domingo, 20 de septiembre de 2020

El Resplandor o la cuarentena de Jack Torrance



Por: Ernesto Facho Rojas

Cualquier gran hotel tiene un fantasma. ¿Por qué?
Demonios, la gente viene y va...
Stephen King, (1977). El Resplandor

Shelley Duval, representando a Wendy Torrance en la icónica escena de "El resplandor"

En una ocasión, Stephen King se vio obligado a pasar una larga temporada encerrado en un hotel. El autor refiere que por momentos sus hijos llegaron a colmar su paciencia. Lejos de convertir dicha adversidad en un drama, como cualquier artista, decidió aprovecharla y preparar la nueva trama de su libro. Así, en 1977 es que publica una obra de culto, El Resplandor, novela que tiene su versión cinematográfica gracias al ingenio de Stanley Kubrick.
El libro narra la historia de una familia cuyo padre está buscando un empleo. Su nombre es Jack Torrance y, en ocasiones, tiene unos ataques de ira incontrolables. Es así que perdió su trabajo anterior de maestro, ya que había golpeado a uno de sus estudiantes. Al ingresar al Overlook, es recibido por uno de los empleados y obtiene el puesto de guardián del hotel, pues en época de invierno la nevada tornaba inaccesibles los caminos que llevaban a ese más que misterioso lugar. Junto a su familia debe cuidar el hotel hasta que, terminado el invierno, retornen los dueños a reabrir el negocio para recibir nuevos huéspedes.
Portada de "El resplandor" de Stephen King

Jack, acompañado solo de su esposa Wendy y su hijo Danny, empiezan una convivencia provistos de todos los alimentos y comodidades propios de ese lugar  gigantesco, lujoso y asilado por la nieve, donde en otro tiempo se hospedaron personajes como los Vanderbilt, los Rockefeller, los Astor y los Du Pont y en cuya suite presidencial se alojaron exmandatarios como Wilson, Harding, Roosevelt y Nixon.
Pero el hotel, un escenario-personaje al estilo de las historias de Edgar Allan Poe (verbigracia: La caída de la Casa Usher), esconde un macabro misterio, pues de alguna manera está maldito por una serie de asesinatos perpetrados allí en años anteriores. Esto es lo que conecta al principio con Danny (quien tiene el don de El Resplandor, o sea, es un médium) y más tarde con el mismo Jack Torrance, pero en condición de un peligroso poseso.

Danny Lloyd es quien da vida a Danny Torrance en el filme de Kubrick

Confieso que, al igual que con IT, caí en las redes oscuras de este libro gracias a la gigantesca e hipnotizante maquinaria comercial de la película Doctor Sueño, parte II de esta misma historia (aquí Danny ya está grande y maneja mejor el hecho de esplender). Sin embargo, he notado la valía del texto en cuanto a que conserva, al puro estilo de Mr. King, escenas llenas de tensión, apoyadas en historias populares. Mientras que en IT nos vende la historia de un Guasón más sanguinario, aquí en varias páginas se  cuelga de la historia de Barba Azul, un cuento infantil donde también se esconde un secreto detrás de una puerta que nadie debe abrir. Esta es la diabólica habitación 217 donde se encuentra “La señora muerta”, un ente maligno que aprovecha las condiciones de clarividente de Danny para atormentarlo y herirlo.

«—Entré —contó [Danny]—. Robé la llave maestra y entré. Era como si no pudiera contenerme. Tenía que saber. Y ella... la señora... estaba en la bañera. Estaba muerta, toda hinchada. Estaba des... desnu... no tenía puesta nada de ropa —con aire lamentable, miró a su madre—. Y empezó a levantarse y quería atacarme. Yo lo sé, porque lo sentía.»

"El resplandor" es una novela colmada de apariciones de fantasmas

Otra muestra de los demonios de aquel hotel embrujado que me parece pertinente citar son los gigantescos setos que tenían forma de animales, como parte de la decoración en la zona infantil del hotel: «Danny, con su vista de lince, alcanzaba a distinguir un conejo, un perro, un caballo, una vaca y otros tres, más grandes, que parecían leones retozando.» Y como en este lugar se respira miedo y terror puro y hasta las mangueras toman forma de serpientes, es que encontramos el siguiente fragmento que me ha parecido bastante logrado, no solo por la infartante persecución, sino por la estética con que son descritos los monstruos amenazantes:
«Cuando volvió a mirar hacia atrás, el león delantero estaba apenas a un metro y medio de él. Con una mueca. La boca abierta, las grupas tensas como la cuerda de un reloj. Por detrás de él y de los otros leones alcanzó a ver al conejo, que ahora también asomaba fuera de la nieve la cabeza, de un verde brillante, como si se hubiera despojado de su horrenda máscara inexpresiva para ver el final de la cacería.»
La novela pudo ser más intensa, más directa, más King, pero el autor de Carrie quiso darle espacio a la lenta metamorfosis de Jack, quien poco a poco, requerido por las fuerzas oscuras del hotel, va personificando la voz del Overlook a través de este señor, un escritor frustrado que en todo momento trata de terminar una obra de teatro. A diferencia de varios de sus demás libros, podemos apreciar en este asalto literario con pretensiones de profundidad psicológica (a mi parecer, innecesarias), un final satisfactorio, donde el narrador vierte toda esa energía orgásmica acumulada con la tensión y el suspense de las páginas anteriores.

