domingo, 15 de septiembre de 2019

TE ESPERO EN EL PANTEÓN (Fragmento) - La Industria (15/09/2019)


Por: Ernesto Facho*
Somos nuestro propio demonio y hacemos del mundo
nuestro propio infierno
Óscar Wilde
Portada de la novela presentada en el Salón Consistorial de la Municipalidad Provincial de Chiclayo, el 21 de junio de 2019
Esa misma noche del sábado 7 de septiembre, Camilo se separó del grupo e hizo jurar a Moisés y a Franco que no le dirían a nadie dónde estaba, pues Abigaíl iría a buscarlo de inmediato. Otra vez apoyarían a su más grande referencia en cuanto a nociones mujeriles y artes amatorias. Y, así, seguirían al lado de quien les conduciría justamente hacia la gloria de las faldas cortas y los labios entreabiertos.
Camuflados en la poderosa oscuridad de la noche, minutos antes de las once, los hermanos Valdez aguardaban su momento en el Panteón de Belén. El cementerio, entonces museo, estaba congelándoles el alma. No había perdido ni por un momento el aura oscura que maldecía tanto a residentes como a visitantes. Todas esas leyendas aprendidas en la infancia empezaban a llenar sus pensamientos. Pasaron por la tumba del niño Nachito, esa que está cubierta de pelotas, iluminada desde sus cuatro obeliscos por cuatro viejas antorchas, porque el niño en vida temía a los lugares oscuros. Y treparon por el mismo árbol, donde según la leyenda estaba enterrado un vampiro. Se decía que dicho tronco había nacido de la estaca con que habían perforado el corazón de la bestia. Y que el día que alguien derribara sus hojas, el monstruo saldría a vengarse de los descendientes de sus asesinos.
—Joaquín, hermanito —susurró Mario.
—¿Ahora qué pasa? —respondió enojado el mayor de los Valdez. —Luego renegó en voz baja—: ¿No ves que debemos guardar silencio? Ya va a venir Camilo.
—¿Te acuerdas del chavo de medicina que entró corriendo a las ocho de la noche a este mismo panteón para clavar un clavo y se volvió loco? Había hecho una apuesta con sus amigos a que lo hacía.
—Ya había olvidado esa historia.
—Sus amigos lo esperaron casi una hora y cuando entraron a sacarlo el tipo estaba desmayado…
—Cállate, Mario, por favor, ¡no empieces!
—Y cuando despertó, no quedó igual. Ya estaba loquito, muy loco el pobre —dijo con voz entrecortada. 
Pero los dos temblaban de nervios y la ansiedad era un cuchillo que dividía la razón en dos partes: una que apostaba por olvidarlo todo, y otra que buscaba vengarse del padre, a través del hijo, en nombre del espíritu santo de la familia Valdez.
Cuando estuvieron a punto de abandonar el plan, Mario le recordó a Joaquín que Camilo era un impuntual de primera. Esa idea los mantuvo con la esperanza firme, hasta que sucedió: Un sonido de pisadas sobre un césped muerto, se acercaba como un dolor que se iba haciendo más agudo en sus cuerpos. Una equis invisible señalaba el lugar en el que la víctima debía pararse a preguntar por Vania en voz alta, sin ser escuchado por nadie más que por los Valdez. En esa oportunidad, tomaron las precauciones del caso y decidieron asegurarse de que ningún eco, desde aquel ambiente, llegara a alguna parte.
Entonces algo resplandeció con un brillo letal en la noche, lo mismo que los dientes de un lobo distraído en el bosque. Camilo había metido la mano a su bolsillo derecho y había rescatado de allí un objeto. Con cierta maestría, presionó el botón de la navaja plegable y la hoja apareció veloz y sonora, lista para separar pulpa y cáscara del fruto. Él había llevado una manzana al cementerio. ¿Por qué?
De la Piedra tenía la sensación de que en el subconsciente de las niñas persisten los recuerdos de los viejos cuentos infantiles. Cuando les mostraba la manzana, toda ella era como un imán de sentimientos arrancados desde la lejana infancia, los cuales aterrizaban en ese presente para susurrarles al oído que él, al igual que la manzana de Blanca Nieves, era algo peligroso y prohibido.
“Cuando les mostraba la manzana, toda ella era como un imán de sentimientos arrancados desde la lejana infancia (…)”

