domingo, 22 de diciembre de 2019

Necesito amistarme para Navidad - La Industria (22/12/19)



Por: Ernesto Facho Rojas*


Cuando Natalia abrió la puerta, encontró una hermosa carreta rústica, cargada de rosas y perfumados lirios. Un oso de peluche comandaba ese móvil inmóvil en su puerta.
Al contemplarla, la muchacha sintió una especie de vahído, pues en la tarjeta decía: «Perdóname».
Una cascada de rocío tomó por asalto a sus ojos café y ya se encontraba con las mejillas húmedas y encendidas. Luego sus puños fueron cerrándose con tal furia que, de un solo golpe, tiró la puerta, produciéndose una ráfaga de aire que derribó unos cuantos pétalos del adorno.
A una cuadra esperaba Teo, mirando la sombra solitaria de ese costoso arreglo, el cual seguía erguido, como si fuera un payaso en el centro del circo, muy seguro de los aplausos que le debe un público ausente.
Las flores y las mujeres tienen un secreto y mágico pacto, una especie de magnetismo entre sí.
Por eso, no podían quedarse allí. Y es que Teo, a sus dieciséis, no creía en aquellas historias donde una mujer se deshacía de un ramo de flores. Aquello sería como negarse a ellas mismas. Luego recordó la canción de Guillermo Dávila:

…como una rosa rota en la basura.

«¿Y si entró para traer unas tijeras y despedazarlas?» se preguntó inseguro, dramático. «No, ese arreglo está muy bonito. Mi hermana me ayudó a elegirlo», reflexionó. Entonces se acercó unos metros, convencido que desde allí, podría neutralizar cualquier ataque de Natalia a ese artefacto romántico, aquella tarde  que ya iba tomando un aspecto gris.


Luego, escuchó el estruendo de una cadena que estaba templándose con furia. Era un perro Gran Danés leonado, de largas orejas caídas, quien observaba el espectáculo inmóvil de aquel oso. El olor de las flores había llamado su atención. Sin duda, la argolla que sostenía esa cadena no duraría mucho tiempo. Miró por ambos lados y parecía que los dueños estaban ocupados, dentro, atendiendo una visita que había aparecido hacía unos minutos con grandes cajas de regalos envueltas en lazos púrpuras y globos. Teo, al llegar, lo había visto preso del fulgor de las luces eléctricas, pero al escuchar el estruendo de la puerta de Natalia, el can  había asomado -con mucha curiosidad- el hocico.
Dispuesto a apoderarse de las flores, como si se tratara del ser homenajeado, el perro empezó a jalar con más fuerza, mientras los ecos de sus ladridos se hacían más potentes y viriles. Dentro, la música de unos villancicos chillones hacía el trabajo de una cortina de humo. Nadie pudo ser testigo de la inminencia del ataque canino sobre esas flores que el viento, casi con lástima, acariciaba y hacía temblar mientras caía la tarde.
Prediciendo la ruptura de la ya frágil cadena, Teo salió corriendo en dirección al arreglo ignorado por su musa. Tenía el cuerpo cubierto por una espesa leche de electricidad, un incendio en la columna vertebral. Anegado en el pavor se preguntó: «¿Podía aventajar al perro?»  Entonces, cuando estuvo a punto de lanzarse sobre las rosas, casi a dos metros del animal, sintió que el mecanismo de la cerradura de la puerta se activaba.
Enseguida, la oscuridad cubrió su entendimiento. El muchacho había llegado al reino de las sombras mientras, del otro lado, escuchaba los gritos de la pequeña Natalia y el sonido de flores masticadas.


Unas horas después, despertó. Estaba con la cabeza envuelta en unas vendas gruesas. Del lado de la oreja izquierda, tenía el gancho que ajustaba la tela. Una palpitación en el cráneo que le punzaba le trajo poco a poco los recuerdos y, su madre, más tarde se lo confirmó:
—¿Y qué pasó, eh, Teo? ¿Por qué se te ocurrió salir como alma que lleva el diablo con tu bicicleta? No viste bien ese camión que venía y ¡zas!, te estrellaste contra él. Tu papá y yo, ¡no sabes!, pensamos lo peor. Creíamos que te ibas a morir. ¡Creíamos que te ibas a morir! Tirado, tú, allá en medio de la pista, ¡Dios mío!
—Perdón, mamá —contestó Teo, preso todavía entre la realidad del sueño y ese otro sueño que es la vida. Luego consultó—: ¿Y el perro? ¿El Gran Danés?
—¡¿Cuál perro, hijito?! Aquí no hay ningún perro. ¿Te sientes bien, papito?
Tuvieron una charla sobre seguridad vial. Le dijeron que Trujillo es muy peligroso. Que hay que tener más cuidado cuando vaya por la Avenida Mansiche, pues estar frente a la capilla no garantizaba nada.
Luego lo dejaron solo. Puso los ojos fijos en la ventana, mientras veía las nubes amontonarse allá, al fondo de un ocaso que el sol empezaba a construir con su ausencia. Un disco encendido como la pulpa de un durazno había desaparecido en el horizonte.
Pero Natalia seguía enojada porque él había hablado con esa niña, esa tal… No recordaba ni el nombre. ¿Acaso había terminado ya esa historia?  El pobre tenía el corazón apaleado por la ausencia de esa rencorosa niña y, parecía, que también era de noche, allí en su corazón.
Entonces alguien abrió la puerta. Pero no había sido el sonido, sino la esencia de los soberbios y frescos tulipanes que, de noche, con su encendido perfume habían llamado su atención. Unos delicados pasos, en medio del silencio, con su peso de nieve iban siguiendo una línea invisible. Así, Teo no quiso abrir los ojos. Y optó por aferrarse a la esperanza: se amarró a la certeza de la dicha, como lo haría un náufrago frente a su tabla de salvación, a flote de la miseria.
Una débil oscuridad se encendió en la habitación. Allí estaban sus ojos caramelo, sus mejillas redondas, su amplia frente en forma de triángulo, la cual terminaba en ese cabello lacio y sedoso que caía sobre sus hombros. Contra sus pequeños pechos, apretaba ¡oh, sorpresa! un peluche color miel que incluso en esa paupérrima luz, todavía ostentaba el celeste lazo alrededor del cuello.
Entonces, sin atender a las heridas del golpe, Teo apresuró los brazos hacia esa figura que cargaba la carreta de flores y ese oso de peluche. Y cuando estuvo a punto de tocarla, cuando el cielo se abrió en forma de una lenta epifanía que descorre una cortina hacia la gloria, escuchó una voz que le decía:
—Teodoro, hijo, despierta. ¡Por Dios! ¡Mira cómo te ha dejado ese perro! ¡Una ambulancia, por favor! ¡Un médico!