Stephen King, autor de "El resplandor", denominado "El rey del terror" por sus seguidores

En otras palabras, el Rey del Terror esta vez nos deja servidos de un gran final.
En cuanto a los desaciertos, el roque (deporte que equivale al croquet) es un tema que ocupa demasiadas páginas para justificar una persecución por parte de Jack Torrance a su familia, pues, a diferencia de la versión cinematográfica no se utiliza un hacha, sino el mazo típico del deporte aludido: «El mazo volvió a bajar con mortífera, sibilante celeridad, y se le hundió en el vientre. Wendy gritó, súbitamente hundida en un océano de dolor.»
Pero Kubrick, en términos generales, le da un poco más de brillo a ese resplandor concebido por King, pues vuelve más ágil la historia y, en el camino, sacrifica al personaje de Wendy. Esta ya no tiene el mismo coraje de una amazona como en el libro, dispuesta a dar la vida por su hijo: en la película, solo encontramos a una mujer de rostro alargado que se la pasa gritando aterrada.
Y mientras me digo que prefiero mil veces el final logrado por King, me pregunto si alguien más, en estos días de confinamiento, esplende como estos personajes torturados por la locura del encierro.


Chiclayo, 23 de abril de 2020

lunes, 14 de septiembre de 2020

Cien años de Benedetti, un autor sin tregua para el amor

 

Por: Ernesto Facho Rojas

 

La caricia es un lenguaje

si tus caricias me hablan

no quisiera que se callen

Mario Benedetti

 

Estatua de Mario Benedetti en Plaza de toros

Hace cien años nació el uruguayo más ilustre de todos los tiempos. Su lenguaje sencillo, —pero incendiado por una dulce llama de ternura que seducía a la gente, al pueblo, al hombre de a pie— sigue brillando hasta nuestros días. Notamos cómo sus palabras, como si fueran monedas siempre vigentes y en curso, aparecen en las redes sociales. Pienso que no hay cibernauta que no se haya topado con alguna línea de Benedetti, ya sea en Facebook o Instagram.

Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, nombre completo de nuestro autor, fue un escritor prolífico, pues publicó más de ochenta libros con traducciones en diferentes lenguas, entre las cuales no solo contamos obras poéticas, sino también novelas y obras de teatro. En un inicio leía poemas de Baldomero Fernández Moreno en la Plaza San Martín, y así poco a poco fue naciéndole la idea de escribir versos. Y llegó tan lejos, que en este momento me siento frente a una computadora para rememorar mis pocas lecturas sobre la conmovedora pluma de este vate pues, a pesar de que destacó en varios géneros, siempre se consideró un poeta.

Su narrativa también gozó de aquella sencillez que lo llevó a conectar con la gente. Tiene, entre otros títulos, dos novelas que han captado mi atención:

Gracias por el fuego (1965)

Esta es la historia de Ramón Buñido, quien reflexiona acerca de su vida. La obra empieza con una reunión de uruguayos. Ellos conversan sobre lo decepcionados que se sienten de su país, introduciendo un matiz político que me hizo perder interés en la historia central. Uno de los personajes les comunica que todo Uruguay se ha inundado y cada uno empieza a rectificarse y manifiestan, quitándose las caretas, el cariño que sentían por su nación.

La trama continúa con los recuerdos de Ramón, quien se va a desilusionar de su padre Edmundo (contempla una violación por parte de Edmundo hacia su madre) y se entra de una amante del padre. Contiene varios pasajes poéticos. Sin embargo, nuevamente hace un paralelo entre Edmundo en quien el autor sugiere se ha personificado a la élite poderosa de Uruguay. El mismo Benedetti, en algunos documentales, cuenta que sus personajes a pesar de su exilio, siguen transcurriendo y respirando en Uruguay, ya que su país debía estar presente siempre en su literatura.

 

Sobre eso no hay duda: es sincero con ella. Porque le cuenta cosas feas, cosas sucias, cosas terribles. Como si supiera que el amor de ella es capaz de aceptar ese lado negro de su ser, esa zona del diablo que nunca muestra a nadie totalmente.

 


La tregua (1960)

Esta es la historia Martín Santomé: “Sólo me faltan seis meses y veintiocho días para estar en condiciones de jubilarme”. Su vida transcurre en medio de una rutina gris a la que casi se ha acostumbrado. Él comparte este estilo de vida con sus tres hijos, quienes también tienen sus propios conflictos y crisis. Es una trama que, por momentos, me resultó algo repetitiva, ya que la historia lleva la forma de un diario y en un diario perfectamente sucede aquello. Casi es un calco de la vida y la vida es así. Es necesario contar que Santomé es viudo “la muerte de Isabel es algo fuerte”. Sin embargo, tiene una segunda oportunidad, pues vuelve a experimentar un amor renovado con una mujer casi 25 años menor que él: Laura Avellaneda.

