miércoles, 1 de noviembre de 2023

He visto a Shakespeare vivo en Lima |Por: Ernesto Facho R.


 De un momento a otro, vimos a Desdémona en la piel de María Grazia Gamarra. Había saltado como un cisne hasta aparecer cruzando el escenario. Su cabellera de oro hacía juego, en la penumbra, con el resplandor de los antiguos palcos. Como dijo Yasanny: «Se veía muchísimo más joven en persona, una muñequita». De pronto, apareció el valiente Otelo, (el muy talentoso André Silva) con el uniforme militar.

 

André Silva y Maria Grazia Gamarra, protagonistas de la obra "Otelo"


¡Cuánta alegría sentí! Ya habíamos llegado al hermoso teatro.

La emanación de esa purísima luz dorada caía sobre la vereda sucia del Jirón Ica. Y a mí me parecía que aquella línea de oro separaba la realidad de la ficción, la vida real de la literatura, el cielo del purgatorio. Unos minutos antes, yendo a cenar, ya habíamos visto cómo se filtraba, a través de sus estructuras, aquel fulgor que llamaba sobremanera mi atención, con sus elegantes alfombras rojas dentro.

¡Cuánta alegría sentí! Aquella dimensión paralela llamada Teatro Municipal de Lima, inaugurado en 1915, lugar histórico donde alguna vez habían ingresado personajes como José Santos Chocano y María Félix, nos esperaba con el mármol bruñido de sus dos escaleras, las cuales conducían, con gracia, hacia los balcones y la sala principal. Allí pudimos apreciar los estéticos palcos con molduras bañadas en pan de oro y, en el escenario, yacía un gigantesco cañón suspendido, el cual formaba parte de la puesta en escena de aquella obra que me ha dejado marcado y que me ha costado tanto esfuerzo alcanzar a ver: “Otelo” de William Shakespeare, dirigida por Jean Pierre Gamarra.

En aquel espacio cóncavo, a escasos metros del tenebroso escenario, pudimos notar la alegría serena de la gente. Los limeños habían llegado con sacos y gabardinas, con abrigos elegantes, silenciosos y respetuosos en todo momento con el espectáculo que íbamos a presenciar.

De pronto, las luces disminuyeron notablemente su fulgor. Una voz dio las indicaciones previas para disfrutar de la función y se hizo el silencio.

De un momento a otro, vimos a Desdémona en la piel de María Grazia Gamarra. Había saltado como un cisne hasta aparecer cruzando el escenario. Su cabellera de oro hacía juego, en la penumbra, con el resplandor de los antiguos palcos. Como dijo Yasanny: «Se veía muchísimo más joven en persona, una muñequita». De pronto, apareció el valiente Otelo, (el muy talentoso André Silva) con el uniforme militar. Ambos iniciaron una especie de danza contemporánea, mientras —detrás—, como naciendo de entre las misteriosas sombras, a manera de lentos espectros silenciosos, surgían los demás personajes, quienes se ubicaron en lugares específicos con cierta simetría y se quedaron como estatuas.

Fernando Luque, a mi parecer, fue la figura más resaltante en el elenco. 

De aquellas figuras, solo una de ellas cobró vida: el traidor Yago.

Este personaje, encarnado con inteligencia y carisma por Fernando Luque, empezó su atrapante monólogo, desplazándose a lo largo del escenario, mientras se refería a los personajes mudos y quietos que tenía a su disposición.

Ese toque juguetón que le dio Luque a Yago fue, en gran manera, el atractivo mayor de aquella presentación. Mientras se desarrollaba la historia del honorable y respetado moro que trataba de abrir el paso para su matrimonio con Desdémona, aquella seriedad, aquel aliento poético contrastaba con las veces en que el villano tenía divertidos parlamentos. Aquí aparecía burlándose de todos, los metía en su telaraña, desarrollaba ideas perversas casi frente a ellos, los embaucaba y, como si se tratara casi del director de la obra, encausaba el rumbo de la trama con sus diversas y oscuras triquiñuelas.

¿Pero acaso no se trataba de una icónica tragedia, la de los celos? Correcto. Sin embargo, me parece que su director, Jean Pierre Gamarra, ha sabido encaminar la obra de tal suerte que, manteniendo cada línea del texto original, y también gracias a la experiencia de su elenco, ha dejado no solo que Shakespeare se haga entender, sino que se pueda disfrutar, a pesar de los largos monólogos llenos de prosa poética. Esto, además, me ha parecido una de las más grandes fortalezas de esta puesta en escena: haber logrado hacer digerible un texto clásico con discursos llenos de metáforas y demás recursos estilísticos.