FIN






*Docente y escritor

domingo, 1 de diciembre de 2019

Pecho Frío, la novela caricatura de Jaime Bayly



Por: Ernesto Facho Rojas*

No tenía el recuerdo de haberme entretenido tanto con una novela como cuando leí La noche es virgen y, cuando supe que El Francotirador había escrito una narración con personajes de nombres inusuales y obscenos, me dio muchísima curiosidad retar al autor, a través de mi lectura, a sostener una historia con dichos personajes. Francamente, pensé que en las primeras páginas abandonaría esa idea y les daría nombres como «Juan» o «María», pero no fue así. Pecho Frío (nombre del protagonista y título de la obra) termina, y todos y cada uno de sus personajes tienen un nombre fuera de serie y acorde con el temperamento de los mismos.

Jaime Bayly, autor de la novela Pecho Frío: “…la frente cubierta por un cerquillo frondoso, excesivo, que le daba un aire entre ridículo y juvenil”

Entonces entendí que sí se puede. Y también comprendí que podía haber otra novela tan o más entretenida que la mencionada líneas arriba.
Pero, ¿de qué trata esta historia?
Pecho Frío es un empleado mediocre que trabaja en el banco del Progreso. Un día, con su amigo Boca Chueca, deciden ir a un programa concurso donde un conductor, el cual tiene un nombre irreproducible, decide ofrecerle un fin de semana con todo pagado para dos personas a Punta Sal, a cambio de que lo bese. Ante la presión del público y de su amigo, Pecho Frío accede entre confundido y asustado a la oferta del irreverente y trasgresor conductor. Esto vendría a ser el asunto que desata toda la historia, y con el cual están relacionados todos y cada uno de los sucesos que siguen en el libro.
El primer caso es referido al rechazo de su esposa, la señora C. Fino, quien al verlo llegar empieza a recriminarle que sus compañeras del trabajo se iban a burlar de ella, como ciertamente también lo habían hecho sus colegas del banco del Progreso. Incluso, nuestro desventurado protagonista, a causa del escándalo, termina siendo despedido.
Carátula de la novela Pecho Frío

Aquí es donde empieza a tener lugar la caricatura de la sociedad limeña, a quien Bayly retrata como un conjunto de personajes tan ridículos como sus nombres. De hecho, la novela no deja de ser una especie de crítica social y política. Y es que desde tiempos antiquísimos se ha utilizado el humor para referirse a las deficiencias de nuestros gobernantes. Y aunque ahora ya no existen tantos tabúes ni peligros respecto a opinar sobre el trabajo o la ética de un congresista o presidente, en Pecho frío se opta por este camino.
Es así que el exempleado del banco llega a tener tanta popularidad por el escándalo de la televisión que empieza a cobrar por entrevistas y, más aún, postula como vicepresidente después de haberle entablado un juicio al señor P. Amo; juicio, que terminó por convertirlo en uno de los hombres más poderosos y siniestros del Perú, con lo cual Bayly plantea una evolución (corrupción) del personaje bastante interesante, al estilo peruano arribista.
Asimismo, la novela retrata una Lima, aparte de ambiciosa, corrupta y traidora, también promiscua. Esto se evidencia en los nombres que les coloca a las conductoras de los noticieros (mundo al que el autor no es ajeno)  que participan en la historia.
Entonces, aquí nos cabe una pregunta: ¿Es posible crear una obra de arte tomando como materia prima las diversas experiencias del mundo de la televisión? ¿Resulta imprescindible que el objeto representado termine por deformar y desmerecer la historia escrita?
Pienso, que tal vez la salvación de tanto hechizo light en la pluma del señor Bayly podría darse a través de la voz de un personaje profundo, factor que, al parecer, a nuestro Tío Terrible le resulta un asunto de muy poca urgencia.
Y como un niño travieso que intenta gastarle una broma a un conjunto de amigos con un tarro de pintura, nuestro autor termina, también, manchado por esa tinta tan cómica y, hasta él, resulta siendo víctima de su propia pluma. Es decir, el crítico burlón se vuelve, también, objeto de sus retratos deformados por el humor.
   Estaba tendido en la arena cuando vio que se acercaba caminando el famoso Niño Terrible, un cincuentón que había conducido en sus años mozos un programa de televisión llamado «El Tirador». Estaba gordito, panzón, los brazos nacidos, las tetillas hinchadas, y caminaba con aire distraído, hablando solo, mirando a un punto incierto, la frente cubierta por un cerquillo frondoso, excesivo, que le daba un aire entre ridículo y juvenil, a pesar de que los años se le habían venido encima.