A favor de la técnica del diario utilizada en La tregua, diremos que el texto se convierte en un relato confesional, algo que agrada sobremanera al lector que no necesita arquitecturas complejas del lenguaje ni tramas enrevesadas, pletóricas de un conocimiento técnico de narrador. En sus páginas notamos el susurro acalorado de la pasión dicho en primera persona, el mismo que por momentos también nos vuelve cómplices de esta historia con final lacrimoso.

Asimismo, la versión cinematográfica de este libro fue la primera película de ese país en ser nominada a un Premio Oscar.

 

Lunes 3 de febrero

Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.

 

El amor, las mujeres y la vida (1995)

En la contraportada, dice: “Este poemario reúne los mejores versos de amor de Mario Benedetti”, ya que este asunto es como la columna vertebral no solo del libro, sino también es la temática en la que nuestro autor se sumerge hasta salpicarnos de esa ternura y ese fuego sencillo que nos toca el pecho. Aquí, al igual que los personajes de sus libros, encontramos a un hombre que ha recorrido la vida con pasos firmes, impresionado siempre por ese misterio infinito que es la mujer. A veces, ella se presenta como un ser lejano, inalcanzable, etéreo. Es allí cuando Mario Benedetti teje sus versos que van llegando impregnados con un inconfundible aroma a melancolía, esa sustancia de la que también está hecho ese amor de los que no se encuentran ni se miran ni se tocan.

Entre las composiciones más populares del libro encontramos Táctica y estrategia, Corazón coraza, Te quiero, No te salves, Hagamos un trato, Pies hermosos, entre otros.

Si bien es cierto, la belleza que muestra el autor de Pedro y el capitán parece sencilla, la concepción de un poema con esa transparencia y música que ostentaba el uruguayo es muy difícil de lograr para un hacedor de versos. Es decir, para cualquier poeta es más fácil coleccionar palabras raras, alinearlas sobre su escritorio y hacerlas desfilar con un distinto orden sobre el papel. Esto, gracias a que la idea misma del poema tiene la suficiente fuerza o poesía como para decirse sin necesidad de oropeles barrocos.

En Madrid le han hecho un homenaje esta mañana misma Joaquín Sabina, Benjamín Prado y Elvira Sastre. Ellos han participado en un recital donde han leído las letras del maestro, frente a un público que los ha escuchado enamorado —como siempre— de aquel poeta nacido exactamente hace cien años.



Asimismo, se ha editado un libro titulado Cien veces Benedetti, donde aparecen fotos del autor y cartas suyas y de otros colegas suyos como el peruano Mario Vargas Llosa y el inmortal Julio Cortázar. Aquí un fragmento de una carta a Benedetti del autor de Rayuela:

Benedetti, yo no entiendo cómo ha hecho usted para meterse tan a fondo en el libro y decir de él un montón de cosas que yo no conseguiría jamás articular coherentemente. (No es falsa modestia; supongo simplemente que si fuera capaz de entender del todo el libro, no habría conseguido escribirlo; la parte del balbuceo, de la imposibilidad de objetivar las corrientes profundas, se convierte en la obra, pero jamás puede situarse en el plano de la explicación de la obra). Pero esa frase entre paréntesis lo alcanza también a usted, porque sólo desde adentro se podía ver con tanta claridad el móvil de Rayuela, y en usted el poeta y el crítico son uno solo frente a la obra que primero padecen y después elucidan.

Fraternalmente, por su parte, en alguna ocasión Mario Vargas Llosa le escribió:

Estoy contento de haberte conocido, de que seamos amigos, de haber leído tus libros. Anoche terminé los cuentos, que me gustaron tanto como tus poemas y tu ensayo. Pero lo que más me entusiasma es tu novela: la leí de un tirón, en una noche. Es un magnífico libro, hombre, muy pocos en América Latina manejan una lengua tan exacta, rica e inteligente. Es una novela honesta y auténtica, en la que nada está de más y que va contra la corriente, porque a los subdesarrollados nos gusta contar historias tremendas, excepcionales, y eludimos lo rutinario y lo banal que, sin embargo, ocupan sectores más anchos de realidad.



Como se trataba de un autor que escribía prosa y verso, en su libro La tregua Benedetti incluye un poema que me ha parecido muy sentido y trágico. Alguna de sus frases ya la había visto por allí, en algún lugar de las redes sociales, que es donde pareciera que sigue vivo Mario, como si en realidad Dios, o alguno de nuestros dioses, en realidad fuera una mujer que ha decidido que el poeta no muera nunca, a razón de haber quedado cautivada con su poesía. Me refiero a Última noción de Laura, un texto desgarrador y que cito a continuación, esperando que estas líneas sirvan para redescubrir a este autor, de quien curiosamente se dice que se ha encontrado una nueva novela inédita e incompleta.

A continuación, los versos:

Usted martín santomé no sabe

cómo querría tener yo ahora

todo el tiempo del mundo para quererlo

pero no voy a convocarlo junto a mí

ya que aún en el caso de que no estuviera

todavía muriéndome

entonces moriría

sólo de aproximarme a su tristeza.

