domingo, 23 de agosto de 2020

“Medio siglo con Borges” es muy modesto altar para el gigante argentino

 

Por: Ernesto Facho Rojas

Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.

Jorge Luis Borges

 

Portada del libro "Medio siglo con Borges" (Alfaguara 2020)
Portada de "Medio siglo con Borges" (Alfaguara 2020)

La mano envejecida que empuñaba el rígido bastón de laca; la que sostenía con ternura el delgado brazo de María Kodama; la que escribió los laberintos, las cosmogonías y la sangre luminosa del minotauro vencido por Jasón, tiende su sombra de gigante sobre las páginas del último libro de Mario Vargas Llosa titulado Medio siglo con Borges. Cuando lo tuve entre mis manos, después de una casi agónica espera (el anuncio mencionó que llegaría «en un día», pero en realidad llegó «en un día lejano») lo devoré con gran avidez y, a continuación, comentaremos qué clase de ropajes nos ha confeccionado el sastre Vargas Llosa para exaltar la figura del autor de El Aleph.

Son varios los temas que trata Mario en esta breve publicación, la cual consiste en, más que un libro en sí, una colección inorgánica de artículos, entrevistas, conferencias y notas periodísticas sobre este vidente ciego de la literatura fantástica y erudita.

Este último título de Vargas Llosa empieza con algo que ningún seguidor suyo esperaría: un poema del novelista denominado Borges o la casa de los juguetes: «De la equivocación ultraísta/ de su juventud/, pasó  a poeta criollista,/ porteño, cursi, patriotero/ y sentimental./ Documentando infamias ajenas/ para una revista de señoras,/ se volvió un clásico/ (genial e inmortal). »

El más reciente libro de Mario Vargas Llosa exalta y comenta la obra erudita de Borges

Posteriormente el narrador nos muestra sus escritos guardados a lo largo de cincuenta años: las entrevistas a Borges. Uno de los temas más importantes, —aparte de la irracional insistencia de consultar sobre la modestia de su casa, hacer hincapié en la famosísima gotera del techo cayendo eternamente sobre una palangana—, es el tema de la literatura, donde el argentino cuestiona la utilidad de una novela respecto al relleno que considera llevan necesariamente estos libros. Allí el arequipeño cita una frase del bonaerense, la cual no aniquila ningún misterio ni constituye una hermosa revelación. ¿Alguien acaso la está leyendo por primera vez?

«Desvarío empobrecedor el de querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que se puede formular en una sola frase».

Más adelante se nos revela esa figura de Borges ya muy conocida: el anciano juguetón, risueño, vanidoso, erudito, ese que no tiene ningún problema en expresar: «Idolatrar un adefesio porque es autóctono», ya que no se trataba de un intelectual cuya imaginación no podía circunscribirse solo a su Argentina. Borges se consideraba, más bien, un ciudadano del mundo. Así, Vargas Llosa anota en uno de sus escritos:

Borges, Vargas Llosa y Alicia Jurado en 1985
(Imagen tomada de la página "La piedra de Sísifo")

«Borges no era un escritor prisionero por los barrotes de la tradición nacional, como puede serlo a menudo el escritor europeo, y eso facilitaba sus desplazamientos por el espacio cultural, en el que se movía con desenvoltura gracias a las muchas lenguas que dominaba.»

Este libro  no constituye un estudio a los que nos tiene acostumbrados el autor de La ciudad y los perros (véase La Orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary), pues considero que no profundiza con sus acostumbrados asedios literarios algún texto específico del ilustre argentino, sino que más bien lo revisa de una manera general (no por eso superficial) más apropiado para un periódico, una revista, pero no para consolidar un libro.

Este manojo de páginas, más bien resuena con la monotonía hierática de un campanario añejo, donde unos ecos fantasmales se levantan para repetir, —en un «din don» que se asemeja, por momentos, a un deja vu de lector,— frases de Borges que pareciera que el mismo Vargas Llosa toma de un artículo para completar otro. He allí el lado frágil de esta publicación de Alfaguara.

Sin embargo, resalto que el texto más bien nos sirve para obtener, de la mano y la ciencia experta de Mario, unas muy lúcidas definiciones sobre la importancia de la obra de Borges en el contexto de la literatura latinoamericana y universal.

Vargas Llosa anota con cierto asombro y admiración culposa, frente al cosmos creativo y literario del otrora representante del movimiento ultraísta, lo siguiente:

«…uno de los milagros estéticos del siglo que termina, un estilo que desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban, que la depuró hasta casi la anorexia y obligó a ser luminosamente inteligente»

Estatuta de Borges hecha de yeso, frente a la Biblioteca Nacional de Argentina, inaugurada por el 27° aniversario de su muerte

No obstante, no todo en Borges termina siendo absolutamente erudito y algebraico, puesto que siendo un hombre también está compuesto por un corazón. Uno de mis textos favoritos del libro es el que cierra este conglomerado de escritos en torno al genio de Ficciones e Historia universal de la infamia. Me refiero a El viaje en globo, un apartado lleno de ternura, pasión y un amor que, siendo Borges quien es, también termina salpicado del humor y una erudición enciclopédica. Nos cuenta Mario lo gracioso y anecdótico en Borges de tomar un puñado de arena, arrojarlo y decir al tiempo: «Estoy modificando el Sahara». O cómo no mencionar esa emoción a oscuras, esa videncia metafísica de su espíritu con la que solo pudo disfrutar el viaje junto a María Kodama, cuando atravesó diversos lugares desde las alturas sin que lo pudieran advertir sus ojos físicos. Aquí me imagino a Borges rezando estos muy dolorosos versos mientras el viento de la madrugada golpeaba las solapas de su traje y los surcos de su rostro:

Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche.

Si es cierto que el genio, la luz reveladora, las paradojas, el lenguaje erudito de Borges (ese que resuena en los escondrijos de aquella vasta biblioteca que es siempre su universo) fulminó el espíritu de nuestro Nobel y lo hizo temblar de emoción, aun siendo el cuentista un autor que iba a contracorriente con las convicciones literarias que el peruano heredó de Sartre; si todo ello es verdad, estoy convencido de que le tocaba al marqués de Vargas Llosa escribir, sílaba por sílaba, verbo por verbo, un estudio mucho más minucioso y digno del manto literario que ostenta la memoria y el legado de Borges.

En Ginebra, una ciudad suiza, hay una calle que lleva el nombre del genio argentino


Se me ocurre una imagen graciosa del escritor de «El arquitecto de la narrativa urbana», vestido con los trajes de un guerrero, negándose a penetrar en los muros sempiternos de aquel dédalo donde, ciertamente, lo esperaría una criatura parecida al monstruo Asterión, como un signo difícil de interpretar dentro de una mítica realidad borgiana.

Es posible que Vargas Llosa —el estudioso, el crítico— no haya querido, a fondo, ingresar allí.

 


Sábado 22 de agosto de 2020

11:04 p.m.

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