domingo, 1 de marzo de 2020

Calcule la Raíz Cúbica de los setenta- La Industria (1/ 03/ 2019) Por: Ernesto Facho Rojas


Reseña sobre la antología del grupo Raíz Cúbica


Mientras arde en la ventana el fulgor rabioso del mediodía, se me ocurre decir que una antología es como un buen jugo surtido. En dicha bebida podemos aprovechar del agradable sabor de las frutas, cuyas esencias yacen confundidas en un mismo sorbo. Dichas publicaciones, pues, son muy provechosas (hasta necesarias) para vislumbrar en un mismo texto la calidad literaria de varios autores con características en común, de tal forma que también apreciamos sus diferencias en distintos aspectos.
En el texto «Raíz Cúbica: La Antología», encontramos los poemas de una generación que se define por su sentido estético aún hermanado con la naturaleza, la nostalgia, la familia, el amor y la madre. Dichos temas son los que recorrerán todo este rosario de versos dispuestos en esta publicación de setiembre de 2019.
En la gran mayoría de ellos apreciamos cómo sus liras se van trenzando con los poderosos recuerdos de una infancia que no solo sabía a naturaleza, aire puro y animales, sino también a penurias económicas. Así, las diferentes voces poéticas que nos conducen por sus senderos llenos de agua y aire, inocencia y lluvias, nos muestran acaso a los niños heridos que viven en los pechos de los poetas que escriben.
«En Manuel Alcalde Palomino, por ejemplo, encontramos al artista que contempla la naturaleza y la vida, los árboles y los pájaros.»

En Manuel Alcalde Palomino, por ejemplo, encontramos al artista que contempla la naturaleza y la vida, los árboles y los pájaros. Su apartado dentro del libro es una oración hacia esa sabiduría que brota de los poros de Natura y se ancla en la infinita nostalgia que llueve sobre sus líneas. Por momentos también es amoroso y tierno, siempre viendo cómo nace un montón de lianas del organismo de la musa para conectarse con la tierra y el trémulo fulgor de las flores azules. Su poesía es la égloga de un pastor moderno que vive enamorado de las aves y las contempla apretando en su pecho la esperanza de volar también él algún día. Los vocablos recurrentes de este autor son: «piedra», «pena», «luto», «tristeza», «soledad», «pájaros».

Un día se acordó que era pájaro,
no le importó las lágrimas de su partida;
echó sus alas y se fue a volar.

El mismo vate, como hemos referido líneas arriba en la descripción general, también cultiva versos de gran ternura amorosa. En la siguiente cita apreciamos cómo se refiere al deleite de encontrar el cuerpo joven de su musa descubierto jamás por nadie antes.

Llegué a ti como un río
como el primer torrente del invierno,
(…) asaltando escondrijos nunca antes profanados.

Por su parte, Ángel Gavidia Ruiz es un poeta más hondo y reflexivo. Ya no solo contempla a su amada a la luz de un crepúsculo sangriento que brota en el horizonte. El autor de «La soledad y otros paisajes» también encarna al filósofo del grupo que hurga dentro de sí mismo e incluye al antiquísimo Heráclito en sus versos. Tiene inclinaciones existenciales y también metapoemas (reflexión de la poesía dentro de un poema), con los cuales el poeta indaga y busca, encuentra y celebra.

Luciérnaga,
imán de mis ojos angustiados,
corazón de la noche,
rendija tierna a la vera del camino.

En otros versos el poeta hace temblar la lira de su inteligencia escribiendo:

Dile que no al olvido,
que danza tiernamente en todo lo que escribo
que es hermoso el camino y un caminante solo
cuando hay noche y luceros
y ella, en la lejanía.

«Fransiles Gallardo es un bardo que vuelve a hundir sus manos de poeta en la verde proliferación de hojas que se mecen en el campo.»

Fransiles Gallardo es un bardo que vuelve a hundir sus manos de poeta en la verde proliferación de hojas que se mecen en el campo. Con la misma admiración de quien descubre el mundo como un cosmos nuevo, contempla los paisajes de su terruño, esboza diestras pinceladas de lo que pasa por sus ojos, se muestra como un visionario de la naturaleza con los pulmones llenos de oxígeno puro. A través de él podemos admirar la belleza poética de los lugares que recorrió en su infancia o en sus años mozos.
Sin embargo, también hace un espacio para reflexionar sobre las palabras a través de las palabras, ensayando una suerte de Arte poética en el siguiente poema, donde también nos refiere la tarea de quien escribe versos:

Ebanista de la palabra, maestro carpintero
en la equinoccial jungla
descubrir
el cedro apropiado sin herirlo ni derribarlo
serrucho en mano seccionar precisa
la tabla el madero elegido

Ya habiendo llegado a esta etapa del cálculo de los factores poéticos, corresponde encontrar la última raíz del grupo, un poeta que no requiere de fórmulas sino que, atendiendo al galope de su corazón, se lanza hacia el abismo de la creación dolorosa, a veces antiestética y con tintes surrealistas.  Nos referimos a Bethoven Medina, quien enciende el último fuego del libro para hacer nacer la luz que se hunde en la raíz del texto estudiado en esta ocasión. Es pertinente mencionar que su poema-novela o poema de largo aliento denominado «Necesario silencio para que las hojas conversen» es un río donde encontramos una mezcla bizarra de términos y expresiones que brotan del dolor más genital de la nostalgia. Ese es el muro donde el poeta se reclina para llorar el recuerdo de su madre, el cual atraviesa su pecho mientras produce un temblor en su escritura.  
Su llanto es doloroso y expresivo:

«Bethoven Medina, quien enciende el último fuego del libro para hacer nacer la luz que se hunde en la raíz (…)»
                          Estoy en el centro de mis venas
abriendo la distancia que crece con tu nombre
ven
la mesa las ollas
no sostienen el vacío de tus manos,
la soledad.

O también cuando nos dice:

Madre, Q.E.P.D./ ligereza aprehendida
sonido apenas contenido
los días vuelan de tus manos.

La presencia en el libro del autor de «Volumen de vida» también es trascendente por su trabajo «Antes niegue sus luces el sol», el cual tiene un suave acento marcial que me recuerda el de José Santos Chocano cuando retrataba a nuestros héroes patrios y los dejaba como gallardos bustos en el marco de sus sonetos. Sin embargo, Bethoven trabaja el versolibrismo y allí también se puede sentir la majestuosidad de aquellos hombres gigantescos, el susurro volcánico de nuestro patriotismo.
Sin lugar a dudas, el grupo Raíz Cúbica, como dice en el prólogo Alberto Alarcón, son parte de esa generación de autores que «marcaron con fuego toda, o casi toda,  la literatura peruana».
Se me viene a la mente la imagen de los cuatro poetas con sendas túnicas raídas, después de haber andado mucho en el desierto, mirando cómo arde la raíz, no cúbica, sino la de un árbol que se parece a las zarzas que contempló Moisés en el monte Sinaí, consumiéndose.
De todas formas ellos se acercarían a llevarse algunas de esas chispas para así, con sus cantos vigorizados por la llama, nutrir a las generaciones venideras con el calor y la contundencia de sus versos.
¿Acaso Rimbaud no dijo que el poeta es un robador de fuego?

Portada del libro Raíz Cúbica