Y las buscaba rojas, brillantes, jugosas, como un presagio de aquel triunfo que él casi podía acariciar en los márgenes del viento errabundo. Y las llevaba consigo en su camioneta a menudo.
«Está armado, Joaquín», susurró Mario. «Tal vez solo está pelando una manzana. ¿Y si nos descubrió? ¡Qué tal si la Cienfuegos se cabreó y le pasó la voz! Ojalá no sea una trampa para otra trampa», meditó Joaquín.
La noche seguía avanzando. Estaba nublado en algún lugar del cielo, muy lejos de esa luna que no lograron prever. Hasta que las nubes hicieron lo propio: Cubrir el rostro mágicamente amarillo de esa esfera, la que tenía esa actitud de un enorme ojo que empezaba a cerrarse. Ella no iba a ser testigo de «la bromita». No se les podía pasar la mano con el asunto. Sería un escarmiento y nada más, salvo que los ánimos de Joaquín no fueran los mejores a la hora de liberar a su víctima en potencia.
Los hermanos Valdez podían oír los latidos de sus corazones y las respiraciones agitadas de ambos. Habían llevado una red, pero Camilo tenía una navaja. ¿La red que envuelve  la navaja o la navaja que divide la red? Las reglas de ese «piedra, papel o tijeras», ciertamente, eran muy ambiguas. Pero ellos eran corpulentos. Pero algo podía salir mal. Pero…
Camilo seguía gritando el nombre de Vania. Y ambos no podían esperar más tiempo en esa copa. Se marcharía sin que sucediera nada o los descubriría hasta que la nube se alejara del ojo ciclópeo oculto tras las sábanas del cielo. Abandonado a un instinto animal, apelando a su lado primitivo y salvaje, Joaquín, sin avisar a Mario, saltó del árbol y cayó directamente sobre Camilo, atacándolo por la espalda. 
—¡Por los clavos de Cristo resucitado! —gritó aterrado de su propio plan Mario Valdez.
Entonces, antes de ser visto, el mayor tomó la pala que había escondido debajo de unas ramas y golpeó a Camilo en la nuca, desbaratando de una vez por todas, ese espíritu que tantas veces se había burlado de ellos.
Y hubo un silencio preñado de nervios y una satisfacción plena y oscura.
Lo arrastraron unos metros, descubrieron el agujero que habían estado cavando toda la mañana y parte de la tarde y lo echaron dentro. Luego, para tapar el hueco, pusieron encima una lámina de acero muy pesada, con unos agujeros para que respire.

El Panteón de Belén, escenario clave de la novela “Te espero en el panteón”

*Docente y escritor

viernes, 13 de septiembre de 2019

¡Adiós, Camilo Superestar! - La Industria (13/09/2019)


Por: Ernesto Facho Rojas*


La muerte de Camilo Sesto, este 8 de setiembre, despierta en muchos de sus seguidores, una especie de soledad que se abre paso entre un montón de ruido que cubre a la ciudad. No es esta, precisamente, la época de un resurgimiento musical, de verdaderas melodías que envuelven el corazón y lo abandonan en un jardín lleno de bellísimas flores grises. Esta es la época de la bulla. Y podría decirse que Camilo Blanes, fue como un cisne cuyo canto supervivió ante las poderosas tenazas no solo del tiempo, sino del automatismo de la industria musical. Y este representa un verdadero triunfo.

Pero Camilo, con ese perfil de Cristo que lo caracterizaba, sabrá resucitar a este valle donde nos deja solo en cuerpo, porque su espectro alado seguirá bogando en este remanso donde acompañado de ángeles febriles de luz y poesía, tratará de recordarnos esa promesa a la que estamos condenados los soñadores: la belleza.
Éxitos como: «Vivir así es morir de amor», «El amor de mi vida»,  «Algo de mí», «¿Quieres ser mi amante?» o «Perdóname» se han constituido en verdaderos himnos, los cuales seguirán su rumbo como si fueran antorchas de un combustible inacabable. Esto, a razón de que Camilo Sesto no solo fue un hombre perfeccionista con la melodía o el ritmo, sino que puso el corazón también en sus letras; es decir: fue un poeta.
Este ingrediente, justamente, es el que termina colándose por los poros del alma y se asienta en la conciencia. Las figuras literarias que utilizaba, el conocimiento de la retórica, las imágenes limpias, todo ello sumado a la sencillez y la sensibilidad de sus letras eran, a mi parecer, uno de los pilares de su genio, aunque indudablemente su gracia y elegancia lo distinguía de entre los demás caballeros que se asomaban, en los setenta y los ochenta, a encantar los oídos de toda América Latina y el mundo.
En «Si me dejas ahora», apelando a un recurso de animismo muy acostumbrado en nuestro cantautor alicantino recientemente desaparecido, dice:

Si me dejas ahora
mi espíritu se irá tras de ti,
cabalgará día y noche
sintiéndose soñador y Quijote.
Porque ataste mi piel a tu piel
y tu boca a mi boca,
clavaste tu mente a la mía
como una espada en la roca.
Pero Camilo no solo fue músico, sino que fue un canal a través del cual se manifestó la pintura y el teatro.
Y aquí no puedo dejar de mencionar la excelente labor que cumplió en 1975, cuando hizo el papel de Jesús en la ópera rock «Jesucristo Superstar», cuya versión en español él mismo había financiado. Su interpretación es verdaderamente envolvente y reveladora, pues la letra del tema Getsemaní no solo tiene una intensidad que penetra en cada verso de la composición, sino que también se manifiesta en los matices de la voz del artista, quien lleva a un extremo el concepto de dramas musicales. En la canción aludida líneas arriba, además, podemos apreciar cómo nos da una muestra de ese fatalismo existencialista que debió haber experimentado Jesús de Nazaret hace dos mil años:



Dime por qué quieres que me claven en su cruz,
muéstrame el motivo, dame un poco de tu luz,
di que no es inútil tu deseo y moriré,
me enseñaste el cómo, el cuándo, pero no el porqué.

Por ello y por otras razones que no caben en el papel, podemos decir que Camilo Sesto ha sido, indudablemente, otro Cristo, pero con una misión de redención artística. Él apareció como un cometa y fue una explosión sin precedentes en los años en que subió a los escenarios y encendió los corazones y el alma de un público que difícilmente lo borrará de allí.
¿Cuánto tiempo, entonces, tendrá que pasar para que, en la voz de otro muchacho alto y espigado,  escuchemos ese fuego y esa delicadeza digna de un ángel desterrado?
Hasta entonces, solo nos queda atesorar el rastro de la inspiración de Camilo Sesto, el verdadero ángel de la balada en español.
¡Que en paz descanse y Dios lo bendiga!




*Docente y escritor.


domingo, 1 de septiembre de 2019

¡En Halloween todos flotarán!


Por: Ernesto Facho Rojas

«―¿Quieres tu barquito, Georgie? ―El payaso sonreía.
»George también sonrió, sin poder evitarlo.
»―Si, lo quiero.
»El payaso se echó a reír.
»―¡Así me gusta! ¿Y un globo? ¿Quieres un globo?
»―Bueno... sí, por supuesto. ―Alargó la mano pero de inmediato la retiró―. No debo coger nada que me ofrezca un desconocido. Lo dice mi papá.»






Este aterrador alienígeno, que tiene diferentes rostros, aparece en el libro de Stephen King titulado «It» (1986), ejemplar de más de 1200 páginas. Y el motivo de este artículo es comentar y analizar algunos pasajes de esta historia.
Para ubicar a los lectores en el universo de este asesino serial ficticio, la trama se desarrolla en Derry (Maine- EEUU), donde se narran las aventuras de «El Club de los Perdedores» en dos tiempos: los años 50 y los años 80. El protagonista es Bill Denbrough, quien al comienzo de la historia pierde a su hermano George a manos de Pennywise, una entidad extraterrestre que ha vivido miles de años alimentándose cíclicamente de los habitantes de Derry, de quienes aprovecha, además, el miedo.



Otros seis niños se suman a la aventura (Ben Hanscom, Beverly Marsh, Richie Tozier, Eddie Kaspbrak, Mike Hanlon y Stan Uris) donde, de manera separada, enfrentarán y muchas veces huirán del monstruo que toma varias formas en el libro:

«El payaso empezó a evaporarse y, en el proceso fue cambiando. Eddie vio al leproso, a la momia, al pájaro; vio al hombre-lobo y a un vampiro cuyos dientes eran hojas de afeitar dispuestas en ángulos curiosos, como espejos de feria; vio a Frankenstein, a la bestia y a una cosa parecida a una valva carnosa que se abría y se cerraba como una boca; vio diez o doce cosas más, o cien.»