«El Congreso debería llamarse «Congrezoo», porque es un zoológico», opina uno de los personajes de la novela.

Otro asunto que me pareció curioso sobre este título, es haber leído que uno de sus personajes proponía una situación muy parecida a la que estamos viviendo en nuestra política actual. ¿Una predicción de Jaime Bayly? Tengamos en cuenta que el libro se publicó el año pasado (2018).
Si gano, cerraré el Congreso el primer día de mi gobierno. El Congreso debería llamarse «Congrezoo», porque es un zoológico. Es una cueva de ladrones, un nido de ratas y serpientes. Lo fumigaré. No necesitamos un Congreso. Nos ahorramos ese dinero. Y a los congresistas corruptos los metemos en la cárcel.
Quiero volver al término «entretener», en el sentido de que leer a Bayly ha sido, siempre, como degustar una golosina, mientras que los clásicos o las «buenas lecturas» son como esas sopas cargadas de vegetales y varios nutrientes, con todas sus vitaminas. Pero nadie ha venido a juzgarlo. Simplemente hay autores para todos los gustos y leerlo no hace daño.

La novela explora, entre otros asuntos, el mundo sórdido de la televisión peruana.

Sin embargo, sucede aquí lo mismo que con la música, respecto al reggaetón: Podemos leer algunos libros light para divertirnos, escuchar de vez en cuando un reggaetón, pero no podemos sostenernos de manera decente consumiendo únicamente este tipo de lecturas o música. Es necesario nutrirnos, ser selectos la gran mayoría de veces. La vida es tan corta, que se me figuran estos años que nos quedan para aprovecharlos al máximo, en cuanto a consumir arte se refiere, en cuanto consumir nuestras horas, nuestros tiempos y latidos.
Pero si un día estás aburrido y ya leíste a Borges o Vallejo, ahora sí te puedes dar el gusto de leer a Bayly un ratito. No deje de leer a los clásicos.


*Docente y escritor

domingo, 27 de octubre de 2019

En el nombre del padre y sus fantasmas- La Industria (27/10/19)


Reseña de la novela Algún día te mostraré el desierto

Por: Ernesto Facho Rojas

La literatura puede servir como terapia. Uno quiere deshacerse de sus fantasmas y lo hace exteriorizándolos de diferentes maneras y a través del arte que mejor le parezca. No obstante, podemos decir también que resulta importante esa forma en que desalojamos a este huésped que vive, como dice Bécquer, «Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos».
Borges, por ejemplo, dijo: «Pero cuando escribo, trato de tener cierto pudor. Como escribo por intermedio de símbolos, y nunca me confieso directamente, la gente supone que esa álgebra corresponde a frialdad.»

Renato Cisneros, autor de “Algún día te mostraré el desierto”

Sin embargo, también encontramos autores que suelen ser directos, teniendo cuidado en no colocar las preseas retóricas que a veces sirven como muletas o relleno. (O a veces, como esa sangre que nutre los músculos de la prosa mágica y sonora).
Este es el caso de la novela «Algún día te mostraré el desierto» de Renato Cisneros, la cual es como un hombre desnudo, muchas veces sin ambages, atormentado («Al escuchar la palabra "niña", mi cabeza se llenó de un tosco ruido de madrugada cuando finalizaba la programación del día», pág. 45) y reflexivo, el cual cuenta cómo es vivir, experimentar de primera mano, ese terremoto llamado paternidad.
Debo confesar que la parte del enamoramiento entre Natalia y Renato no me gustó. Fue más bien graciosa, («Cuando estoy borracho se me da por la telepatía», pag. 23) pero no contaba nada novedoso. Tal vez aquí, pienso, se pudo echar mano del lenguaje que empieza a cobrar vida con el nacimiento de Julieta. El libro mismo, podría decir, se va nutriendo de esa clarísima luz de la primogénita del autor, incluso desde el anunciamiento de la criatura. Es decir, aquí se corrobora lo que afirma Renato en sus páginas:
Los hijos son vampiros o cuervos que toman de lo ajeno para sobrevivir. Los escritores hacemos lo mismo: sustraemos la esencia de otro para nutrir a nuestros personajes. (pag. 66)
Esto, a razón de que la aproximación de la niña empieza a crear fisuras en el piso del escritor: tiene delirios (otra vez el humor, ingrediente importante en Cisneros) respecto a su función de suegro en potencia, imaginando a un malintencionado yerno que aún no existe.

