundo de saber que esta noche está girando hacia el amanecer y que allá del otro lado, donde vives y estás durmiendo, será otra vez de noche cuando lleguemos juntos y entremos a tu casa, subamos los peldaños del porche, encendamos las luces, acariciemos a tu perro, bebamos café, nos miremos tanto antes de que yo te abrace (tenerte en el centro de mí mismo como un árbol) y te lleve hasta la escalera (pero no hay ninguna bola de vidrio) y empecemos a subir, subir, la puerta está cerrada, pero tengo la llave en el bolsillo...»
Mario Vargas Llosa dijo una vez que el verdadero
legado de Julio Cortázar no son sus novelas, sino sus cuentos. Habiendo leído
Rayuela, me imagino que Nobel se refería a la novela como algo con una
estructura definida, ordenada y no caóticamente poética como en Cortázar.
Pienso, sin embargo, que el origen, el punto de
partida de Cortázar no se encuentra en la narrativa, sino en la música de su
poesía, en la profundidad y color de sus metáforas.
Por eso digo que el mundo de Cortázar tiene el acceso
libre para los poetas.
Es posible que el Nobel, con su estilo periodístico y
realista, sea un poco insensible a esta lógica de cronopios.
Hoy 26 de agosto de 2020, se cumplen 106 años del nacimiento de Julio Cortázar |
Miércoles 26 de agosto de 2020
1:48 a.m.
Por: Ernesto Facho
Rojas
Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es
frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.
Jorge Luis Borges
Portada de "Medio siglo con Borges" (Alfaguara 2020) |
La
mano envejecida que empuñaba el rígido bastón de laca; la que sostenía
con ternura el delgado brazo de María Kodama; la que escribió los laberintos,
las cosmogonías y la sangre luminosa del minotauro vencido por Jasón, tiende su
sombra de gigante sobre las páginas del último libro de Mario Vargas Llosa
titulado Medio siglo con Borges.
Cuando lo tuve entre mis manos, después de una casi agónica espera (el anuncio mencionó que llegaría
«en un día», pero en realidad llegó «en un día lejano») lo devoré con gran avidez
y, a continuación, comentaremos qué clase de ropajes nos ha confeccionado el
sastre Vargas Llosa para exaltar la figura del autor de El Aleph.
Son varios los
temas que trata Mario en esta breve publicación, la cual consiste en, más que
un libro en sí, una colección inorgánica de artículos, entrevistas,
conferencias y notas periodísticas sobre este vidente ciego de la literatura
fantástica y erudita.
Este último
título de Vargas Llosa empieza con algo que ningún seguidor suyo esperaría: un
poema del novelista denominado Borges o
la casa de los juguetes: «De la equivocación ultraísta/ de su juventud/,
pasó a poeta criollista,/ porteño,
cursi, patriotero/ y sentimental./ Documentando infamias ajenas/ para una
revista de señoras,/ se volvió un clásico/ (genial e inmortal). »
El más reciente libro de Mario Vargas Llosa exalta y comenta la obra erudita de Borges |
Posteriormente
el narrador nos muestra sus escritos guardados a lo largo de cincuenta años: las
entrevistas a Borges. Uno de los temas más importantes, —aparte de la
irracional insistencia de consultar sobre la modestia de su casa, hacer
hincapié en la famosísima gotera del techo cayendo eternamente sobre una
palangana—, es el tema de la literatura, donde el argentino cuestiona la
utilidad de una novela respecto al relleno que considera llevan necesariamente
estos libros. Allí el arequipeño cita una frase del bonaerense, la cual no
aniquila ningún misterio ni constituye una hermosa revelación. ¿Alguien acaso la
está leyendo por primera vez?
«Desvarío empobrecedor el de
querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que
se puede formular en una sola frase».
Más adelante se nos revela esa figura de Borges ya muy conocida: el anciano juguetón, risueño, vanidoso, erudito, ese que no tiene ningún problema en expresar: «Idolatrar un adefesio porque es autóctono», ya que no se trataba de un intelectual cuya imaginación no podía circunscribirse solo a su Argentina. Borges se consideraba, más bien, un ciudadano del mundo. Así, Vargas Llosa anota en uno de sus escritos:
Borges, Vargas Llosa y Alicia Jurado en 1985 (Imagen tomada de la página "La piedra de Sísifo") |
«Borges no era un escritor prisionero por los barrotes de la tradición
nacional, como puede serlo a menudo el escritor europeo, y eso facilitaba sus
desplazamientos por el espacio cultural, en el que se movía con desenvoltura
gracias a las muchas lenguas que dominaba.»
Este
libro no constituye un estudio a los que
nos tiene acostumbrados el autor de La
ciudad y los perros (véase La Orgía
perpetua: Flaubert y Madame Bovary), pues considero que no profundiza con
sus acostumbrados asedios literarios algún texto específico del ilustre
argentino, sino que más bien lo revisa de una manera general (no por eso
superficial) más apropiado para un periódico, una revista, pero no para
consolidar un libro.