 

usted martín santomé no sabe

cuánto he luchado por seguir viviendo

cómo he querido vivir para vivirlo

porque me estoy muriendo santomé

 

usted claro no sabe

ya que nunca lo he dicho

ni siquiera

en esas noches en que usted me descubre

con sus manos incrédulas y libres

usted no sabe cómo yo valoro

su sencillo coraje de quererme (…)

 



 

 

 

Lunes 14 de septiembre de 2020

3:10 p.m.

martes, 25 de agosto de 2020

“Ceremonias” de Julio Cortázar: Tres cuentos

Por: Ernesto Facho Rojas

Una figura de Julio Cortázar, dentro de un café en Argentina que le rinde homenaje al escritor 

Cortázar es de otro planeta. De un mundo donde la literatura necesariamente es juego enmarañado y complicidad. Cuando empecé a leerlo yo tenía un poco más de veinte años y, cada vez que acudía a él, como escogiendo una carta del tarot, tomaba uno de sus libros, escogía una página y de esa línea donde apuntaba el índice, aparecía un ritmo de jazz que sumergía mi alma en un encantador y misterioso goce estético, el cual siento que ha tenido un eco en mi obra. Y tal vez nadie haya percibido ese hilo invisible que hace brillar las luces cuando escribo, pero no importa.

Por otro lado, podemos decir que no todos tienen las puertas abiertas a ese mundo extraño de Cortázar. Y que los poetas guardan celosamente las llaves de ese lugar en un rincón de su pecho. No sé. ¿Qué puedo decir que no se haya dicho antes de este genio que parece que canta sus historias cuando las escribe?

Hace poco, arrastrado por el ímpetu que nos dejan sus páginas y el recuerdo de sus lecturas, he pedido por internet la edición conmemorativa de Rayuela que ha publicado la RAE. Lo he visto en vídeos por YouTube y me ha parecido hermoso, como una joya que duerme en lo profundo de un océano. Tiene las tapas duras de color negro y el lomo rojo. Cuando llegue, empezaré a leer otra vez ese clásico, cuya resonancia aún sigue viva en mi espíritu, como una llama que ha de arder hasta el final.

Portada del "Ceremonias" que guardo en mi biblioteca

Y mientras llega, he buscado en mi biblioteca otro libro suyo: uno de cuentos. Se trata de Ceremonias, título conjunto de dos famosas colecciones de relatos, Final del juego y Las armas secretas. De todo ese manojo de historias, he seleccionado tres cuentos para comentar a continuación.

1.                   La puerta condenada:

Petrone es un hombre que llega al hotel Cervantes, lugar que ha sido recomendado por un amigo suyo. Allí, en medio de ese lugar «sombrío, casi tranquilo, desierto», se encuentra con una atmósfera rara, pero agradable para él que ha visitado ese lugar solo por negocios. Cuando va a su habitación, se encuentra con que tiene a una misteriosa vecina al lado de su cuarto. La habitación de la mujer y el suyo están conectados por una «puerta condenada», cerrada con un mueble, la cual ya no se ha vuelto a abrir. De noche, cuando intenta dormir, percibe el llanto de un niño, cuyos ruidos empiezan a tornarse cada vez más extraño. Petrone, frente a la negativa del gerente respecto a la existencia del niño, empieza a dudar si realmente ese niño existe.

Esta historia tiene cierto matiz oscuro, de suspenso, el cual me hizo recordar algunos cuentos de Edgar Allan Poe. Además, tratándose de la puerta, es posible que haya tenido que ver también la influencia de la historia de Barba Azul.

Este es un fragmento de La puerta condenada:

«Encendiendo el velador, incapaz de volver a dormirse, Petrone se preguntó qué iba a hacer. Su malhumor era maligno, se contagiaba de ese ambiente donde de repente todo se le antojaba trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa hora entre noche y día y que lo engañaba con su mentira insoportable. Golpear en la pared le pareció demasiado poco. No estaba completamente despierto aunque le hubiera sido imposible dormirse; sin saber bien cómo, se encontró moviendo poco a poco el armario hasta dejar al descubierto la puerta polvorienta y sucia.»

2.                 La noche boca arriba

Una particularidad de los cuentos, así como de las novelas de Cortázar, es que detienen el tiempo. Cortázar sujeta las agujas del reloj para narrar los pensamientos, las emociones y, como en este cuento, un olor, el olor de la guerra.

En esta historia hay un motociclista que sufre un accidente y, adolorido y con fiebre, siente que alterna entre dos realidades absolutamente opuestas: la habitación cómoda de un hospital y un extraño ritual de sacrificio azteca. La prosa resulta exquisita, pues avanza como un colchón de hojas sueltas, cuya savia es la misma poesía y la música del argentino. El final es, además, aterrador y sorprendente, ya que la voz del narrador nos estuvo engañando a lo largo de todo el cuento:

«Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.»

3.                 Las armas secretas

En este cuento Cortázar explora la libido metafísica y visionaria a través de Pierre, quien es un hombre consumido por la urgencia del sexo. Y, pese a que esa prisa del hambre carnal es como un fuego que se anuncia en toda la historia, Cortázar no es obsceno en ningún momento, sino que su personaje procede con un apetito desesperado que el autor de Rayuela sabe camuflar y tornar estético, poético y metafísico (Pierre tiene una especie de videncia). Aquí Cortázar, apelando a su filosofía del lector macho, no se molestar en especificar el final del cuento, sino que deja al lector deducir qué es lo que sucederá y cómo terminará el protagonista.