Portada de la novela

Algo que me parece vital, esencial, profundo en el texto, —el cual debido a su carácter experimental tiene varios matices—, es la parte ensayística del relato, la cual muy bien puede servir como un catálogo exclusivo para padres escritores primerizos. En esta parte, cuenta cómo otros autores hacen una pausa en su labor intelectual y se encargan de sus retoños. De Balzac, Cisneros rescata la siguiente frase: «Los que no tienen hijos ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores» (pag. 93)
Ahora bien, el libro, en cuanto a estilo, más bien lo encuentro como una sola metáfora que refleja el ritmo cardiaco de un hombre al convertirse en padre. Me explico: La novela arranca con un lenguaje sencillo, simple a veces, pero en cuanto empieza a acercarse Julieta, con esa luz de ángel que termina por teñir algunas páginas de la historia, la obra empieza  mutar, a transformarse, al igual que la vida de Cisneros, incluso en cuanto a la profundidad de sus sentencias, a la contundencia de sus frases.
Es decir: Julieta aparece y transforma al narrador y a lo narrado. ¡Genial!  
El «efecto Julieta» consigue páginas muy logradas y poéticas, las cuales siendo incluso terapia, avanzan como un río sentimental que parece contemplar una epifanía.
¿Ya estará Julieta respirando el aire de este mundo? ¿Estará lista para la tormenta eléctrica que es la vida? ¿Qué voy a hacer con tanta fragilidad en mis manos? Lo frágil le rehúye a la fragilidad (…) Respirar para eliminar malos pensamientos, para aplacar este corazón agitado a punto de hacerse añicos de felicidad, esa hermosa variante de la desesperación. (pág. 163)
Esta novela autobiográfica nos lleva, además, a cuestionar o reflexionar sobre la propuesta de Joyce Carol Oates, quien nos dice que no se debe escribir sobre personajes cultos o intelectuales, sino sobre hombres de acción.
Por su lado, el genial Roberto Bolaño en una entrevista al diario El Mercurio en el 2003, afirmó: «En realidad, los únicos a los que se les debería permitir escribir libros de memorias es a los aventureros sangrientos, a las actrices de cine porno, a los grandes detectives, a los traficantes de drogas, a los mendigos».
Ahora toca preguntarnos: ¿Acaso no es la paternidad una de las más grandes aventuras que emprende el ser humano?
Parece ser que Renato Cisneros, a través de sus recursos de narrador, de su humor, su catarsis del miedo, de su lenguaje sencillo, el cual no solo ha conectado con sus lectores, sino también con otros escritores (Bayly escribió en Perú 21 «…nueve horas desde Miami, se me hizo corto porque leí un libro estupendo de Renato Cisneros, “Algún día te mostraré el desierto”»), ha logrado mostrar que dicha temática puede también estremecer al ser humano, ya que acierta en tocar fibras muy íntimas de cada uno de nosotros, incluso sin saber qué significa ser padres.
Por allí, tal vez, podemos visualizar con más lógica el triunfo de este título en la Feria Internacional del Libro de Lima este año, así como los diferentes mensajes que recibe a menudo (y que muy amorosamente el autor comparte y responde) de sus fans, quienes no dejan de encontrar en sus libros frases con las que se identifican sobremanera, sin convertirlo en un Coelho del Twitter o Instagram.
Sea pues, este Diario de paternidad, una muestra entretenida y ágil (dramática también, revise el final), para todos los escritores que, algún día, pasaremos por aquel desierto enigmático y misterioso que significa tener un hijo.

Renato Cisneros presentando la novela comentada en este artículo en la FIL Lima 2019

domingo, 20 de octubre de 2019

Joven Broly, su película fue la mejor - La Industria (20 /10/19)


Por: Ernesto Facho*

A Gabriel Facho Rojas, por su valentía
y su fuerza


“…una nueva película denominada Dragon Ball Súper: Broly, donde se devela o construye un poco más acerca del origen de esa raza de guerreros, los saiyajin.”

En la atmósfera del cine se respiraba emoción pura y alegría. La tenue oscuridad no podía ocultar los rostros de los niños (y no tan pequeños) ansiosos por ver a sus héroes favoritos en batalla, y de paso alabar ese recuerdo que tiene un ancla indestructible en la infancia o la niñez de muchos.
El diez de enero, Akira Toriyama hizo entrega de una nueva película denominada Dragon Ball Súper: Broly, donde se devela o construye un poco más acerca del origen de esa raza de guerreros, los saiyajin, quienes nos tienen cautivados desde hace más de veinte años con sus historias. Pero, ¿anteriormente ya no se habían estrenado tres cintas protagonizadas por el Súper Saiyajin Legendario? La diferencia radica en que el mismo Akira Toriyama se ha encargado de escribir la leyenda, y no como en anteriores ocasiones, verbigracia «Dragon Ball GT», «Dragon Ball Héroes», o los otros filmes sobre este mismo guerrero.
Al igual que en la entrega de 2018, «La resurrección de Frezzer», se revela una nueva transformación, esta vez solo para el príncipe de los saiyajin. Al enfrentarse con el antagonista de la historia, vemos cómo Vegeta va dominando la pelea mientras asciende en niveles. Broly no tenía experiencia en la lucha, solo había tenido entrenamiento con su padre Paragus. Finalmente, en la sala del cine se escucha un ruido que me hizo sentir que estaba viendo un partido de fútbol. La gente aplaudió dominada por una emoción incontrolable: Vegeta se mostraba en la pantalla envuelto en resplandores dorados y rojos. Había alcanzado el nivel de Súper Saiyajin Dios.


“Vegeta se mostraba en la pantalla envuelto en resplandores dorados y rojos. Había alcanzado el nivel de Súper Saiyajin Dios.” 

Otra diferencia que se debe rescatar, contrastando esta versión con la de Toei Animation, es el trazo de Broly como personaje de ficción.
Aquí, Toriyama aprovechó para volverlo más humano y darle un sentido más sensato a su rivalidad. Por ello, ideó incluir a dos personajes más, a través de los cuales el saiyajin mutante manifiesta su sensibilidad y ternura. Sí, Akira volvió a Broly sentimental, incluso nostálgico. Estos dos personajes son: Chelye y Bah, el monstruo amigo de su infancia. La primera, (heroína hipersexualizada en el énfasis que tiene el dibujo de su trasero redondo) porque en su condición de mujer y apelando a su delicadeza, lo defiende del maltrato que le da su padre al controlarlo a través de un collar, como si fuera un perro. Y el segundo, porque le enseña al saiyajin más fuerte el valor de la amistad. De esta manera, nuestro antagonista ya llega con recursos emocionales para construir un vínculo de camaradería con el popular Kakarotto.