Este manojo de
páginas, más bien resuena con la monotonía hierática de un campanario añejo,
donde unos ecos fantasmales se levantan para repetir, —en un «din don» que se
asemeja, por momentos, a un deja vu
de lector,— frases de Borges que pareciera que el mismo Vargas Llosa toma de un
artículo para completar otro. He allí el lado frágil de esta publicación de Alfaguara.
Sin embargo,
resalto que el texto más bien nos sirve para obtener, de la mano y la ciencia
experta de Mario, unas muy lúcidas definiciones sobre la importancia de la obra
de Borges en el contexto de la literatura latinoamericana y universal.
Vargas Llosa
anota con cierto asombro y admiración culposa, frente al cosmos creativo y
literario del otrora representante del movimiento ultraísta, lo siguiente:
«…uno de los milagros estéticos del siglo que termina, un estilo que
desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la
reiteración que la asfixiaban, que la depuró hasta casi la anorexia y obligó a
ser luminosamente inteligente»
Estatuta de Borges hecha de yeso, frente a la Biblioteca Nacional de Argentina, inaugurada por el 27° aniversario de su muerte |
No obstante,
no todo en Borges termina siendo absolutamente erudito y algebraico, puesto que
siendo un hombre también está compuesto por un corazón. Uno de mis textos
favoritos del libro es el que cierra este conglomerado de escritos en torno al
genio de Ficciones e Historia universal
de la infamia. Me refiero a El viaje
en globo, un apartado lleno de ternura, pasión y un amor que, siendo Borges
quien es, también termina salpicado del humor y una erudición enciclopédica.
Nos cuenta Mario lo gracioso y anecdótico en Borges de tomar un puñado de
arena, arrojarlo y decir al tiempo: «Estoy modificando el Sahara». O cómo no
mencionar esa emoción a oscuras, esa videncia metafísica de su espíritu con la
que solo pudo disfrutar el viaje junto a María Kodama, cuando atravesó diversos
lugares desde las alturas sin que lo pudieran advertir sus ojos físicos. Aquí
me imagino a Borges rezando estos muy dolorosos versos mientras el viento de la
madrugada golpeaba las solapas de su traje y los surcos de su rostro:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la
noche.
Si es cierto
que el genio, la luz reveladora, las paradojas, el lenguaje erudito de Borges
(ese que resuena en los escondrijos de aquella vasta biblioteca que es siempre
su universo) fulminó el espíritu de nuestro Nobel y lo hizo temblar de emoción,
aun siendo el cuentista un autor que iba a contracorriente con las convicciones
literarias que el peruano heredó de Sartre; si todo ello es verdad, estoy
convencido de que le tocaba al marqués de
Vargas Llosa escribir, sílaba por sílaba, verbo por verbo, un estudio mucho
más minucioso y digno del manto literario que ostenta la memoria y el legado de
Borges.
En Ginebra, una ciudad suiza, hay una calle que lleva el nombre del genio argentino |
Se me ocurre
una imagen graciosa del escritor de «El arquitecto de la narrativa urbana»,
vestido con los trajes de un guerrero, negándose a penetrar en los muros
sempiternos de aquel dédalo donde, ciertamente, lo esperaría una criatura
parecida al monstruo Asterión, como un signo difícil de interpretar dentro de
una mítica realidad borgiana.
Es posible que
Vargas Llosa —el estudioso, el crítico— no haya querido, a fondo, ingresar
allí.
Sábado 22 de agosto de 2020
11:04 p.m.
Por: Ernesto Facho
Rojas
…buscábamos la salida no hacia afuera, sino hacia adentro
De: Prólogo a Canto Villano
Octavio Paz
Aún
recuerdo con nitidez aquella noche del 12 de marzo de 2009, cuando Rosa
María Palacios anunciaba en su programa que Blanca Varela había fallecido. En
esa ocasión leyó los versos de Currículum
Vitae y esa poderosa esencia, ese sonido no era ni bello ni musical,
como pensaba en ese entonces que debían ser los mejores poemas.
Pronto me puse a investigar sobre
ella y descubrí el cosmos estremecedor de una pluma que ciertamente no era
amiga de lo sonoro, pero sí de una pasión inagotable por expresar lo doloroso
del ser humano. Y, si bien es cierto, hay algunos poemas donde deja entrever el
aspecto de la corporeidad femenina, la maternidad, los mejores poemas me han
parecido aquellos en donde la poeta no se hunde en el innecesario y absurdo egoísmo del género pues, en vez de aislarse y proclamar a viva voz «Mírame que
soy mujer y escribo poesía», la contundencia de su arte ha ido incluso más allá
de cualquier identificación con su sexo. Es decir, Blanca Varela escribía
sencillamente con una voz oscura y doliente, con ese puñado de raíces que
ascienden entre sus páginas y no se detienen a mirarse en los espejos frívolos.
En sus biografías cuentan que estudió
en San Marcos; era una estudiante regular y tuvo la suerte de conocer a
Sebastián Salazar Bondy, quien le había recomendado que leyera a César Moro y a
Martín Adán. Ella misma dijo que las lecturas de esos dos poetas le abrieron
los ojos. Más tarde conocería a José María Arguedas y tendría una participación
activa en las reuniones literarias de aquel entonces, en los años cincuenta.
