domingo, 9 de agosto de 2020

Blanca Varela o la reina de los valses negros


Por: Ernesto Facho Rojas

…buscábamos la salida no hacia afuera, sino hacia adentro

De: Prólogo a Canto Villano

Octavio Paz

 

Aún recuerdo con nitidez aquella noche del 12 de marzo de 2009, cuando Rosa María Palacios anunciaba en su programa que Blanca Varela había fallecido. En esa ocasión leyó los versos de Currículum Vitae y esa poderosa esencia, ese sonido no era ni bello ni musical, como pensaba en ese entonces que debían ser los mejores poemas.

Pronto me puse a investigar sobre ella y descubrí el cosmos estremecedor de una pluma que ciertamente no era amiga de lo sonoro, pero sí de una pasión inagotable por expresar lo doloroso del ser humano. Y, si bien es cierto, hay algunos poemas donde deja entrever el aspecto de la corporeidad femenina, la maternidad, los mejores poemas me han parecido aquellos en donde la poeta no se hunde en el innecesario y absurdo egoísmo del género pues, en vez de aislarse y proclamar a viva voz «Mírame que soy mujer y escribo poesía», la contundencia de su arte ha ido incluso más allá de cualquier identificación con su sexo. Es decir, Blanca Varela escribía sencillamente con una voz oscura y doliente, con ese puñado de raíces que ascienden entre sus páginas y no se detienen a mirarse en los espejos frívolos.

En sus biografías cuentan que estudió en San Marcos; era una estudiante regular y tuvo la suerte de conocer a Sebastián Salazar Bondy, quien le había recomendado que leyera a César Moro y a Martín Adán. Ella misma dijo que las lecturas de esos dos poetas le abrieron los ojos. Más tarde conocería a José María Arguedas y tendría una participación activa en las reuniones literarias de aquel entonces, en los años cincuenta.

También se nos ha narrado que ya cuando tuvo 23 años, con gran determinación y valentía, abandonó su barrio de Santa Beatriz para marcharse a Francia pues, al igual que Vallejo, quería cumplir el sueño europeo. La artista partió con su esposo, el pintor Fernando de Szyszlo.

Allá pudieron trabar amistad con escritores universales como el cronopio mayor Julio Cortázar, André Bretón, César Moro, Simone de Beauvoir y, principalmente, con Octavio Paz, quien se convirtió, hasta la muerte del Nobel mexicano, en uno de los más fieles amigos de Blanca, pues él la motivó a publicar su primer libro Ese puerto existe, en honor a Puerto Supe.

Está mi infancia en esta costa,

bajo el cielo tan alto,

cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,

nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,

azules casas en el horizonte.

Junto a la gran morada sin ventanas,

junto a las vacas ciegas,

junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.

¡Oh, mar de todos los días,

mar montaña,

boca lluviosa de la costa fría!

Estas experiencias hicieron que Blanca Varela y su poesía pasaran por una transformación relacionada con, principalmente, dos poderosas influencias: El Movimiento Surrealista de aquellos círculos franceses, el cual era como una fuerza ineludible en aquellos tiempos. Ellos creían mucho en la casualidad y amaban el jazz, pues en la improvisación había mucho de lo que se elige al azar y, a la vez, por una fuerza superior que trascendía a la razón y la superaba. 

Sin embargo, por el otro lado está la influencia de sus lecturas Existencialistas, con las cuales Varela, poeta que no se inclina sobre el pedestal de un solo autor, recoge esas dos corrientes y las incorpora en sus versos, en su poesía que iba abandonando las antiguas formas de su pluma y se iba llenando de una reflexión sobre sí misma, la cual dio frutos muy originales a su escritura.

Estos cambios que refiero se pueden evidenciar en su poemario Luz de día:

Cruza la araña

de sueño a sueño,

invisible puente

del día a la rama.

Torpeza de la mosca,

cristal sin alma.

El abejorro bebe,

la flor sangra.

El jardín es la muerte

tras la ventana.

Sin embargo, sabemos ya que esa especie de destrucción interna, un desorden de los sentidos a causa de un terremoto interno es lo que mueve al artista a crear, y no precisamente estar cómodo, con el corazón en calma y en armonía con el cosmos. Y como si la misma Poesía le hubiera exigido un poco más de ese néctar negro que, tal vez, llevan las poetisas en los senos, como si acaso celosa de permanecer oculta en algún lugar de su creadora, la artista, Blanca Varela sufrió el golpe más fuerte de toda su vida: el 29 de febrero de 1996 muere en un accidente aéreo Lorenzo, el hijo de la Blanca.

Su arte se vuelve para alimentarse de las flores negras, las cuales se yerguen en medio del dolor, del fuego azul de las heridas. La poeta tiene su primer ataque de trombosis y empieza a apagarse. Aquí es inevitable hacer el vínculo con la argentina Pizarnik y, de ello, podemos llegar tal vez al corolario de que este arte de las palabras carga su combustible en las estancias del duelo y las sombras. Y mientras más se descompone o se pudre una poeta, con más vigor renacerá su poesía, como si fuera un monstruo que absorbe la vitalidad de los artistas.

Así llega su poemario  Como Dios en medio de la nada y El falso teclado. De este último libro he rescatado esta joya para ustedes: 

El falso teclado

toca toca

todavía tus dedos se mueven bien

el dedo de la nieve y el de la miel

hacen lo suyo

nada suena mejor que el silencio

nuestro desvelo es nuestro bosque

aguza el oído como una hoz

a trillar lo invisible se ha dicho

para eso estamos

para morir

sobre la mesa silenciosa

que suena

Respecto a la desgracia de la artista, Fernando de Szyszlo dijo: «La muerte de nuestro hijo Lorenzo para Blanca fue terrible, fue una doble bendición […] porque le impulsó a hacer su mejor poesía, y sin embargo la mató al mismo tiempo. Ella sobrevivió penosamente la muerte de Lorenzo.»

Una poesía como de la de Blanca Varela, necesariamente, es producto no solo de la desolación de aquel personaje, sino también de una rutina de estudio, una lecturas eruditas y un ejercicio (material) de la escritura que no se restringe a contar versos uno por uno, no.

Su temperamento poético y su genio rarísimo no hubieran podido limitarse a ello jamás. Y es que la autora de Concierto animal también fue una entusiasta escritora de artículos donde hacía crítica de cine y comentaba libros para revistas como El Dominical de La Prensa, las revistas Las Moradas y Amaru, esta última de Emilio Adolfo Westphalen, otro gran poeta surrealista del cual tuvo una importante influencia.

Hoy, 10 de agosto, hubiera cumplido 94 años. Pero la muerte nos la arrebató y ya no ha vuelto a resonar, entre ninguna mujer que respire este aire pandémico de Perú, otra voz así de dolorosa, así de oscura y estremecedora.

Cuánta falta hace —aunque sea— la mitad, la cuarta, la octava parte de una poeta como Varela.


Lunes 10 de agosto de 2020

1: 25 a.m.

 

 

 

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