El nexo entre Chelye y Broly, podríamos decir, es un recurso de intertextualidad en base a «La Bella y la Bestia», el cual también se ha utilizado en «The Avengers», por ejemplo, con el caso de Bruce Bane (Hulk) y la Viuda Negra.
Sin embargo, me sigo preguntando respecto a la construcción del personaje: ¿Por qué caben dentro de un mismo héroe alguien que recuerda y habla con elocuencia sobre su amigo Bah, alguien que gruñe y se mueve como un salvaje (el puente entre el Broly de Akira y el de Toei Animation) y  el Broly berseker, monstruo destructor, montaña de músculos, villano tradicional y todopoderoso? Siento que ni el mismo creador de Dragon Ball ha podido unir con naturalidad las dos primeras personalidades dentro de un mismo cuerpo.
Respecto a la fuerza titánica, su padre Paragus es muy claro: «Al parecer se las ingenió para transformarse y controlar el poder que los saiyajin obtienen cuando se convierten en Ōzaru, pero sin su lentitud.» Además, en el canal de Indie Arts en YouTube se explica un dato que ha quedado en el aire y podría resultar hasta irracional. Y es el hecho de que Broly pueda combatir con un dios saiyajin en su estado base. Esto se debe a que el guerrero pertenece a un Rango Universal de poder, el cual está situado, entre todos los niveles de este universo, por encima del Rango Místico (alcanzado por Gohan) y casi al mismo nivel del Rango Divino (Gokú y ahora también Vegeta, flameando con sus ki de color rojo y dorado y con el cabello rosa).
Sin embargo, con todos los errores de animación que se le puedan atribuir, la banda sonora que repite el nombre del villano, desaprovechar el gigantesco potencial de Frezzer y reducirlo a un arlequín («¡¡¡JOVEN BROLY, SU QUERIDO PADRE ACABA DE SER ASESINADO!!!»), con todo ello, Dragon Ball Súper: Broly sigue siendo la mejor película que ha salido de las manos mágicas y creadoras de Akira Toriyama.
Es una joya que tiene una trama ágil, rápida, con animación 2D para el resto de la película, pero con la soberbia y el aura épica del 3D para las escenas de las batallas en el Continente de Hielo. De solo escuchar a Bulma mencionar que irían allí, al vincularlo con las escenas de los adelantos en la publicidad, una corriente eléctrica de frío recorrió la sangre de los espectadores. Ya estaban viendo todo lo que se les había prometido.
Además, ahora este saiyajin trastornado y destruido por la ira y el salvajismo nato de su raza, ha sido recuperado por su creador para ser incluido como un personaje canónico. Es decir, ya forma parte de la historia original y no ha quedado en vilo como un satélite. No más. Y con esta misma suerte corrió Gogeta, fusión de los protagonistas. Ambos, entrañables y muy queridos, aun con su poder y violencia mostrados, han sido parte de un filme que resalta valores como el perdón, la solidaridad, la amistad y la ternura.


Gogeta Blue, fusión que aparece en el último filme de Akira Toriyama

Ansiosos por ver más transformaciones y nuevas batallas, esperamos que la imaginación de Akira Toriyama siga creciendo a manera de una esfera de energía, de esas que sin mucho esfuerzo crean sus fabulosos personajes, y nos devuelva a las butacas del cine otra vez emocionados, otra vez con esa corriente que transita el cuerpo de un terrícola cuando se sabe al encuentro de la raza saiyajin.
Y de no suceder aquello, buscaremos las esferas del dragón para remediarlo.




*Docente y escritor

domingo, 15 de septiembre de 2019

TE ESPERO EN EL PANTEÓN (Fragmento) - La Industria (15/09/2019)