Esta es una muestra de la prosa apasionada que subyuga a este magistral texto:

«Ahora voy a pensar en ti, querida, solamente en ti toda la noche. Voy a pensar solamente en ti, es la única manera de sentirme a mí mismo, tenerte en el centro de mí mismo como un árbol, desprenderme poco a poco del tronco que me sostiene y me guía, flotar a tu alrededor cautelosamente, tanteando el aire con cada hoja (verdes, verdes, yo mismo y tú misma, tronco de savia y hojas verdes: verdes, verdes), sin alejarme de ti, sin dejar que lo otro penetre entre tú y yo, me distraiga de ti, me prive por un solo segundo de saber que esta noche está girando hacia el amanecer y que allá del otro lado, donde vives y estás durmiendo, será otra vez de noche cuando lleguemos juntos y entremos a tu casa, subamos los peldaños del porche, encendamos las luces, acariciemos a tu perro, bebamos café, nos miremos tanto antes de que yo te abrace (tenerte en el centro de mí mismo como un árbol) y te lleve hasta la escalera (pero no hay ninguna bola de vidrio) y empecemos a subir, subir, la puerta está cerrada, pero tengo la llave en el bolsillo...»

Mario Vargas Llosa dijo una vez que el verdadero legado de Julio Cortázar no son sus novelas, sino sus cuentos. Habiendo leído Rayuela, me imagino que Nobel se refería a la novela como algo con una estructura definida, ordenada y no caóticamente poética como en Cortázar.

Pienso, sin embargo, que el origen, el punto de partida de Cortázar no se encuentra en la narrativa, sino en la música de su poesía, en la profundidad y color de sus metáforas.

Por eso digo que el mundo de Cortázar tiene el acceso libre para los poetas.

Es posible que el Nobel, con su estilo periodístico y realista, sea un poco insensible a esta lógica de cronopios.

 

Hoy 26 de agosto de 2020, se cumplen 106 años del nacimiento de Julio Cortázar


 

Miércoles 26 de agosto de 2020

1:48 a.m.


domingo, 23 de agosto de 2020

“Medio siglo con Borges” es muy modesto altar para el gigante argentino

 

Por: Ernesto Facho Rojas

Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.

Jorge Luis Borges

 

Portada del libro "Medio siglo con Borges" (Alfaguara 2020)
Portada de "Medio siglo con Borges" (Alfaguara 2020)

La mano envejecida que empuñaba el rígido bastón de laca; la que sostenía con ternura el delgado brazo de María Kodama; la que escribió los laberintos, las cosmogonías y la sangre luminosa del minotauro vencido por Jasón, tiende su sombra de gigante sobre las páginas del último libro de Mario Vargas Llosa titulado Medio siglo con Borges. Cuando lo tuve entre mis manos, después de una casi agónica espera (el anuncio mencionó que llegaría «en un día», pero en realidad llegó «en un día lejano») lo devoré con gran avidez y, a continuación, comentaremos qué clase de ropajes nos ha confeccionado el sastre Vargas Llosa para exaltar la figura del autor de El Aleph.

Son varios los temas que trata Mario en esta breve publicación, la cual consiste en, más que un libro en sí, una colección inorgánica de artículos, entrevistas, conferencias y notas periodísticas sobre este vidente ciego de la literatura fantástica y erudita.

Este último título de Vargas Llosa empieza con algo que ningún seguidor suyo esperaría: un poema del novelista denominado Borges o la casa de los juguetes: «De la equivocación ultraísta/ de su juventud/, pasó  a poeta criollista,/ porteño, cursi, patriotero/ y sentimental./ Documentando infamias ajenas/ para una revista de señoras,/ se volvió un clásico/ (genial e inmortal). »

El más reciente libro de Mario Vargas Llosa exalta y comenta la obra erudita de Borges

Posteriormente el narrador nos muestra sus escritos guardados a lo largo de cincuenta años: las entrevistas a Borges. Uno de los temas más importantes, —aparte de la irracional insistencia de consultar sobre la modestia de su casa, hacer hincapié en la famosísima gotera del techo cayendo eternamente sobre una palangana—, es el tema de la literatura, donde el argentino cuestiona la utilidad de una novela respecto al relleno que considera llevan necesariamente estos libros. Allí el arequipeño cita una frase del bonaerense, la cual no aniquila ningún misterio ni constituye una hermosa revelación. ¿Alguien acaso la está leyendo por primera vez?

«Desvarío empobrecedor el de querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que se puede formular en una sola frase».

Más adelante se nos revela esa figura de Borges ya muy conocida: el anciano juguetón, risueño, vanidoso, erudito, ese que no tiene ningún problema en expresar: «Idolatrar un adefesio porque es autóctono», ya que no se trataba de un intelectual cuya imaginación no podía circunscribirse solo a su Argentina. Borges se consideraba, más bien, un ciudadano del mundo. Así, Vargas Llosa anota en uno de sus escritos:

Borges, Vargas Llosa y Alicia Jurado en 1985
(Imagen tomada de la página "La piedra de Sísifo")

«Borges no era un escritor prisionero por los barrotes de la tradición nacional, como puede serlo a menudo el escritor europeo, y eso facilitaba sus desplazamientos por el espacio cultural, en el que se movía con desenvoltura gracias a las muchas lenguas que dominaba.»

