sábado, 18 de marzo de 2023

Hay un desastre llamado Chiclayo – Por: Ernesto Facho

Hace mucho tiempo que Chiclayo no es una ciudad digna. ¿Podemos seguir llamándola ciudad? Nos hemos acostumbrado a ver sus calles principales con pistas rotas, mortales agujeros, olores infernales, buzones abiertos como la boca de un demonio, travestis, prostitutas, ambulantes que se atropellan, peatones que devoran platillos servidos por unas manos de una impureza criminal
 

Chiclayo se está convirtiendo en la ciudad de los desagües 

Anoche salí por primera vez, después de los efectos del Yaku, a recorrer Chiclayo. Y ha sido una experiencia deprimente.

Llegando a Sáenz Peña y Leoncio Prado, ya había pasado por esas pistas armadas con fragmentos de piedras y pedazos flojos de cemento, montículos que hacen perder el equilibrio mientras se va manejando. Y allí estaba el barro donde, en una confusión monstruosa, se habían mezclado los excrementos y la orina, las aguas residuales y la injusticia. Antes de las lluvias, ya teníamos unas pistas miserables y calles de apariencia vergonzosa; ahora los cráteres le salen a uno al paso mientras se va a avanzando por caminos dignos de una ciudad fantasma que ha sobrevivido a los efectos de un salvaje enfrentamiento bélico.

Más allá, llegando al Banco de la Nación, lo que vi me dejó pasmado. Cerca de los paraderos a Lambayeque, al final de la calle San José, las ruedas de los autos giraban y giraban, mientras intentaban trepar por los montículos de piedras embarrados con más aguas servidas. Y las aguas servidas, seguramente con pedazos de excremento, amasaban el barro que los neumáticos salpicaban con una furia inevitable hacia los demás coches.

En esa lucha por cruzar, sentí en el aire —posiblemente— ese mismo olor que se debe percibir en los últimos círculos del infierno para los hombres con los pecados más viles y macabros.

Las calle llenas de barro con aguas servidas emite una pestilencia insoportable

De allí salí, a duras penas, con las ruedas y los botines embarrados, como un trabajador que se encarga de reparar desagües y ha tenido un mal día.

Hace mucho tiempo que Chiclayo no es una ciudad digna. ¿Podemos seguir llamándola ciudad? Nos hemos acostumbrado a ver sus calles principales con pistas rotas, mortales agujeros, olores infernales, buzones abiertos como la boca de un demonio, travestis, prostitutas, ambulantes que se atropellan, peatones que devoran platillos servidos por unas manos de una impureza criminal.

Sin embargo, parece increíble no haber visto, en muchos años, una protesta o una marcha donde se exijan condiciones dignas para los ciudadanos. Imagínense si todos esos muchachos que gastan su juventud en cómodas cuotas dentro de las discotecas, los bares y los conciertos de cumbia se unieran con el propósito de manifestarse y conseguir las condiciones mínimas de salubridad para los suyos.

Pareciera que el conformismo se alimenta del olor de los desagües, la rumba y el alcohol.

Hermanos chiclayanos, estemos muy atentos al trabajo de nuestros gobernantes. Ya la anterior gestión, un desastre bizarro, huachafo y de dimensiones surrealistas, ha dejado a la ciudad como si hubiera sido puesta en las manos de su peor enemigo.

Que no vuelva a suceder. Vigilemos de cerca el actual gobierno. Es sabido que esta ciudad no se recupera de los daños que recibe, sino que estos se van amontonando, como si esta fuera una parte del Perú donde son bienvenidos todos los males, todas las injusticias, toda la basura y la indiferencia.

Ojalá, en algunas pocas décadas, Chiclayo tenga algo más que ofrecer que su espíritu amistoso y su buena gastronomía.


Los problemas de Chiclayo no empezaron con las lluvias y es posible que el daño causado en las pistas no se repare nunca 

 

 

Chiclayo, 18 de marzo de 2023

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