Por: Ernesto Facho*
Somos nuestro propio demonio y hacemos del mundo
nuestro propio infierno
Óscar Wilde
Portada de la novela presentada en el Salón Consistorial de la Municipalidad Provincial de Chiclayo, el 21 de junio de 2019
Esa misma noche del sábado 7 de septiembre, Camilo se separó del grupo e hizo jurar a Moisés y a Franco que no le dirían a nadie dónde estaba, pues Abigaíl iría a buscarlo de inmediato. Otra vez apoyarían a su más grande referencia en cuanto a nociones mujeriles y artes amatorias. Y, así, seguirían al lado de quien les conduciría justamente hacia la gloria de las faldas cortas y los labios entreabiertos.
Camuflados en la poderosa oscuridad de la noche, minutos antes de las once, los hermanos Valdez aguardaban su momento en el Panteón de Belén. El cementerio, entonces museo, estaba congelándoles el alma. No había perdido ni por un momento el aura oscura que maldecía tanto a residentes como a visitantes. Todas esas leyendas aprendidas en la infancia empezaban a llenar sus pensamientos. Pasaron por la tumba del niño Nachito, esa que está cubierta de pelotas, iluminada desde sus cuatro obeliscos por cuatro viejas antorchas, porque el niño en vida temía a los lugares oscuros. Y treparon por el mismo árbol, donde según la leyenda estaba enterrado un vampiro. Se decía que dicho tronco había nacido de la estaca con que habían perforado el corazón de la bestia. Y que el día que alguien derribara sus hojas, el monstruo saldría a vengarse de los descendientes de sus asesinos.
—Joaquín, hermanito —susurró Mario.
—¿Ahora qué pasa? —respondió enojado el mayor de los Valdez. —Luego renegó en voz baja—: ¿No ves que debemos guardar silencio? Ya va a venir Camilo.
—¿Te acuerdas del chavo de medicina que entró corriendo a las ocho de la noche a este mismo panteón para clavar un clavo y se volvió loco? Había hecho una apuesta con sus amigos a que lo hacía.
—Ya había olvidado esa historia.
—Sus amigos lo esperaron casi una hora y cuando entraron a sacarlo el tipo estaba desmayado…
—Cállate, Mario, por favor, ¡no empieces!
—Y cuando despertó, no quedó igual. Ya estaba loquito, muy loco el pobre —dijo con voz entrecortada. 
Pero los dos temblaban de nervios y la ansiedad era un cuchillo que dividía la razón en dos partes: una que apostaba por olvidarlo todo, y otra que buscaba vengarse del padre, a través del hijo, en nombre del espíritu santo de la familia Valdez.
Cuando estuvieron a punto de abandonar el plan, Mario le recordó a Joaquín que Camilo era un impuntual de primera. Esa idea los mantuvo con la esperanza firme, hasta que sucedió: Un sonido de pisadas sobre un césped muerto, se acercaba como un dolor que se iba haciendo más agudo en sus cuerpos. Una equis invisible señalaba el lugar en el que la víctima debía pararse a preguntar por Vania en voz alta, sin ser escuchado por nadie más que por los Valdez. En esa oportunidad, tomaron las precauciones del caso y decidieron asegurarse de que ningún eco, desde aquel ambiente, llegara a alguna parte.
Entonces algo resplandeció con un brillo letal en la noche, lo mismo que los dientes de un lobo distraído en el bosque. Camilo había metido la mano a su bolsillo derecho y había rescatado de allí un objeto. Con cierta maestría, presionó el botón de la navaja plegable y la hoja apareció veloz y sonora, lista para separar pulpa y cáscara del fruto. Él había llevado una manzana al cementerio. ¿Por qué?
De la Piedra tenía la sensación de que en el subconsciente de las niñas persisten los recuerdos de los viejos cuentos infantiles. Cuando les mostraba la manzana, toda ella era como un imán de sentimientos arrancados desde la lejana infancia, los cuales aterrizaban en ese presente para susurrarles al oído que él, al igual que la manzana de Blanca Nieves, era algo peligroso y prohibido.
“Cuando les mostraba la manzana, toda ella era como un imán de sentimientos arrancados desde la lejana infancia (…)”

Y las buscaba rojas, brillantes, jugosas, como un presagio de aquel triunfo que él casi podía acariciar en los márgenes del viento errabundo. Y las llevaba consigo en su camioneta a menudo.
«Está armado, Joaquín», susurró Mario. «Tal vez solo está pelando una manzana. ¿Y si nos descubrió? ¡Qué tal si la Cienfuegos se cabreó y le pasó la voz! Ojalá no sea una trampa para otra trampa», meditó Joaquín.
La noche seguía avanzando. Estaba nublado en algún lugar del cielo, muy lejos de esa luna que no lograron prever. Hasta que las nubes hicieron lo propio: Cubrir el rostro mágicamente amarillo de esa esfera, la que tenía esa actitud de un enorme ojo que empezaba a cerrarse. Ella no iba a ser testigo de «la bromita». No se les podía pasar la mano con el asunto. Sería un escarmiento y nada más, salvo que los ánimos de Joaquín no fueran los mejores a la hora de liberar a su víctima en potencia.
Los hermanos Valdez podían oír los latidos de sus corazones y las respiraciones agitadas de ambos. Habían llevado una red, pero Camilo tenía una navaja. ¿La red que envuelve  la navaja o la navaja que divide la red? Las reglas de ese «piedra, papel o tijeras», ciertamente, eran muy ambiguas. Pero ellos eran corpulentos. Pero algo podía salir mal. Pero…
Camilo seguía gritando el nombre de Vania. Y ambos no podían esperar más tiempo en esa copa. Se marcharía sin que sucediera nada o los descubriría hasta que la nube se alejara del ojo ciclópeo oculto tras las sábanas del cielo. Abandonado a un instinto animal, apelando a su lado primitivo y salvaje, Joaquín, sin avisar a Mario, saltó del árbol y cayó directamente sobre Camilo, atacándolo por la espalda. 
—¡Por los clavos de Cristo resucitado! —gritó aterrado de su propio plan Mario Valdez.
Entonces, antes de ser visto, el mayor tomó la pala que había escondido debajo de unas ramas y golpeó a Camilo en la nuca, desbaratando de una vez por todas, ese espíritu que tantas veces se había burlado de ellos.
Y hubo un silencio preñado de nervios y una satisfacción plena y oscura.
Lo arrastraron unos metros, descubrieron el agujero que habían estado cavando toda la mañana y parte de la tarde y lo echaron dentro. Luego, para tapar el hueco, pusieron encima una lámina de acero muy pesada, con unos agujeros para que respire.