Este libro  no constituye un estudio a los que nos tiene acostumbrados el autor de La ciudad y los perros (véase La Orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary), pues considero que no profundiza con sus acostumbrados asedios literarios algún texto específico del ilustre argentino, sino que más bien lo revisa de una manera general (no por eso superficial) más apropiado para un periódico, una revista, pero no para consolidar un libro.

Este manojo de páginas, más bien resuena con la monotonía hierática de un campanario añejo, donde unos ecos fantasmales se levantan para repetir, —en un «din don» que se asemeja, por momentos, a un deja vu de lector,— frases de Borges que pareciera que el mismo Vargas Llosa toma de un artículo para completar otro. He allí el lado frágil de esta publicación de Alfaguara.

Sin embargo, resalto que el texto más bien nos sirve para obtener, de la mano y la ciencia experta de Mario, unas muy lúcidas definiciones sobre la importancia de la obra de Borges en el contexto de la literatura latinoamericana y universal.

Vargas Llosa anota con cierto asombro y admiración culposa, frente al cosmos creativo y literario del otrora representante del movimiento ultraísta, lo siguiente:

«…uno de los milagros estéticos del siglo que termina, un estilo que desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban, que la depuró hasta casi la anorexia y obligó a ser luminosamente inteligente»

Estatuta de Borges hecha de yeso, frente a la Biblioteca Nacional de Argentina, inaugurada por el 27° aniversario de su muerte

No obstante, no todo en Borges termina siendo absolutamente erudito y algebraico, puesto que siendo un hombre también está compuesto por un corazón. Uno de mis textos favoritos del libro es el que cierra este conglomerado de escritos en torno al genio de Ficciones e Historia universal de la infamia. Me refiero a El viaje en globo, un apartado lleno de ternura, pasión y un amor que, siendo Borges quien es, también termina salpicado del humor y una erudición enciclopédica. Nos cuenta Mario lo gracioso y anecdótico en Borges de tomar un puñado de arena, arrojarlo y decir al tiempo: «Estoy modificando el Sahara». O cómo no mencionar esa emoción a oscuras, esa videncia metafísica de su espíritu con la que solo pudo disfrutar el viaje junto a María Kodama, cuando atravesó diversos lugares desde las alturas sin que lo pudieran advertir sus ojos físicos. Aquí me imagino a Borges rezando estos muy dolorosos versos mientras el viento de la madrugada golpeaba las solapas de su traje y los surcos de su rostro:

Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche.

Si es cierto que el genio, la luz reveladora, las paradojas, el lenguaje erudito de Borges (ese que resuena en los escondrijos de aquella vasta biblioteca que es siempre su universo) fulminó el espíritu de nuestro Nobel y lo hizo temblar de emoción, aun siendo el cuentista un autor que iba a contracorriente con las convicciones literarias que el peruano heredó de Sartre; si todo ello es verdad, estoy convencido de que le tocaba al marqués de Vargas Llosa escribir, sílaba por sílaba, verbo por verbo, un estudio mucho más minucioso y digno del manto literario que ostenta la memoria y el legado de Borges.

En Ginebra, una ciudad suiza, hay una calle que lleva el nombre del genio argentino


Se me ocurre una imagen graciosa del escritor de «El arquitecto de la narrativa urbana», vestido con los trajes de un guerrero, negándose a penetrar en los muros sempiternos de aquel dédalo donde, ciertamente, lo esperaría una criatura parecida al monstruo Asterión, como un signo difícil de interpretar dentro de una mítica realidad borgiana.

Es posible que Vargas Llosa —el estudioso, el crítico— no haya querido, a fondo, ingresar allí.

 


Sábado 22 de agosto de 2020

11:04 p.m.

domingo, 9 de agosto de 2020

Blanca Varela o la reina de los valses negros


Por: Ernesto Facho Rojas

…buscábamos la salida no hacia afuera, sino hacia adentro

De: Prólogo a Canto Villano

Octavio Paz

 

Aún recuerdo con nitidez aquella noche del 12 de marzo de 2009, cuando Rosa María Palacios anunciaba en su programa que Blanca Varela había fallecido. En esa ocasión leyó los versos de Currículum Vitae y esa poderosa esencia, ese sonido no era ni bello ni musical, como pensaba en ese entonces que debían ser los mejores poemas.

Pronto me puse a investigar sobre ella y descubrí el cosmos estremecedor de una pluma que ciertamente no era amiga de lo sonoro, pero sí de una pasión inagotable por expresar lo doloroso del ser humano. Y, si bien es cierto, hay algunos poemas donde deja entrever el aspecto de la corporeidad femenina, la maternidad, los mejores poemas me han parecido aquellos en donde la poeta no se hunde en el innecesario y absurdo egoísmo del género pues, en vez de aislarse y proclamar a viva voz «Mírame que soy mujer y escribo poesía», la contundencia de su arte ha ido incluso más allá de cualquier identificación con su sexo. Es decir, Blanca Varela escribía sencillamente con una voz oscura y doliente, con ese puñado de raíces que ascienden entre sus páginas y no se detienen a mirarse en los espejos frívolos.