También se nos ha narrado que ya
cuando tuvo 23 años, con gran determinación y valentía, abandonó su barrio de
Santa Beatriz para marcharse a Francia pues, al igual que Vallejo, quería
cumplir el sueño europeo. La artista partió con su esposo, el pintor Fernando
de Szyszlo.
Allá pudieron trabar amistad con
escritores universales como el cronopio mayor Julio Cortázar, André Bretón,
César Moro, Simone de Beauvoir y, principalmente, con Octavio Paz, quien se
convirtió, hasta la muerte del Nobel mexicano, en uno de los más fieles amigos
de Blanca, pues él la motivó a publicar su primer libro Ese puerto existe, en honor a Puerto Supe.
Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,
nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.
Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.
¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!
Estas experiencias hicieron que
Blanca Varela y su poesía pasaran por una transformación relacionada con, principalmente, dos poderosas influencias: El Movimiento Surrealista de
aquellos círculos franceses, el cual era como una fuerza ineludible en aquellos
tiempos. Ellos creían mucho en la casualidad y amaban el jazz, pues en la
improvisación había mucho de lo que se elige al azar y, a la vez,
por una fuerza superior que trascendía a la razón y la superaba.
Sin embargo, por el otro lado
está la influencia de sus lecturas Existencialistas, con las cuales Varela,
poeta que no se inclina sobre el pedestal de un solo autor, recoge esas dos
corrientes y las incorpora en sus versos, en su poesía que iba abandonando las
antiguas formas de su pluma y se iba llenando de una reflexión sobre
sí misma, la cual dio frutos muy originales a su escritura.
Estos cambios que refiero se
pueden evidenciar en su poemario Luz de día:
Cruza la araña
de sueño a sueño,
invisible puente
del día a la rama.
Torpeza de la mosca,
cristal sin alma.
El abejorro bebe,
la flor sangra.
El jardín es la muerte
tras la ventana.
Sin embargo, sabemos ya que esa especie de destrucción interna, un desorden de los sentidos a causa de un
terremoto interno es lo que mueve al artista a crear, y no precisamente estar
cómodo, con el corazón en calma y en armonía con el cosmos. Y como si la misma
Poesía le hubiera exigido un poco más de ese néctar negro que, tal vez, llevan
las poetisas en los senos, como si acaso celosa de permanecer oculta en algún
lugar de su creadora, la artista, Blanca Varela sufrió el golpe más fuerte de
toda su vida: el 29 de febrero de 1996 muere en un accidente aéreo Lorenzo, el
hijo de la Blanca.
Su arte se vuelve para alimentarse de las flores negras, las cuales se yerguen en medio del dolor, del fuego azul de las heridas. La poeta tiene su primer ataque de trombosis y empieza a apagarse. Aquí es inevitable hacer el vínculo con la argentina Pizarnik y, de ello, podemos llegar tal vez al corolario de que este arte de las palabras carga su combustible en las estancias del duelo y las sombras. Y mientras más se descompone o se pudre una poeta, con más vigor renacerá su poesía, como si fuera un monstruo que absorbe la vitalidad de los artistas.
Así llega su poemario Como Dios en medio de la nada y El falso teclado. De este último libro he rescatado esta joya para ustedes:
El falso teclado
toca toca
todavía tus dedos se mueven bien
el dedo de la nieve y el de la miel
hacen lo suyo
nada suena mejor que el silencio
nuestro desvelo es nuestro bosque
aguza el oído como una hoz
a trillar lo invisible se ha dicho
para eso estamos
para morir
sobre la mesa silenciosa
que suena
Respecto a la desgracia de la artista, Fernando de Szyszlo
dijo: «La muerte de nuestro hijo Lorenzo para Blanca fue terrible, fue una
doble bendición […] porque le impulsó a hacer su mejor poesía, y sin embargo la
mató al mismo tiempo. Ella sobrevivió penosamente la muerte de Lorenzo.»
Una poesía como de la de Blanca Varela,
necesariamente, es producto no solo de la desolación de aquel personaje, sino
también de una rutina de estudio, una lecturas eruditas y un ejercicio
(material) de la escritura que no se restringe a contar versos uno por uno, no.
Su temperamento poético y su
genio rarísimo no hubieran podido limitarse a ello jamás. Y es que la autora de
Concierto animal también fue una
entusiasta escritora de artículos donde hacía crítica de cine y comentaba
libros para revistas como El Dominical
de La Prensa, las revistas Las Moradas y Amaru, esta última de Emilio Adolfo Westphalen, otro gran poeta
surrealista del cual tuvo una importante influencia.
Hoy, 10 de agosto, hubiera cumplido 94 años. Pero la muerte nos la arrebató y ya no ha vuelto a resonar, entre ninguna mujer que respire este aire pandémico de Perú, otra voz así de dolorosa, así de oscura y estremecedora.
Cuánta falta hace —aunque sea— la mitad, la cuarta, la octava parte de una poeta como Varela.
Lunes 10 de agosto de
2020
1: 25 a.m.