El Panteón de Belén, escenario clave de la novela “Te espero en el panteón”

*Docente y escritor

viernes, 13 de septiembre de 2019

¡Adiós, Camilo Superestar! - La Industria (13/09/2019)


Por: Ernesto Facho Rojas*


La muerte de Camilo Sesto, este 8 de setiembre, despierta en muchos de sus seguidores, una especie de soledad que se abre paso entre un montón de ruido que cubre a la ciudad. No es esta, precisamente, la época de un resurgimiento musical, de verdaderas melodías que envuelven el corazón y lo abandonan en un jardín lleno de bellísimas flores grises. Esta es la época de la bulla. Y podría decirse que Camilo Blanes, fue como un cisne cuyo canto supervivió ante las poderosas tenazas no solo del tiempo, sino del automatismo de la industria musical. Y este representa un verdadero triunfo.

Pero Camilo, con ese perfil de Cristo que lo caracterizaba, sabrá resucitar a este valle donde nos deja solo en cuerpo, porque su espectro alado seguirá bogando en este remanso donde acompañado de ángeles febriles de luz y poesía, tratará de recordarnos esa promesa a la que estamos condenados los soñadores: la belleza.
Éxitos como: «Vivir así es morir de amor», «El amor de mi vida»,  «Algo de mí», «¿Quieres ser mi amante?» o «Perdóname» se han constituido en verdaderos himnos, los cuales seguirán su rumbo como si fueran antorchas de un combustible inacabable. Esto, a razón de que Camilo Sesto no solo fue un hombre perfeccionista con la melodía o el ritmo, sino que puso el corazón también en sus letras; es decir: fue un poeta.
Este ingrediente, justamente, es el que termina colándose por los poros del alma y se asienta en la conciencia. Las figuras literarias que utilizaba, el conocimiento de la retórica, las imágenes limpias, todo ello sumado a la sencillez y la sensibilidad de sus letras eran, a mi parecer, uno de los pilares de su genio, aunque indudablemente su gracia y elegancia lo distinguía de entre los demás caballeros que se asomaban, en los setenta y los ochenta, a encantar los oídos de toda América Latina y el mundo.
En «Si me dejas ahora», apelando a un recurso de animismo muy acostumbrado en nuestro cantautor alicantino recientemente desaparecido, dice:

Si me dejas ahora
mi espíritu se irá tras de ti,
cabalgará día y noche
sintiéndose soñador y Quijote.
Porque ataste mi piel a tu piel
y tu boca a mi boca,
clavaste tu mente a la mía
como una espada en la roca.
Pero Camilo no solo fue músico, sino que fue un canal a través del cual se manifestó la pintura y el teatro.
Y aquí no puedo dejar de mencionar la excelente labor que cumplió en 1975, cuando hizo el papel de Jesús en la ópera rock «Jesucristo Superstar», cuya versión en español él mismo había financiado. Su interpretación es verdaderamente envolvente y reveladora, pues la letra del tema Getsemaní no solo tiene una intensidad que penetra en cada verso de la composición, sino que también se manifiesta en los matices de la voz del artista, quien lleva a un extremo el concepto de dramas musicales. En la canción aludida líneas arriba, además, podemos apreciar cómo nos da una muestra de ese fatalismo existencialista que debió haber experimentado Jesús de Nazaret hace dos mil años:



Dime por qué quieres que me claven en su cruz,
muéstrame el motivo, dame un poco de tu luz,
di que no es inútil tu deseo y moriré,
me enseñaste el cómo, el cuándo, pero no el porqué.

Por ello y por otras razones que no caben en el papel, podemos decir que Camilo Sesto ha sido, indudablemente, otro Cristo, pero con una misión de redención artística. Él apareció como un cometa y fue una explosión sin precedentes en los años en que subió a los escenarios y encendió los corazones y el alma de un público que difícilmente lo borrará de allí.
¿Cuánto tiempo, entonces, tendrá que pasar para que, en la voz de otro muchacho alto y espigado,  escuchemos ese fuego y esa delicadeza digna de un ángel desterrado?
Hasta entonces, solo nos queda atesorar el rastro de la inspiración de Camilo Sesto, el verdadero ángel de la balada en español.
¡Que en paz descanse y Dios lo bendiga!




*Docente y escritor.


domingo, 1 de septiembre de 2019

¡En Halloween todos flotarán!


Por: Ernesto Facho Rojas

«―¿Quieres tu barquito, Georgie? ―El payaso sonreía.
»George también sonrió, sin poder evitarlo.
»―Si, lo quiero.
»El payaso se echó a reír.
»―¡Así me gusta! ¿Y un globo? ¿Quieres un globo?
»―Bueno... sí, por supuesto. ―Alargó la mano pero de inmediato la retiró―. No debo coger nada que me ofrezca un desconocido. Lo dice mi papá.»






Este aterrador alienígeno, que tiene diferentes rostros, aparece en el libro de Stephen King titulado «It» (1986), ejemplar de más de 1200 páginas. Y el motivo de este artículo es comentar y analizar algunos pasajes de esta historia.
Para ubicar a los lectores en el universo de este asesino serial ficticio, la trama se desarrolla en Derry (Maine- EEUU), donde se narran las aventuras de «El Club de los Perdedores» en dos tiempos: los años 50 y los años 80. El protagonista es Bill Denbrough, quien al comienzo de la historia pierde a su hermano George a manos de Pennywise, una entidad extraterrestre que ha vivido miles de años alimentándose cíclicamente de los habitantes de Derry, de quienes aprovecha, además, el miedo.



Otros seis niños se suman a la aventura (Ben Hanscom, Beverly Marsh, Richie Tozier, Eddie Kaspbrak, Mike Hanlon y Stan Uris) donde, de manera separada, enfrentarán y muchas veces huirán del monstruo que toma varias formas en el libro:

«El payaso empezó a evaporarse y, en el proceso fue cambiando. Eddie vio al leproso, a la momia, al pájaro; vio al hombre-lobo y a un vampiro cuyos dientes eran hojas de afeitar dispuestas en ángulos curiosos, como espejos de feria; vio a Frankenstein, a la bestia y a una cosa parecida a una valva carnosa que se abría y se cerraba como una boca; vio diez o doce cosas más, o cien.»