En sus biografías cuentan que estudió en San Marcos; era una estudiante regular y tuvo la suerte de conocer a Sebastián Salazar Bondy, quien le había recomendado que leyera a César Moro y a Martín Adán. Ella misma dijo que las lecturas de esos dos poetas le abrieron los ojos. Más tarde conocería a José María Arguedas y tendría una participación activa en las reuniones literarias de aquel entonces, en los años cincuenta.

También se nos ha narrado que ya cuando tuvo 23 años, con gran determinación y valentía, abandonó su barrio de Santa Beatriz para marcharse a Francia pues, al igual que Vallejo, quería cumplir el sueño europeo. La artista partió con su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo.

Allá pudieron trabar amistad con escritores universales como el cronopio mayor Julio Cortázar, André Bretón, César Moro, Simone de Beauvoir y, principalmente, con Octavio Paz, quien se convirtió, hasta la muerte del Nobel mexicano, en uno de los más fieles amigos de Blanca, pues él la motivó a publicar su primer libro Ese puerto existe, en honor a Puerto Supe.

Está mi infancia en esta costa,

bajo el cielo tan alto,

cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,

nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,

azules casas en el horizonte.

Junto a la gran morada sin ventanas,

junto a las vacas ciegas,

junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.

¡Oh, mar de todos los días,

mar montaña,

boca lluviosa de la costa fría!

Estas experiencias hicieron que Blanca Varela y su poesía pasaran por una transformación relacionada con, principalmente, dos poderosas influencias: El Movimiento Surrealista de aquellos círculos franceses, el cual era como una fuerza ineludible en aquellos tiempos. Ellos creían mucho en la casualidad y amaban el jazz, pues en la improvisación había mucho de lo que se elige al azar y, a la vez, por una fuerza superior que trascendía a la razón y la superaba. 

Sin embargo, por el otro lado está la influencia de sus lecturas Existencialistas, con las cuales Varela, poeta que no se inclina sobre el pedestal de un solo autor, recoge esas dos corrientes y las incorpora en sus versos, en su poesía que iba abandonando las antiguas formas de su pluma y se iba llenando de una reflexión sobre sí misma, la cual dio frutos muy originales a su escritura.

Estos cambios que refiero se pueden evidenciar en su poemario Luz de día:

Cruza la araña

de sueño a sueño,

invisible puente

del día a la rama.

Torpeza de la mosca,

cristal sin alma.

El abejorro bebe,

la flor sangra.

El jardín es la muerte

tras la ventana.

Sin embargo, sabemos ya que esa especie de destrucción interna, un desorden de los sentidos a causa de un terremoto interno es lo que mueve al artista a crear, y no precisamente estar cómodo, con el corazón en calma y en armonía con el cosmos. Y como si la misma Poesía le hubiera exigido un poco más de ese néctar negro que, tal vez, llevan las poetisas en los senos, como si acaso celosa de permanecer oculta en algún lugar de su creadora, la artista, Blanca Varela sufrió el golpe más fuerte de toda su vida: el 29 de febrero de 1996 muere en un accidente aéreo Lorenzo, el hijo de la Blanca.

Su arte se vuelve para alimentarse de las flores negras, las cuales se yerguen en medio del dolor, del fuego azul de las heridas. La poeta tiene su primer ataque de trombosis y empieza a apagarse. Aquí es inevitable hacer el vínculo con la argentina Pizarnik y, de ello, podemos llegar tal vez al corolario de que este arte de las palabras carga su combustible en las estancias del duelo y las sombras. Y mientras más se descompone o se pudre una poeta, con más vigor renacerá su poesía, como si fuera un monstruo que absorbe la vitalidad de los artistas.

Así llega su poemario  Como Dios en medio de la nada y El falso teclado. De este último libro he rescatado esta joya para ustedes: 

El falso teclado

toca toca

todavía tus dedos se mueven bien

el dedo de la nieve y el de la miel

hacen lo suyo

nada suena mejor que el silencio

nuestro desvelo es nuestro bosque

aguza el oído como una hoz

a trillar lo invisible se ha dicho

para eso estamos

para morir

sobre la mesa silenciosa

que suena

Respecto a la desgracia de la artista, Fernando de Szyszlo dijo: «La muerte de nuestro hijo Lorenzo para Blanca fue terrible, fue una doble bendición […] porque le impulsó a hacer su mejor poesía, y sin embargo la mató al mismo tiempo. Ella sobrevivió penosamente la muerte de Lorenzo.»

Una poesía como de la de Blanca Varela, necesariamente, es producto no solo de la desolación de aquel personaje, sino también de una rutina de estudio, una lecturas eruditas y un ejercicio (material) de la escritura que no se restringe a contar versos uno por uno, no.

Su temperamento poético y su genio rarísimo no hubieran podido limitarse a ello jamás. Y es que la autora de Concierto animal también fue una entusiasta escritora de artículos donde hacía crítica de cine y comentaba libros para revistas como El Dominical de La Prensa, las revistas Las Moradas y Amaru, esta última de Emilio Adolfo Westphalen, otro gran poeta surrealista del cual tuvo una importante influencia.

