jueves, 6 de febrero de 2020

La música erótica de Rubén Darío



Por: Ernesto Facho Rojas



Octavio Paz dijo: «Cuando la ola del romanticismo se retira, el paisaje es desolador: la literatura española oscila entre la oratoria y la charla, la Academia y el café.» Aquel movimiento ya estaba completamente explotado por autores como Zorrilla, Espronceda, Bécquer y otros tantos. Todos ellos españoles. Recordemos que las tendencias literarias empezaban en Europa (el Romanticismo no fue la excepción). Sin embargo, aunque esta afirmación no es del todo rotunda, hubo un movimiento iniciado por autores del nuevo continente, el cual llegó a tener una resonancia sin antecedentes. Hago la salvedad porque el movimiento Modernista se alimentó de las letras francesas. Se le acusaba al padre de esta escuela de un «galicismo mental» pero también se le aplaudió revivir formas clásicas extintas hasta ese entonces y hacer triunfar ritmos europeos en nuestra lengua hispana. Estamos refiriéndonos pues a la figura principal de este grupo, cuyos primeros ecos tienen asilo en Latinoamérica: Rubén Darío, bautizado como Félix Rubén García Sarmiento. Él había adoptado dicho seudónimo pues tuvo un abuelo llamado Darío con el que se identificaba a toda la familia. Por eso ellos eran «los Darío». Y Rubén también lo fue: Rubén Darío.
Pero… ¿qué es el Modernismo? Si Rubén pudiera abandonar la tumba y presentarse ante nosotros, diría lo mismo que él afirmó en vida: «El Modernismo no es otra cosa que el verso y la prosa castellanos pasados por el fino tamiz del buen verso y de la buena prosa franceses.» Así pues, esta escuela literaria consiste en un refinamiento narcisista y aristocrático del verso; tuvo profunda renovación estética del lenguaje donde encontramos los temas de la nostalgia, la tristeza, el exotismo, esa evasión del mundo material, el cosmopolitismo y sobre todo mucho erotismo. Esto último, tratado con un «anhelo de trascendencia en el éxtasis».



Y fue tan poderoso el aleteo del cisne en la Tierra que tuvo representantes en diversos países. Ellos defendían sus valores de rebeldía y culto a la belleza, a pesar de que los antiguos poetas rechazan toda actitud contra las formas convencionales de rimar. Tenemos a los poetas Ángel Estrada y Leopoldo Lugones (Argentina), José Martí (Cuba), Manuel Gutiérrez Nájera (México), Clemente Palma –prosa- y José Santos Chocano (Perú), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala), Pedro Prado (Chile), José Asunción Silva (Colombia), así como Arturo Borja (Ecuador) y Manuel Díaz Rodríguez (Venezuela). Todos ellos al tanto de las nuevas publicaciones de Rubén, quien fue considerado como «El domador de Ritmos», «El indio divino» por su impronta en la poesía con experimentos de acentos y voces europeas con gran éxito para el pueblo. Rubén mismo decía que la forma es lo que toca a las masas. Y él lo logró. Y no sólo a las masas, sino también a los grandes doctores del verso español, quienes ocupaban el lugar de maestros y dictaban las nuevas tendencias en cuanto al arte y la literatura en particular.
Muy pocos hasta ese entonces se habían atrevido a mostrar la sensualidad y la sexualidad como él en su literatura. La sociedad era muy conservadora y hablar de esos temas era muy vergonzoso para personas refinadas. Darío, sin dejar la pulcritud en el decir, lanzó su verso como un meteoro lleno de honestidad y música. Habló de Leda y el cisne; de los Centauros que se llevaban a las mujeres de Diana, la cazadora, quienes eran «propicias al culto fálico»; de la «plural historia» de su corazón, pues en su obra no se reconoció a un único amor. Incluso, deja el tono estrictamente romántico: Deja de ver a la musa inspiradora y reclama a la hembra que hay que penetrar. Asimismo, dadas las condiciones de una sociedad donde es necesario trabajar para progresar, él decide la contemplación y el ocio. En conclusión, podemos decir que Rubén Darío no sólo desechó los conceptos de la poesía española, sino que también trasgredió la moral del siglo diecinueve en cuanto a literatura y le dio más valor a la poesía como producto espiritual, antes que a cualquier fin utilitario.
Este gran movimiento se fue alimentando en el interior de su creador a través de  voces como las de Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce, Ventura de la Vega. Más adelante el «poeta niño» tendría como ejemplo a Víctor Hugo, y a los parnasianos Théophile Gautier, Catulle Mendès,  José María de Heredia y sobre todo a Paul Verlaine. De ellos obtuvo la música y ese refinamiento estético, el matiz francés junto al galicismo mental del que se le acusaba. Su vocabulario era uno de los más ricos puesto que no descuidaba los campos semánticos. Se esmeraba en utilizar palabras que toquen al lector con un ritmo inesperado, llenándolo de colores insólitos mediante su repertorio. Darío destacó por el uso de términos como: «jazmines», «nelumbos», «dalias», «crisantemos», «lotos», «magnolias», «ágata», «rubí», «topacio», «esmeralda», «diamante», «gema», «seda», «porcelana», «mármol», «armiño», «alabastro», todas ellas palabras seleccionadas con un especial cuidado y dejándolo libre del «pensar bajo» que criticaba. Así llegaron a nutrirse de una frescura jovial las letras de América Latina y nadie pensaba en torcerle el cuello al cisne, como propuso luego Enrique Gonzáles Martínez.