King, en esta colosal obra, apunta por mostrar un ramillete variopinto de personajes. Pues tenemos desde el tartamudo, el gordito con problemas de bullying, el judío, el gracioso, la niña bonita, etc.  Y estos son los cuerpos que maneja a través de oscuros y sangrientos hilos para entrar en temas como el amor, la pubertad, el racismo, la homofobia, la amistad, el incesto y, sobre todo, el terror y la muerte.
La trama, a grandes rasgos, parece absurda. Unos niños intentan vencer a un espectro milenario que toma las vidas de los habitantes de Derry cada 27 años. Ellos, con ayuda de su valentía y un poco de imaginación y fortaleza, intentan acabar con esa cadena interminable de asesinatos y mutilaciones.  Pero no solo enfrentarán a Eso, sino que también deberán lidiar con el impopular Henry Bowers, quien asesina a su padre y abusa de Los Perdedores.
Cuando niños, logran vencer a su enemigo, pero pasados los veintisiete años deben volver, desconectándose de sus vidas exitosas, con el fin de cumplir el pacto que hicieron, si es que Pennywise retornaba. 
No obstante, lo que me adentró en el universo narrativo de King no fue, en un principio, la película dirigida por Andy Muschietti, sino, el hecho de que King «Ostenta el récord Guinness con al menos 230 adaptaciones de sus novelas, relatos breves y cuentos», lo cual me pareció una rareza y un logro olímpico de su pluma.
Pero, ¿qué tiene de atractivo «It»? ¿Por qué ya tiene dos versiones cinematográficas y se hacen llaveros y máscaras y la gente espera como loca la segunda entrega de esta historia en la pantalla grande?



En primer lugar, su lenguaje es sencillo. Stephen King narra su historia como si se la estuviera contando a un grupo de muchachos. Y así lo aconseja en su libro «Mientras escribo», donde afirma que el literato no debe preocuparse tanto por un lenguaje rebuscado, sino por atraer al lector, hacerlo entrar y luego no dejarlo ir.  Sin embargo, esto no quiere decir que por momentos, de manera natural, la poesía aparece para vestir con una belleza burbujeante y oscura sus palabras.
Por otro lado, Stephen no es solo antiestético y oscuro cuando narra. También aborda temas nostálgicos como la niñez y el titubeo nervioso de los primeros amores. Y este último asunto es infalible, pues resulta algo universal y un espejo muy simpático para cualquier ser humano.
Además, King no tiene reparo en «llamar a las cosas por su nombre». Aquí hay un quiebre con los narradores que logran la perfección del estilo pero dejan, como pasajeros abandonados en la carretera de la historia, el interés de los lectores.
Y es que la novela no cansa. La identificación con Los Perdedores es inevitable y uno vive la angustia de todas las persecuciones, así como la rabia contenida de Bill cuando encara a Pennywise. Al principio, nuestro antagonista del espacio no tiene muchas apariciones en la historia, y eso vuelve aún más «deliciosas» sus manifestaciones:

«Henry dejó caer el azadón y empezó a gritarle enfurecido a la luna-fantasma, pero entonces la luna cambió y se convirtió en la cara del payaso. Su cara era un queso blanco, podrido y lleno de hoyos; sus ojos, agujeros negros; su sonrisa roja y sanguinolenta, de tan ingenua y obscena, resultaba insoportable.»

Recordemos, además, aquel instante horrible del leproso, plasmado con las limitaciones del caso en la película:

«Un día, uno de esos tipos había salido a rastras de debajo del porche de la casa, en el 29 de Neibolt (…) Eddie retrocedió, con la piel helada y la boca seca como naftalina. Tenía carcomida una de las aletas de la nariz. Se veía directamente el canal rojo y escamoso.
»No tengo veinticinco centavos -dijo Eddie, retrocediendo hacia su bicicleta.
»Te lo hago por diez graznó el vagabundo, avanzando hacia él.»

Stephen King, en cierto modo, es un autor marginado. ¿Su delito? Vender millones de ejemplares de sus obras en todo el mundo y tener más de una generación enganchada en ese garfio tenebroso de su ficción. El terror, según algunos críticos, no es uno de los temas favoritos de la Academia Sueca. Se le ha propuesto anteriormente para el Premio Nobel, pero la negativa ha sido persistente, como él en la redacción de sus historias, como la fidelidad de sus fans, quienes lo alaban ya desde la comodidad de sus casas, detrás de las páginas de sus libros; o desde la butaca de un cine, con los nervios alterados gracias a la electricidad de su pluma y la suma de sus fobias en cada anécdota contada.
King no es un narrador sentencioso ni hondo “filosóficamente hablando". Luego me pregunto: ¿Es necesario? El miedo es tan antiguo como los dinosaurios, es otro espectro que nos acompaña todos los días, como una alarma que toca fuerte cuando se trata de supervivencia. Y si el miedo a usted lo devuelve a la Noche de Brujas, a mí me recuerda las fiestas infantiles.
La evocación de esos hombres con el rostro pintado me hunde otra vez en el terror del libro.  
Y usted, acaso, ¿ les teme a los payasos?





Facho, E. (2017). ¡En Halloween todos flotarán!. La Industria –Suplemento Dominical.