Hoy, 10 de agosto, hubiera cumplido 94 años. Pero la muerte nos la arrebató y ya no ha vuelto a resonar, entre ninguna mujer que respire este aire pandémico de Perú, otra voz así de dolorosa, así de oscura y estremecedora.

Cuánta falta hace —aunque sea— la mitad, la cuarta, la octava parte de una poeta como Varela.


Lunes 10 de agosto de 2020

1: 25 a.m.

 

 

 

sábado, 4 de julio de 2020

Santiago Aguilar, el poeta que partió a pedirle respuestas a Dios


Por: Ernesto Facho Rojas*

..tu eterna manera
de hablar a la tierra
donde un día nos juntaremos a compartir
la vida que nos faltó vivirla.
S. Aguilar, (2018). ¢Tempestad de la nada¢


En febrero del año pasado, Bethoven Medina —gran amigo y referente de las letras peruanas— me contactó a través del maestro Milton Manayay, docente de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo, para presentar el producto de una trascendente gesta: Edición extraordinaria: Antología General de la poesía de la Libertad, libro que es una selección de poesía dentro de una centuria (1918-2018).
En aquella ocasión, pude presentar la antología en el Salón Consistorial de Actos de la Municipalidad de Chiclayo. Mientras exponía mi análisis, era consciente también de que algo importante se estaba llevando a cabo, dado que comenté a poetas del calibre de Marco Antonio Corcuera, Nixa, Alejandro Romualdo, Alcides Spelucín, José Watanabe y César Vallejo. ¡Qué honor!
Hace un mes, noté en las publicaciones de Facebook que despedían con sentidas palabras a una persona, cuyo nombre me había resultado familiar. Al revisar la información, confirmé que era de uno de los bardos de La Libertad.
Otra luz de poesía se había extinguido en la carne, pero no en la voz.
En la antología citada líneas arriba, Santiago, autor de títulos como Tinieblas Elegidas (1964), Confesiones fuera del almanaque (1970) y —hermoso título—: Coral de Roca (1984), aparece en la forma de cinco poemas,  donde nos muestra su pluma, la cual es dueña de una honda reflexión y cuestionamientos sobre el ser, el universo y el amor mismo. Este último elemento, en su poética, se identifica como algo inexorablemente ligado a Dios. Sin embargo, Santiago es un rebelde: duda, acusa, reflexiona, ironiza, se duele de los mismos dolores de los demás seres humanos y, finalmente, sube al pedestal con ese cáliz que es propicio a los poetas para tocar su lira.
Su poema Celebración de la madre es una honda plegaria de amor hacia ese ser sublime que él ha visto partir. Esta es una de las múltiples formas que adquiere la nostalgia por esa persona que no está y, desgarradoramente, nos deja un vacío inmenso como un abismo lleno de ecos y fantasmas. Aquí, el vate del Grupo Trilce, rememora —tristísimo— algunos de los pasajes vividos con aquel ángel de su infancia:

Madre
hoy entiendo por qué tendías tus manos al amor
y cual ave en infinito cubrías mis sueños
con el calor inmensurable
de tu imagen dibujada con las acuarelas del aire.

El día se presenta como una oportunidad para iluminar, con sus amorosos rayos, la imagen de la madre como un refugio para ese hombre que yace solitario con la pluma y el papel, con el corazón y su memoria. Los versos que cierran la elegía dicen: «¿A quién le fue dado el poder de hacer perder mi corazón en el olvido?»


Sin embargo, el poema que me hizo levantar la ceja e inclinarme hacia atrás en su lectura fue A modo de confrontar almanaques y contiendas. Estos versos no solo tienen un trasfondo existencial, (Santiago está frente al cosmos con sus huesos y un enjambre de preguntas), sino que ostentan poderosas alusiones bíblicas, con las cuales reclaman cierto aire hierático.
Asimismo, los versos avanzan con un ritmo que no solo golpea, sino que también seduce y canta: «Acorralado en el laberinto de mis propios fantasmas». En este sentido, el poeta nos explica que la vida es parte de un plan ideado por una Fuerza Superior («interpelo a los oráculos», ya todo está escrito); que tiene la idea de un ciclo («y volvamos todos a un polvo en que nacimos»); que en este mundo todo es cambiante, pero que el Amor permanece intacto y, esta, es la esencia divina, punto de partida y de llegada del hombre como criatura.
Cuando Santiago —en ese mismo poema— apunta «sin temor a que la tierra se rompa en pedazos», nos expresa la fe en un mundo trascendente a las ilusiones de la materia y la forma.
El poeta partió. En este momento, sus guías deben estar explicándole cuáles son los procedimientos que debe seguir en el proceso de su desencarnación. Así, debe estar revisando, palabra por palabra, cada uno de sus versos para ir desmenuzando el rosario de sus dudas, las cuales lo inquietaban mientras escribía y cumplía con su misión en la Tierra.
No tuve la oportunidad de conocerlo pero, a través de estas líneas, siento que lo abrazo en su poesía.
¡Feliz viaje, Santiago Aguilar! ¡Dios lo bendiga, poeta!




*Docente y escritor