King, en esta colosal obra, apunta por mostrar un ramillete variopinto de personajes. Pues tenemos desde el tartamudo, el gordito con problemas de bullying, el judío, el gracioso, la niña bonita, etc.  Y estos son los cuerpos que maneja a través de oscuros y sangrientos hilos para entrar en temas como el amor, la pubertad, el racismo, la homofobia, la amistad, el incesto y, sobre todo, el terror y la muerte.
La trama, a grandes rasgos, parece absurda. Unos niños intentan vencer a un espectro milenario que toma las vidas de los habitantes de Derry cada 27 años. Ellos, con ayuda de su valentía y un poco de imaginación y fortaleza, intentan acabar con esa cadena interminable de asesinatos y mutilaciones.  Pero no solo enfrentarán a Eso, sino que también deberán lidiar con el impopular Henry Bowers, quien asesina a su padre y abusa de Los Perdedores.
Cuando niños, logran vencer a su enemigo, pero pasados los veintisiete años deben volver, desconectándose de sus vidas exitosas, con el fin de cumplir el pacto que hicieron, si es que Pennywise retornaba. 
No obstante, lo que me adentró en el universo narrativo de King no fue, en un principio, la película dirigida por Andy Muschietti, sino, el hecho de que King «Ostenta el récord Guinness con al menos 230 adaptaciones de sus novelas, relatos breves y cuentos», lo cual me pareció una rareza y un logro olímpico de su pluma.
Pero, ¿qué tiene de atractivo «It»? ¿Por qué ya tiene dos versiones cinematográficas y se hacen llaveros y máscaras y la gente espera como loca la segunda entrega de esta historia en la pantalla grande?



En primer lugar, su lenguaje es sencillo. Stephen King narra su historia como si se la estuviera contando a un grupo de muchachos. Y así lo aconseja en su libro «Mientras escribo», donde afirma que el literato no debe preocuparse tanto por un lenguaje rebuscado, sino por atraer al lector, hacerlo entrar y luego no dejarlo ir.  Sin embargo, esto no quiere decir que por momentos, de manera natural, la poesía aparece para vestir con una belleza burbujeante y oscura sus palabras.
Por otro lado, Stephen no es solo antiestético y oscuro cuando narra. También aborda temas nostálgicos como la niñez y el titubeo nervioso de los primeros amores. Y este último asunto es infalible, pues resulta algo universal y un espejo muy simpático para cualquier ser humano.
Además, King no tiene reparo en «llamar a las cosas por su nombre». Aquí hay un quiebre con los narradores que logran la perfección del estilo pero dejan, como pasajeros abandonados en la carretera de la historia, el interés de los lectores.
Y es que la novela no cansa. La identificación con Los Perdedores es inevitable y uno vive la angustia de todas las persecuciones, así como la rabia contenida de Bill cuando encara a Pennywise. Al principio, nuestro antagonista del espacio no tiene muchas apariciones en la historia, y eso vuelve aún más «deliciosas» sus manifestaciones:

«Henry dejó caer el azadón y empezó a gritarle enfurecido a la luna-fantasma, pero entonces la luna cambió y se convirtió en la cara del payaso. Su cara era un queso blanco, podrido y lleno de hoyos; sus ojos, agujeros negros; su sonrisa roja y sanguinolenta, de tan ingenua y obscena, resultaba insoportable.»

Recordemos, además, aquel instante horrible del leproso, plasmado con las limitaciones del caso en la película:

«Un día, uno de esos tipos había salido a rastras de debajo del porche de la casa, en el 29 de Neibolt (…) Eddie retrocedió, con la piel helada y la boca seca como naftalina. Tenía carcomida una de las aletas de la nariz. Se veía directamente el canal rojo y escamoso.
»No tengo veinticinco centavos -dijo Eddie, retrocediendo hacia su bicicleta.
»Te lo hago por diez graznó el vagabundo, avanzando hacia él.»

Stephen King, en cierto modo, es un autor marginado. ¿Su delito? Vender millones de ejemplares de sus obras en todo el mundo y tener más de una generación enganchada en ese garfio tenebroso de su ficción. El terror, según algunos críticos, no es uno de los temas favoritos de la Academia Sueca. Se le ha propuesto anteriormente para el Premio Nobel, pero la negativa ha sido persistente, como él en la redacción de sus historias, como la fidelidad de sus fans, quienes lo alaban ya desde la comodidad de sus casas, detrás de las páginas de sus libros; o desde la butaca de un cine, con los nervios alterados gracias a la electricidad de su pluma y la suma de sus fobias en cada anécdota contada.
King no es un narrador sentencioso ni hondo “filosóficamente hablando". Luego me pregunto: ¿Es necesario? El miedo es tan antiguo como los dinosaurios, es otro espectro que nos acompaña todos los días, como una alarma que toca fuerte cuando se trata de supervivencia. Y si el miedo a usted lo devuelve a la Noche de Brujas, a mí me recuerda las fiestas infantiles.
La evocación de esos hombres con el rostro pintado me hunde otra vez en el terror del libro.  
Y usted, acaso, ¿ les teme a los payasos?





Facho, E. (2017). ¡En Halloween todos flotarán!. La Industria –Suplemento Dominical.