viernes, 5 de junio de 2020

“Nacer mujer es el mayor castigo”


Reseña de “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca

Por: Ernesto Facho Rojas

Portada de “La casa de Bernarda Alba” (1945) de Federico García Lorca

El primer contacto que tuve con Lorca fue a través de su poesía. Un delgado Ram Ruiz Molina, docente preuniversitario de gran valía en la región, empezaba a recitar el famosísimo poema La casada infiel en sus divertidas clases de literatura. Esos mismos autores, los cuales tenían voz a través de aquel entrañable maestro, eran rastreados por mi persona, en las visitas vespertinas que solía hacer a la Biblioteca Eufemio Lora y Lora.
Así tropecé con títulos como Romancero Gitano, Bodas de Sangre, Un poeta en Nueva York (un poemario que me transmite la impecable fuerza de la poesía surrealista, para la cual muchos lectores faltos de sensibilidad no están listos) y con La casa de Bernarda Alba, texto que es motivo del presente artículo.
Lo he releído hace poco de un tirón (la obra es breve) y no me he detenido en los supuestos simbolismos que encubre esta obra, con el fin de disfrutarla con la fluidez y la emoción propias de sus páginas.
Fotografía de Federico García Lorca, poeta, dramaturgo y prosista español nacido un 5 de junio de 1898

Este es un drama costumbrista que, al igual que en Bodas de Sangre, cada personaje cumple el rol de encarnar un estereotipo de la sociedad. Por ejemplo: Bernarda representa al ser opresor («Aquí se hace lo que yo mando»), aquel tirano que busca imponer su voluntad dentro y fuera de su casa. Ella es una mujer que acaba de enviudar y exige a sus cinco hijas (Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela) que guarden luto 8 años por  la desaparición de su marido. Sin embargo, cada vez que existe dictadura, hay alguien que encarna la rebeldía; ese personaje es Adela, hija menor de Bernarda.
¿Rebeldía ante qué? Ante el machismo que se trasluce en los juicios que hacen las mujeres respecto a lo sumisas que son frente al libertinaje de los varones, casi un derecho atribuido al sexo masculino. Bernarda dice: «Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón»; Poncia, su sirvienta, dirá más adelante: «Hace años vino otra de esas [vedettes] y yo misma le di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan esas cosas». En ese mismo diálogo, Amelia sentencia con la frase más poderosa de todo el libro: «Ser mujer es el mayor castigo».
Los personajes son mujeres sumisas, pero en algunas ocasiones hablan con un rencor contenido en la lengua. Adela, que es joven y guapa y no como sus hermanas a quienes acusa de ya estar marchitas, se siente poderosamente atraída por quien será el catalizador de todos los conflictos en la historia: el impopular Pepe el Romano.  
Algo que me parece atractivo en cualquier historia es la ausencia del héroe perfecto, puesto que este es un ideal que, materializado en una obra literaria, le resta credibilidad. Cuando pensaba que la villana es la veterana opresora y machista, notamos que Adela también tiene rasgos (defectos) que la tornan humana: es lasciva y traidora, pues corresponde a Pepe (comprometido por interés económico con la mayor de las hermanas: Angustias) a través de ciertas fugas que realizan ellos. Y es que El Romano, después de atender las carencias amorosas de Angustias, acto seguido visitaba a la menor en la misma casa: Adela. Es por ello que la joven sediciosa irrumpe con las siguientes líneas, cuyo calor me parece que sigue quemando en el papel usado para las páginas de este libro:

«Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiere que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre extraño.»

"La casa de Bernarda Alba" es una de las tres obras de teatro más importantes del autor

Aquí Lorca retorna al fuego de ese amor que se esconde en la sombra de lo furtivo, ese amor imposible, inalcanzable y más puro aun, como una estrella que se contempla virgen a través de un cristal. Ese es uno de los temas que el dramaturgo granadino abrasa con gran pasión, urgencia y desesperación, —pienso— tal vez como una proyección de su vida misma. Quienes hemos buscado un poco en la vida del autor de Yerma, sabemos que fue fusilado por Franco, ya que este dictador (una Bernarda de la vida real) era declaradamente un político homofóbico auténtico. Con esto último no me refiero a la posición que no avala esa unión de dos personas del mismo sexo, las cuales privarán a un niño de su derecho a disfrutar de un hogar con padre y madre, no; Franco era un monstruo que acabó con la vida de muchas personas, solo porque se trataba de homosexuales.
En tal sentido, podríamos decir que Federico, a través de La casa de Bernarda Alba, fue un vidente de su propio destino, pues fatalmente alcanzó una suerte parecida a la de su personaje Adela.
Hay un poema suyo que reza «Verde que te quiero verde/ verde viento, verdes ramas». Los libros de literatura —y los maestros de literatura— dicen que en la simbología lorquiana dicho color representa la rebeldía. Es un hecho, entonces, que Lorca era un insurrecto, pues a su personaje Adela se le puede apreciar en la obra probándose un vestido de ese color: «Yo no quiero estar encerrada […] ¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle! ¡Yo quiero salir!»

Adela, de una versión en ópera de “La casa de Bernarda Alba”

Aquí nos detenemos a reflexionar sobre la frase de su personaje Amelia. ¿Acaso con decir «Ser mujer es el mayor castigo», quiso proyectar la impotencia de sentirse homosexual? ¿De allí viene esa exquisita sensibilidad que lo emparenta y lo torna tan compasivo con el sexo débil? Y si es así, ¿de dónde sacó Lorca esa masculinidad, ese garbo y acento varonil para retratar, en un sensual romance, la hazaña de poseer clandestinamente a una mujer? No lo sabremos nunca.
Federico García Lorca nació un 5 de junio como hoy en 1898. Lo debe estar celebrando arriba, y es posible que tenga puesto un hermoso traje verde.

La estatua de Federico García Lorca, situada en la parte baja de la Plaza de Santa Ana en Madrid




Chiclayo, junio de 2020


1 comentario:

  1. Con cuanta alegría y satisfacción veo que la frase, tan trillada y ya rayana en el arcaísmo: El alumno supera al maestro, se vuelve realidad y nada más y nada menos, que en la figura egregia de tan noble amigo. Que sigan los éxitos en tu vida dedicada a la literatura.

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