Se suele mencionar al libro «Azul» como el inicio del Modernismo, aunque donde podemos leer a esta tendencia estética de ritmos y seres mitológicos es en «Prosas profanas». Allí Darío empleó versos eneasílabos (9 sílabas métricas), el dodecasílabo (12 sílabas métricas), y el famoso alejandrino de catorce sílabas, al cual le dio un trato especial. Este consistía en el manejo de las cesuras o las pausas. Lo más usual era introducir una pausa al terminar una idea, o por lo menos una frase. Él quiso colocar estratégica y caprichosamente  esa cesura entre un artículo y un sustantivo, entre un sustantivo y un adjetivo o en medio de una palabra.
Como una muestra de esa música tan mencionada en este artículo, cito, para deleite de los lectores un fragmento de un poema del libro «Prosas profanas». Usted podrá encontrar el texto completo con el nombre de “Marcha Triunfal”. Ahora, muy querido y apreciado lector, lo reto a ponerse de pie, tomar aire, mucho aire (sin levantar los hombros como hacen los cantantes) y leer las siguientes líneas evitando la melodía. Es decir, tratando de ser monótonos en los acentos.

Obviamente aquello resulta imposible. Todos terminan cantando cuando leen versos modernistas. Empecemos:

¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas
Minervas y Martes,
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus
largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes
llevados por las manos robustas de heroicos atletas (...

O el muy musical «Sonatina», donde se manifiesta al ideal romántico afrancesado en ambientes reales:




¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno mar.

El Modernismo no solo vive en los antiguos salones de Versalles, en la fuente de Diana o en los cuernos de Pan, símbolos de la poesía de Rubén. El líder de este movimiento decía que la poesía está en las cosas viejas. Y eso me hizo pensar que la novedad la estaba sofocando. Que ya no había música ni ideales. Porque a eso nos arrastra la sociedad actual y sus horarios complejos. La verdadera poesía pues, se salva y permanece en el corazón de todos los seres humanos que sobreviven con un ideal o un sueño de libertad y amor universal. En el que divaga ebrio de locura (y no de alcohol) en sus alegres ficciones y toma aire de las mismas para volver y combatir este mundo lleno de sueños muertos, de números y asesinos. Así pues, estas lecturas nos liberan por un instante de todas esas calamidades. Por eso existe la Poesía.
Y cada quien tendrá sus propias razones para buscarla y encontrarse.




Facho Rojas, Ernesto (8 de marzo de 2015). La música erótica de Rubén Darío. Suplemento Dominical- La Industria, pp.10-11



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