domingo, 27 de octubre de 2019

En el nombre del padre y sus fantasmas- La Industria (27/10/19)


Reseña de la novela Algún día te mostraré el desierto

Por: Ernesto Facho Rojas

La literatura puede servir como terapia. Uno quiere deshacerse de sus fantasmas y lo hace exteriorizándolos de diferentes maneras y a través del arte que mejor le parezca. No obstante, podemos decir también que resulta importante esa forma en que desalojamos a este huésped que vive, como dice Bécquer, «Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos».
Borges, por ejemplo, dijo: «Pero cuando escribo, trato de tener cierto pudor. Como escribo por intermedio de símbolos, y nunca me confieso directamente, la gente supone que esa álgebra corresponde a frialdad.»

Renato Cisneros, autor de “Algún día te mostraré el desierto”

Sin embargo, también encontramos autores que suelen ser directos, teniendo cuidado en no colocar las preseas retóricas que a veces sirven como muletas o relleno. (O a veces, como esa sangre que nutre los músculos de la prosa mágica y sonora).
Este es el caso de la novela «Algún día te mostraré el desierto» de Renato Cisneros, la cual es como un hombre desnudo, muchas veces sin ambages, atormentado («Al escuchar la palabra "niña", mi cabeza se llenó de un tosco ruido de madrugada cuando finalizaba la programación del día», pág. 45) y reflexivo, el cual cuenta cómo es vivir, experimentar de primera mano, ese terremoto llamado paternidad.
Debo confesar que la parte del enamoramiento entre Natalia y Renato no me gustó. Fue más bien graciosa, («Cuando estoy borracho se me da por la telepatía», pag. 23) pero no contaba nada novedoso. Tal vez aquí, pienso, se pudo echar mano del lenguaje que empieza a cobrar vida con el nacimiento de Julieta. El libro mismo, podría decir, se va nutriendo de esa clarísima luz de la primogénita del autor, incluso desde el anunciamiento de la criatura. Es decir, aquí se corrobora lo que afirma Renato en sus páginas:
Los hijos son vampiros o cuervos que toman de lo ajeno para sobrevivir. Los escritores hacemos lo mismo: sustraemos la esencia de otro para nutrir a nuestros personajes. (pag. 66)
Esto, a razón de que la aproximación de la niña empieza a crear fisuras en el piso del escritor: tiene delirios (otra vez el humor, ingrediente importante en Cisneros) respecto a su función de suegro en potencia, imaginando a un malintencionado yerno que aún no existe.

Portada de la novela

Algo que me parece vital, esencial, profundo en el texto, —el cual debido a su carácter experimental tiene varios matices—, es la parte ensayística del relato, la cual muy bien puede servir como un catálogo exclusivo para padres escritores primerizos. En esta parte, cuenta cómo otros autores hacen una pausa en su labor intelectual y se encargan de sus retoños. De Balzac, Cisneros rescata la siguiente frase: «Los que no tienen hijos ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores» (pag. 93)
Ahora bien, el libro, en cuanto a estilo, más bien lo encuentro como una sola metáfora que refleja el ritmo cardiaco de un hombre al convertirse en padre. Me explico: La novela arranca con un lenguaje sencillo, simple a veces, pero en cuanto empieza a acercarse Julieta, con esa luz de ángel que termina por teñir algunas páginas de la historia, la obra empieza  mutar, a transformarse, al igual que la vida de Cisneros, incluso en cuanto a la profundidad de sus sentencias, a la contundencia de sus frases.
Es decir: Julieta aparece y transforma al narrador y a lo narrado. ¡Genial!  
El «efecto Julieta» consigue páginas muy logradas y poéticas, las cuales siendo incluso terapia, avanzan como un río sentimental que parece contemplar una epifanía.
¿Ya estará Julieta respirando el aire de este mundo? ¿Estará lista para la tormenta eléctrica que es la vida? ¿Qué voy a hacer con tanta fragilidad en mis manos? Lo frágil le rehúye a la fragilidad (…) Respirar para eliminar malos pensamientos, para aplacar este corazón agitado a punto de hacerse añicos de felicidad, esa hermosa variante de la desesperación. (pág. 163)
Esta novela autobiográfica nos lleva, además, a cuestionar o reflexionar sobre la propuesta de Joyce Carol Oates, quien nos dice que no se debe escribir sobre personajes cultos o intelectuales, sino sobre hombres de acción.
Por su lado, el genial Roberto Bolaño en una entrevista al diario El Mercurio en el 2003, afirmó: «En realidad, los únicos a los que se les debería permitir escribir libros de memorias es a los aventureros sangrientos, a las actrices de cine porno, a los grandes detectives, a los traficantes de drogas, a los mendigos».
Ahora toca preguntarnos: ¿Acaso no es la paternidad una de las más grandes aventuras que emprende el ser humano?
Parece ser que Renato Cisneros, a través de sus recursos de narrador, de su humor, su catarsis del miedo, de su lenguaje sencillo, el cual no solo ha conectado con sus lectores, sino también con otros escritores (Bayly escribió en Perú 21 «…nueve horas desde Miami, se me hizo corto porque leí un libro estupendo de Renato Cisneros, “Algún día te mostraré el desierto”»), ha logrado mostrar que dicha temática puede también estremecer al ser humano, ya que acierta en tocar fibras muy íntimas de cada uno de nosotros, incluso sin saber qué significa ser padres.
Por allí, tal vez, podemos visualizar con más lógica el triunfo de este título en la Feria Internacional del Libro de Lima este año, así como los diferentes mensajes que recibe a menudo (y que muy amorosamente el autor comparte y responde) de sus fans, quienes no dejan de encontrar en sus libros frases con las que se identifican sobremanera, sin convertirlo en un Coelho del Twitter o Instagram.
Sea pues, este Diario de paternidad, una muestra entretenida y ágil (dramática también, revise el final), para todos los escritores que, algún día, pasaremos por aquel desierto enigmático y misterioso que significa tener un hijo.

Renato Cisneros presentando la novela comentada en este artículo en la FIL Lima 2019

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