“Otelo” duró tres horas. Pero yo hubiera querido que dure cuatro. Nunca antes ninguna ficción había logrado mantenerme tan a la expectativa y disfrutando del goce estético de una producción, como lo sentí este último fin de semana, en la víspera del cierre de temporada.

Jean Pierre Gamarra (director de "Otelo") y Maria Grazia Gamarra (Desdémona). Sí, son hermanos. 

La puesta en escena fue magistral, poética, dinámica y entretenida. Parecía un lienzo donde se había puesto cuidado en cada detalle de la pintura. Y es que no solo brillaron aquellos tres personajes mencionados líneas arriba, sino todos. Otro personaje que me agradó mucho fue Brabancio (Alonso Cano) no solo por el vigor y el dramatismo de su interpretación, sino también por la caracterización. Me encantó verlo aparecer con los cabellos largos y cargando su ropa. También me gustó mucho la valentía de Emilia (Andrea Alvarado), personaje que, más tarde, se sobrepone contra la maldad de su marido para enfrentarlo y, por fin, encontrar la muerte a manos de él.

A estas alturas, ustedes pensarán que toda esa energía potente y otra vez poética ha sido transmitida al público gracias a la fidelidad de los micrófonos. Los personajes hablaban fuerte y entonados, como si estuvieran declamando un poema, articulando a la perfección y sin errar en ninguna palabra. Sin embargo, la acústica de este, uno de los mejores teatros de Sudamérica, hizo posible que pudiéramos escuchar las voces limpias y sonoras sin el uso de ningún artefacto de por medio.

Respecto a la música, se ha sabido introducir el rock de dos piezas de Los prisioneros. Ya en la publicidad se anunciaban los videos en Instagram con el tema de fondo: “Estrechez de corazón”. Y aquella canción fue reservada para el momento del clímax de la obra. Me refiero a la escena en que Otelo hace arder su corazón, como si fuera un carbón, en las llamas del odio y los celos. La música empezó a sonar y Otelo perseguía a Desdémona. Sin embargo, cuando pensé que ese sería el acabose de la obra, el pico más alto de esta pieza de arte, sentí como mi cuerpo se estremeció con tres acciones paralelas: Yago asesinaba a Rodrigo que había atacado a Miguel Casio, Otelo destruía su espíritu mientras preparaba el vil asesinato. Y en medio de ambas acciones, como un cordero que intuye su terrible sino, Desdémona entonaba —a capela— una hermosa y muy sentida canción de adiós.

Después de escuchar al público cubrir con aplausos a los actores, después salir y andar unos metros al hotel por el Jirón Ica, he salido esperanzado del teatro. Una luz de oro, muy parecida al resplandor del Municipal, se anuncia en una época extraña donde el arte, fatídicamente, se confunde con el entretenimiento o el ridículo.

El elenco de "Otelo" de Shakespeare, dirigido por Jean Pierre Gamarra

Ojalá todas las personas que amo y estimo, alguna vez, tuvieran la oportunidad que presenciar lo que yo vi allí. En definitiva, no solo la genial pluma de Shakespeare, sino también la dirección, producción y el talento de su elenco, estoy seguro, harían despertar a esta generación que se impresiona con músicas patéticamente eróticas y tanto contenido idiota en las redes.

Sé que Éxodo Teatro (en coproducción con la Municipalidad Metropolitana de Lima)  también ha estrenado “La vida es sueño” y “El avaro”. También sé que, para el 2024, ya están gestando la puesta en escena de “Hamlet”, otra obra de Shakespeare. Por mi parte, de concretarse aquel proyecto, haré todo lo posible por asistir a una de esas funciones. Por el momento, solo queda continuar leyendo a los clásicos, difundirlos en las escuelas, seguir formando personas ilustradas, con pensamiento crítico.

Así, algún día, tal vez ellos puedan experimentar lo que se siente encontrar a Shakespeare vivo, desde una butaca, mientras afuera sigue su curso otra especie de tragedia, una donde el mundo avanza de espaldas al arte, sumido en la miseria de la rutina, los horarios y los demás compromisos autómatas de la vida adulta.

Todo valió la pena: el viaje de catorce horas, la espera (compramos entradas en agosto), el cansancio, la prisa de una ciudad cuyo tiempo va tan rápido que nos pisa los talones, dormir en los incómodos sillones del bus, volver al trabajo con sueño…

La recompensa de la experiencia me haría repetir el plato una y otra vez.

¡Cuánta alegría sentí! Por fin pudimos ver “Otelo” en el teatro.  

Interior del Teatro Municipal de Lima, fundado en 1915. 


 

 

 

 

Chiclayo, 1 de noviembre de 2023